Luego de recibir aquella señal desconocida, ha pasado un año completo, y acabo de cumplir 17 años. Durante este tiempo, la vida diaria aquí en la Tierra se agita de una manera que no esperaba. No diré que sea un caos o un gran evento, pero desde que se hizo público el descubrimiento de esa señal, las personas no dejan de hablar de ello cada vez que pueden.
Me resulta gracioso. Antes, nadie parecía interesarse mucho, y ahora, hasta los periódicos tocan el tema como si fuera el mayor descubrimiento de la historia. Lo cual no niego que lo sea, pero la manera en que hablan de la noticia se parece a como cuando la humanidad creó los primeros televisores siglos atrás. En el colegio, mis compañeros hablan del tema y, en el fondo, me siento alegre, feliz, viva; de que por fin la sociedad sale de esa monotonía, de ese vacío, de esa ilusión.
El descubrimiento de la señal ha sacudido la rutina cotidiana de una manera que no creí posible. Las conversaciones giran en torno a teorías y especulaciones sobre la vida extraterrestre, sobre lo que podría significar para nuestra comprensión del universo. Las redes sociales están llenas de debates y discusiones, y parece que todos tienen una opinión al respecto. Es como si, de repente, la humanidad hubiera despertado de su letargo y se encontrara de nuevo llena de curiosidad y asombro.
Incluso en el colegio, los profesores han empezado a incorporar el tema en sus lecciones. Las clases de ciencias están más animadas, con debates sobre la posibilidad de vida más allá de nuestro planeta y las implicaciones éticas de contactar con otras civilizaciones. Es un cambio refrescante de la monotonía habitual, y siento que estoy viviendo un momento histórico.
A veces, cuando escucho a mis compañeros hablar con tanta pasión y entusiasmo, no puedo evitar sonreír. Este descubrimiento ha encendido una chispa en todos nosotros, ha despertado una sensación de aventura y exploración que creíamos perdida. Aunque no sabemos exactamente qué significa la señal, la posibilidad de que no estemos solos en el universo es suficiente para hacernos sentir más conectados, más vivos.
Luego de clases, me dirijo nuevamente al Centro de Comunicación Hermes. Entro directamente a la sala de control y me doy cuenta de que todo el ambiente está muy agitado. Dejo mi mochila y me acerco a mi padre.
—Hola —digo mientras observo las pantallas.
Mi padre no me responde, solo me saluda con la mirada y continúa con sus tareas. Los demás están de aquí para allá tratando de mantener el orden, pero la emoción de haber contactado con una posible civilización extraterrestre los domina por completo. El director general del Proyecto Nexus entra en la sala. Mi padre se coloca a mi lado, su rostro tenso de emoción.
—Lisbeth, estamos a punto de enviar el primer mensaje —me dice—. Estamos a punto de hacer historia.
La pantalla muestra una serie de códigos y símbolos: el mensaje que hemos creado para enviar al espacio. Es una mezcla de matemáticas y lógica, una forma de comunicación que esperamos que sea universal o que, por lo menos, aquellos desconocidos puedan entender. Me siento nerviosa, tensa, pero sobre todo emocionada. Las preguntas empiezan a inundar mi mente: ¿Qué pasará si recibimos una respuesta? ¿Qué pasará si no recibimos nada?
El ambiente en la sala es electrizante. Los científicos y técnicos trabajan febrilmente, ajustando los últimos parámetros y asegurándose de que todo esté listo para el gran momento. La tensión es palpable, cada segundo que pasa parece estirarse eternamente. A mi alrededor, los murmullos de los científicos se mezclan con el zumbido constante de los equipos, creando una sinfonía de anticipación.
Miro a mi padre y veo en sus ojos el reflejo de mis propios sentimientos. Este es un momento que podría cambiarlo todo. El mensaje que estamos a punto de enviar representa no solo un intento de comunicación, sino también una extensión de nuestra curiosidad y deseo de conectarnos con lo desconocido. Es un acto de fe y valentía, una declaración de que estamos aquí y queremos saber si hay alguien más ahí afuera.
El director general toma la palabra, su voz firme y solemne.
—Estamos listos para enviar el mensaje. Este es un momento histórico para la humanidad. Que este mensaje sea una señal de nuestra búsqueda de conocimiento y nuestra voluntad de compartir nuestro lugar en el universo.
La cuenta regresiva comienza. Diez segundos que se sienten como una eternidad. Siento mi corazón latir con fuerza mientras los números se desplazan en la pantalla. Finalmente, el momento llega. Se presiona el botón de envío y el mensaje se lanza al vasto espacio, una señal de nuestra existencia enviada a lo desconocido.
La sala estalla en aplausos y vítores, pero en mi interior, la emoción y la esperanza se mezclan con la incertidumbre. Este es solo el comienzo. No sabemos lo que vendrá, pero por primera vez en mucho tiempo, siento que estamos haciendo algo que realmente importa. Estamos dando un paso hacia lo desconocido, buscando respuestas a preguntas que han persistido durante siglos. Y en este momento, soy parte de algo mucho más grande que yo misma.
Miro nuevamente alrededor de la sala, viendo a los demás miembros del equipo, todos con la misma mirada de expectativa. Sabemos que esto es solo el comienzo. De repente, la pantalla se apaga y vuelve a encenderse. Nos quedamos en silencio observando lo que acaba de pasar. El mismo patrón se repite por varios minutos, aumentando nuestra ansiedad, hasta que la pantalla empieza a parpadear en intervalos de cinco segundos.
Editado: 11.12.2024