**Augusta**
La luz del último amanecer en Inverness filtrándose por la ventana nos despertó con una mezcla de gratitud y melancolía. Compartimos el desayuno en silencio, saboreando cada bocado como si pudiera congelar el momento en el tiempo.
Decidimos regresar a los lugares que nos habían cautivado. Cada calle, cada rincón, se volvía especial al saber que sería la última vez. En donde nos sentamos con el álbum de fotos, reviviendo instantáneas que capturaban no solo paisajes, sino también emociones que solo el viaje había desatado.
El río Ness, testigo silente de nuestro viaje, recibió nuestra última caminata. Cada paso era un adiós a una ciudad que se había convertido en parte de nuestra historia. El guía, que se había convertido en un amigo temporal, nos dio un cálido adiós. Sus historias nos acompañarían mucho después de dejar Inverness.
Para finalizar nuestra aventura elegimos un lugar especial para el almuerzo, compartiendo nuestras impresiones finales sobre Inverness y prometiendo volver algún día. Mientras que las tiendas de recuerdos se convirtieron en nuestras últimas paradas. Cada artículo que elegíamos era una pequeña pieza de Inverness que llevaríamos a casa.
El momento de regresar al hotel llego de manera agridulce. Empacar nuestras pertenencias era como cerrar un capítulo que queríamos prolongar. Nos sentamos en la habitación en silencio, reflexionando sobre cómo este viaje había transformado no solo nuestra relación sino también nuestras perspectivas de vida.
Cada paso hacia la recepción para el check-out resonaba con la realidad inminente de dejar Inverness. Las llaves entregadas simbolizaban el fin de este capítulo. Por otro lado, el trayecto al aeropuerto era silencioso, la ciudad que se desvanecía en el espejo retrovisor llevaba consigo nuestras risas, susurros y secretos compartidos. La sala de espera se llenó de un silencio pesado. Mientras esperábamos nuestro vuelo, revisamos las fotos una vez más, intentando retener cada detalle.
El despegue llegó y nos ofreció vistas finales y maravillosas de tan perfecta ciudad. Miramos por la ventana, comprometiéndonos a recordar cada colina, cada callejón, cada rincón especial. Aterrizamos en casa con una sensación agridulce. La rutina nos esperaba, pero Inverness viviría en nuestros recuerdos como un capítulo imborrable. Desempacar nuestras maletas se convirtió en un ritual silencioso, cada objeto desenterrado era como desempacar un pedazo de nuestro corazón dejado atrás.
Compartimos nuestras experiencias con amigos y familiares, cada historia contada era un intento de transmitir la magia que Inverness había tejido en nuestras vidas. La primera cena de vuelta a casa se llevó a cabo con una mezcla de nostalgia y gratitud. Cada bocado era un recordatorio de los sabores que dejamos atrás.
Nos acostamos esa noche, no solo físicamente cansados, sino también emocionalmente llenos. Las conversaciones antes de dormir se centraron en los planes futuros y los recuerdos recientes. Cerramos los ojos, recordando cada detalle del último día en Inverness. Los susurros de la ciudad escocesa se desvanecían, pero su impacto resonaba en nuestros corazones. Mientras nos sumergíamos en el sueño, Inverness se convirtió en el lienzo de nuestros sueños. Cada calle, cada risa, cada instante tejido en nuestros sueños nocturnos.
El sol nació en un nuevo día, y nos levantamos para enfrentar la rutina diaria con la certeza de que, aunque Inverness quedaba atrás, su influencia perduraría en cada paso que dábamos.
Este capítulo de nuestra historia no marcaba solo el fin de nuestro viaje a Inverness, sino también el comienzo de un nuevo capítulo en nuestra relación y en nuestras vidas.
**Vicente**
Desperté con el sol acariciando suavemente las cortinas, y una sensación agridulce se apoderó de mí. Este era el último día en Inverness, el último capítulo de nuestra escapada romántica.
Augusta y yo compartimos un desayuno tranquilo en el acogedor comedor del hotel. Cada bocado sabía a nostalgia, a momentos que nunca olvidaríamos. El plan del día era recorrer una vez más los lugares que habíamos explorado, pero esta vez con una conciencia especial de que era la despedida.
Decidimos revisar nuestro álbum de fotos antes de salir. Cada imagen capturaba momentos que iban más allá de las postales turísticas. Eran recuerdos de risas compartidas, de descubrimientos juntos, de una conexión que se había fortalecido en esta ciudad escocesa.
Nuestra primera parada fue el pintoresco río Ness. Caminamos lentamente, disfrutando de la serenidad que ofrecía. Cada paso resonaba con el eco de nuestras risas y conversaciones. Fue como si el río guardara en sus aguas nuestros secretos y susurros.
Después de nuestra última caminata junto al río, nos dirigimos al encuentro con nuestro guía turístico. Lo saludamos con una mezcla de agradecimiento y tristeza. Sus historias habían enriquecido nuestra experiencia, convirtiendo simples calles en narrativas cautivadoras.
El almuerzo fue en un lugar especial, elegido por sus recuerdos y la atmósfera única que ofrecía. Nos sumergimos en nuestras últimas impresiones sobre Inverness, compartiendo silenciosos pensamientos sobre lo que esta ciudad había significado para nosotros.
Las tiendas de recuerdos se convirtieron en nuestras últimas paradas antes de regresar al hotel para empacar. Cada artículo que elegíamos era un pequeño tesoro que encapsulaba parte de nuestra historia en Inverness.