Lazos De Sangre Y Luna

Capitulo 17: El nombre de la Reina

El amanecer no trajo consuelo.
Solo cenizas, humo… y silencio.

Los restos de la Guardia de la Medianoche fueron retirados por los pocos sobrevivientes que huyeron al ver a Serena elevarse en medio del claro. Su poder, incontenible, había marcado algo más que una victoria militar: había cambiado el equilibrio del mundo.

En los días que siguieron, Serena no habló con nadie. Ni siquiera con Kael.

Se encerró en la cámara de las raíces, donde la luna no alcanzaba a tocar directamente, pero los fragmentos vibraban con intensidad. Allí, sentada sobre el trono de piedra que una vez fue de su madre, los sintió.
Los ancestros.
Las memorias.
Las cicatrices del linaje lunar.

Las voces de las reinas anteriores le hablaban en susurros:

—“Recuerda quién eres…”
—“Toma, o caerás…”
—“La luna siempre exige una ofrenda…”

Y entonces, por fin, respondió:

“No seré su eco. Seré su culminación.”

El día de la demostración llegó como un presagio.

Los emisarios de las casas del norte, del este y del sur habían sido convocados a Liria. Algunos por voluntad, otros por presión. Todos sabían que negarse sería un suicidio político.

El gran círculo del bosque sagrado fue preparado con fuego azul y anillos de plata fundida. Las runas antiguas fueron reactivadas. El altar central, donde se realizaban las ofrendas lunares durante los eclipses, fue abierto por primera vez en más de cien años.

Serena apareció cuando la luna aún no había salido.

Iba vestida con una túnica de piel negra, con detalles en rojo profundo que parecían arder al contacto con la luz. La corona no descansaba sobre su cabeza. Estaba suspendida, flotando ligeramente sobre su cabello castaño claro, sostenida solo por la energía de los fragmentos.

Cuando los emisarios intentaron saludarla, ella no respondió.

Solo levantó una mano.

El viento se detuvo.

Literalmente.

Las hojas dejaron de caer. Los pájaros quedaron congelados en su vuelo. Hasta el fuego pareció contener su danza.
Los fragmentos brillaban con una luz que no era de este mundo. Serena cerró los ojos… y habló.

Hoy declaro ante la sangre, la luna y la memoria, que la era del Consejo termina.

Un murmullo de horror sacudió a los presentes.

Desde este momento, Liria no obedece ninguna autoridad que no sea la de su Reina Alfa. Los fragmentos son parte de mí. Yo soy la profecía hecha carne.

Kael, junto a ella, permanecía en silencio. Su presencia imponía respeto, pero era Serena quien irradiaba el poder.

—¿Y pretendes que te sigamos como ovejas? —preguntó el emisario del clan Zareth, con una sonrisa de burla—. ¿Acaso no sabes lo que sucede con las reinas que se creen diosas?

Serena alzó una ceja. Luego bajó la mano.

Y entonces, la tierra tembló.

El círculo de piedra se iluminó. De entre las grietas, surgieron raíces ardientes, enredadas en plata. Los árboles se inclinaron. El cielo se tornó rojo, como si la luna, aún oculta, respondiera a su llamado.

Y del altar… emergió una loba blanca gigante, hecha de energía pura.

Los presentes retrocedieron. Algunos gritaron. Otros se arrodillaron, incapaces de sostener la mirada.

La loba caminó alrededor del círculo, observando a cada uno. Luego, como si recibiera una orden silenciosa, lanzó un aullido que traspasó la carne, los huesos y el alma.

Y desapareció.

—No busco ser adorada —dijo Serena con calma—. Pero tampoco ser ignorada. Los fragmentos ya no son artefactos. Son mi cuerpo. Mi espíritu. Mi voluntad.

Entonces caminó hacia el emisario del clan Zareth. Él temblaba, pero no retrocedió.

Serena extendió la mano. Tocó su frente. Solo un segundo.

Él cayó de rodillas. Lágrimas caían de sus ojos. Cuando levantó la mirada, no era el mismo hombre. Había visto algo. Algo que lo había doblegado.

—Ella… —susurró con voz quebrada— …es la luna misma.

El mensaje se esparció.

Liria ya no era solo una región aislada. Era el centro del nuevo mundo.

Algunos clanes comenzaron a enviar tributos voluntarios. Otros planearon rebeliones en silencio. Los eruditos rescataban profecías olvidadas que hablaban de una reina cuyo poder eclipsaría incluso a los fundadores del mundo.

Y en lo más profundo del continente, una fuerza dormida… despertó.

El Cónclave del Cuarto Ciclo, los guardianes del Equilibrio Verdadero, declararon la caza. Para ellos, una mujer que encarnara la luna no era una reina.
Era una amenaza que debía ser borrada del tejido mismo de la existencia.

Esa noche, Serena regresó al claro. Sola.

Miró la luna, ahora brillante, blanca y tranquila.

—Me odian… me temen… y aún así… no me detendré.

Kael apareció a su lado.

—¿Y si pierdes lo que queda de ti?

—Entonces lucharé para recuperarlo. Cada fragmento no solo me une a un destino, Kael. Me une a quienes confían en mí. A quienes creyeron que una loba podía ser más que una reina.

Kael la abrazó.

—Entonces que el mundo se incline o caiga. Pero jamás te arrodilles.

Y Serena, Reina de Liria, portadora de los fragmentos lunares, cerró los ojos y juró bajo la luna que lo peor… aún no había llegado.




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