Camil
El sonido de mi despertador me sacó del sueño mucho antes de que el sol saliera. Me estiré en la cama, permitiendo que la suave brisa matutina que entraba por la ventana abierta acariciara mi piel. Era mi momento favorito del día, cuando todo aún estaba tranquilo y el mundo apenas comenzaba a despertar. Me vestí rápidamente, colocando una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos deportivos, atando mis zapatillas con firmeza. Necesitaba sentir el aire fresco en mi rostro, dejar que el movimiento limpiara mi mente y me ayudara a enfocarme.
Salí de la villa en silencio, evitando despertar a cualquiera que pudiera estar aún durmiendo. El camino hacia el parque no estaba lejos, y la falta de tráfico a esas horas hacía que el recorrido fuera más placentero. Mis pasos eran rítmicos y constantes, el sonido de mis zapatillas golpeando el pavimento llenando mis oídos junto con el latido constante de mi corazón. Poco a poco, mi respiración se fue acompasando al ritmo de mi carrera, y mi mente comenzó a despejarse.
El parque estaba desierto, como lo esperaba. Los árboles altos y frondosos bordeaban los senderos, creando sombras alargadas que se extendían por el suelo. Corrí hasta llegar al muelle, un pequeño espacio de madera que se adentraba en el lago. Me detuve allí, respirando profundamente, dejando que el sudor de mi frente se mezclara con la brisa que soplaba desde el agua.
El cielo comenzaba a teñirse de tonos naranjas y rosas mientras el sol se elevaba lentamente sobre el horizonte. Era un espectáculo que nunca me cansaba de ver. La quietud del momento, la forma en que los colores se reflejaban en la superficie del agua, todo parecía tan sereno y perfecto. Me apoyé en la barandilla del muelle, mirando el amanecer con una paz que rara vez sentía.
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché los pasos que se acercaban hasta que fue demasiado tarde. Giré la cabeza rápidamente, y allí estaba él, Alexei Ivanok, a pocos metros de mí. Su figura era imponente incluso a la distancia, con esa misma postura confiada que había visto la noche anterior. Vestía ropa deportiva, una camiseta negra que se ajustaba a su torso y unos pantalones cortos que dejaban al descubierto sus piernas musculosas. Había una delgada capa de sudor en su piel, un indicio de que había estado corriendo también.
Nuestros ojos se encontraron, y la intensidad de su mirada me golpeó como una ola fría. No había rastro de amabilidad en sus ojos azules; más bien, había una curiosidad afilada, como si estuviera tratando de desentrañar algo en mí. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero me obligué a mantenerme erguida, a no apartar la mirada.
—Buenos días, Camil —dijo, su voz tan firme y controlada como su postura.
—Buenos días, Alexei —respondí, intentando sonar natural, aunque sabía que mi corazón latía con más fuerza de lo habitual.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Simplemente nos miramos, midiendo al otro en un silencio cargado de una tensión inexplicable. Podía sentir la frialdad de su mirada, la manera en que sus ojos analizaban cada detalle de mi rostro, como si estuviera buscando una debilidad, un resquicio por donde colarse.
—No esperaba encontrarte aquí tan temprano —dijo finalmente, dando un paso más cerca, su mirada aún fija en mí.
—Me gusta correr por las mañanas —respondí, girándome hacia el lago nuevamente, intentando romper la intensidad del momento—. Es mi forma de comenzar el día con claridad.
Lo escuché dar otro paso, y luego se apoyó en la barandilla junto a mí, mirando también hacia el agua. No lo miré, pero podía sentir su presencia, tan fuerte y tangible como una sombra.
—Es un hábito saludable —comentó, su tono más relajado, aunque la frialdad en su voz no desapareció—. Y parece que también disfrutas de la soledad.
Asentí, manteniendo mi mirada en el horizonte.
—A veces, la soledad es necesaria para aclarar los pensamientos.
Alexei se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando mis palabras. Luego, giró ligeramente la cabeza hacia mí, y sentí el peso de su mirada en mi perfil.
—Tienes razón —dijo suavemente—. Aunque algunas veces, la compañía adecuada puede ser igual de efectiva.
Sus palabras me hicieron girar la cabeza para mirarlo. Había algo en su tono, algo que no lograba descifrar. Sus ojos azules seguían siendo fríos, pero ahora había un brillo en ellos, una chispa de interés que no había visto antes. Me quedé en silencio, sin saber exactamente cómo responder a eso.
Alexei sonrió, una curva apenas perceptible en sus labios.
—Disfruta tu carrera, Camil —dijo, alejándose de la barandilla y girándose para regresar al camino.
Lo observé mientras se alejaba, su figura alta y firme moviéndose con una gracia que parecía casi felina. Sentí que mi respiración se aceleraba ligeramente y me obligué a tomar una bocanada de aire profundo. No entendía por qué me afectaba tanto su presencia, por qué cada palabra suya parecía llevar consigo un peso que me oprimía el pecho.
Miré de nuevo hacia el lago, tratando de encontrar la calma que había sentido antes de que llegara. Pero en el fondo de mi mente, no podía sacarme a Alexei de la cabeza. Sabía que, por más que intentara evitarlo, él ya había comenzado a ocupar un espacio en mis pensamientos. Un espacio que, para mi propio bien, tendría que aprender a controlar.
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Editado: 11.12.2024