Laurel

Capitulo 4

Darice Morcaran

Hace tres años…

Tenía diecisiete años y el título de “dama heredera” me asfixiaba como un velo demasiado pesado. Las provincias de Cirenei fueron el lugar elegido para una cumbre juvenil: tratados, alianzas, sonrisas forzadas. Para mí, solo era una exhibición de promesas vacías.

No recuerdo qué excusa murmuré a Haco antes de escabullirme del pabellón principal. Solo sé que necesitaba aire. Me deslicé entre las columnas de piedra y los jardines perfumados hasta el borde del acantilado. Allí, el mar rugía con vida.

Y entonces lo vi.

Sentado sobre una roca, sin corona ni escolta, con el cabello desordenado y tinta fresca en los dedos.

—¿Te has escapado o te han exiliado? —me preguntó, sin girarse del todo.

—Depende de quién lo pregunte —respondí, desafiando su tono.

Él se volvió. Nuestros ojos se cruzaron. Los suyos, oscuros, como tierra húmeda antes de la tormenta. Medían. Analizaban. Me sentí desnuda con mis ropas nobles.

—¿Y tú? —le lancé de vuelta la pregunta.

—Huyo de saludos cargados de veneno. De pactos que huelen a encierro —dijo encogiéndose de hombros—.¿Tú?

—De lecciones para aprender a sonreír estratégicamente. De tener que elegir maridos como alianzas comerciales. Mi madre cree que ya debería saber inclinar la cabeza con elegancia.

Su risa fue limpia, sincera.

—Supongo que somos traidores a nuestras causas.

—O los únicos que entienden qué significa libertad —repliqué.

Por un instante, no fuimos princesa y príncipe. Solo dos jóvenes hartos de ser fichas.

Él se agachó, recogió una flor y se acercó. Una flor azul.

—Laurel silvestre. Crece en acantilados. Protege a quienes toman decisiones imposibles… o eso dicen las abuelas de mi tierra.

Me la ofreció. La tomé sin pensar. Podía sentir su aroma fresco con un toque herbal.

—¿Cómo te llamas?

—Ihan.

—¿De qué reino?

—¿Acaso importa?

Pensé en mi apellido, y me negué.

—No esta noche— Mencione sonriendo.

Y hablamos. De todo y de nada. De libros, guerras que aún no vivíamos, canciones viejas. Y en algún momento, sin decirlo, supe que ese encuentro me cambiaría.

Cuando las luces del pabellón se encendieron, escuché un murmullo.

Ihan Duskbane. El heredero de Talyrios.

Mi corazón dio un vuelco. Él se giró hacia mí, y esta vez su sonrisa tenía bordes. Ya no era el joven sobre la roca. Era el príncipe.

Y yo, con la flor aún en la mano, entendí algo:

No me ofreció solo una flor.

Me ofreció una elección.

Una que, años después… aún me perseguiría.




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