— Y esta es tu recámara— anunció la mujer de la servidumbre, cuyo nombre era Rosette según había escuchado Orne— madame Clement dijo que sabes qué hacer y que mi ayuda no sería solicitada.
Orne asintió.
Rosette salió de la habitación y Orne se quedó sola.
El cuarto no terminaba de darle la bienvenida. Era como si apenas le rozase el alma, tan lejano, apático y frío. Era distinto a la calidez a la que ella estaba acostumbrada, ya que, si bien vivía en ruinas, estas eran un hogar cálido para ella.
Orne se quitó su viejo atuendo y se dirigió al baño que había conjunto a la habitación.
La tina ya estaba lista, con el agua ligeramente caliente y unas velas aromáticas adornando el lugar.
Orne suspiró y se metió en el agua.
Miró al techo, preguntándose si Sarah podría visitarla. Clement le había dicho que podría verla y escribirle, pero siempre bajo supervisión.
Orne no entendía aquello, aún cuando Clement le había explicado las cosas había sido confuso para ella.
En su mente no paraban de repetirse las palabras de Clement.
“ Vivirás conmigo a partir de ahora, las ruinas no son un lugar apropiado para ti. En las ruinas vive una criatura peligrosa, no es seguro para ti. Además, aquí es donde está tu verdadera familia ¿te cuento algo? Sarah no es tu madre, sólo es una mujer traumada que cree que lo es. Además, tú eres demasiado para que alguien como ella cuide de ti" había dicho ella.
Orne se vio atraída por las palabras de Clement, "¿verdadera familia?" ¿No era Sarah su única familia? ¿O—hasta donde sabía — , su madre?
Orne agitó un poco su cabeza y se sumergió en el agua, se sintió extrañamente en paz. El agua siempre le había transmitido aquello, paz...
Pensó entonces en sus memorias junto a Sarah, en los buenos momentos, en las noches al lado del fuego y en cómo siempre le besaba tiernamente la mejilla...
Salió del agua.
Tomó una toalla cercana y se tapó con ella.
Fue hacia el armario, miró con detenimiento los vestidos que se desplegaban en todo su esplendor: unos dorados como el sol, unos con pliegues, unos bordados y otros tejidos minuciosamente. Eligió uno de tono lila, junto a unas zapatillas a juego.
Al terminar de vestirse, se sentó frente al tocador que tenía un gran espejo.
Empezó a revisar los cajones, encontrándose con varias cosas, como anillos, collares, abanicos , etc. En el último cajón que revisó había una caja de música y un cepillo para el pelo.
Tomó la caja de música y le dio cuerda.
Una hermosa melodía sonó.
Tomó el cepillo de pelo y empezó la tarea de arreglarse un poco el enmarañado cabello rubio.
Tocaron a la puerta.
Clement entró sin esperar a que Orne contestara.
—¿Está lista para la cena, querida?— preguntó Clement.
Orne se miró en el espejo y vio un movimiento en la ventana.
Ella estaba aquí.
La criatura a la que todos tanto temían estaba aquí.
Así que, sintiendo una gran dicha, Orne le sonrió a la anciana y le dirigió las siguientes palabras:
— Prometo que te cuidaré lo mejor que pueda... abuela.
Clement sonrió.
— Vamos progresando, ahora ya habla—rió ella— venga, quiero presentarle a unos amigos, espero se lleven bien.
Y siguió hablando, pero Orne ya no la escuchaba a ella, sólo podía escuchar la respiración de la criatura que de a poco se acercaba a ambas.
Editado: 06.02.2021