Los meses pasaron y llegó el mes de diciembre, fechas en las que se celebraban fiestas navideñas en occidente. Conforme se acercaba la navidad, Milagros estaba más callada y ceñuda que nunca, de hecho, pasaba la mayor parte del tiempo encerrada en su recámara sin hacer ruido alguno.
A Xuan le pareció muy extraño, pensaba que alguien de su familia la visitaría o quizá ella viajaría a su país para celebrar las navidades, pero nada, llegó el día 24 y ella continuaba en casa, sola. El clima era especialmente frío y se cancelaron las clases debido a las nevadas, así que pasaron las mañanas en el departamento. Entonces alguien la llamó por teléfono y fue testigo de la transformación más drástica en ella, su rostro se iluminó al momento que emergió una sonrisa que jamás había visto en ella. Él se fue a su recámara para permitirle hablar en privacidad, no entendía nada de lo que ella decía, pero por su tono de voz era evidente que irradiaba felicidad. De la videollamada escuchó principalmente a un hombre de voz muy grave y a un par de voces femeninas, quizá sus padres y alguna hermana. La llamada duró varios minutos y al darse cuenta de que ella cortó la llamada, salió, quizá sólo por curiosidad.
De nuevo el cambio fue drástico, ella tenía un gesto sumamente sombrío, era evidente que intentaba contener el llanto, pero los sollozos salían de su pecho inevitablemente, hipando con los ojos humedecidos.
―¿Mila…? ―No pudo preguntarle nada, Milagros simplemente se puso de pie y se fue a encerrar a su recámara, en donde escuchó sus sollozos en lo bajo, y no salió por el resto del día. Xuan fue a trabajar por la tarde y esperaba verla en la noche para cenar, sin embargo, ella no salió más. Durante los días siguientes, era muy raro que ella saliera de su recámara.
Esos días fueron especialmente fríos y Xuan pescó un fuerte resfríado. El dueño de la cafetería le dio algunos días para que se repusiera, pero él no era de ir al médico, así que se encerró en casa, desesperado de que la tos y la inflamación nasal no lo dejaran dormir.
Esa misma noche, Milagros tocó a su puerta. Era la primera vez que lo hacía desde que se mudaron juntos.
―¿Puedo pasar? ―en cualquier otro momento hubiera dicho que no, pero le intrigaba saber qué podría querer ella.
―Pasa. ―Milagros entró a su recámara, viéndolo fijamente con su mirada fría.
―Te escuché toser. Tienes un resfriado muy fuerte. ¿Me permites revisarte?
Xuan frunció el entrecejo, ¿qué podría revisarle? Pero parecía que ella tomó su silencio como un sí, ya que se acercó a él tocando sus mejillas y palpando en diferentes puntos de su garganta. Las manos de ella eran suaves, tan suaves como recordaba las de su madre. Además, era la primera vez que estaba tan cerca de ella, realmente era hermosa, con un rostro aún infantil, las mejillas mucho más sonrosadas, quizá por el frío y, al verlos más de cerca, notó que el color de sus ojos había cambiado a un azul turquesa muy reflejante.
Milagros terminó de auscultarlo y sin decir nada, salió. Él la escuchó salir del departamento y lo primero que pensó era que iría por algún medicamento, así que se preparaba para negarse, no tomaría nada comprado visceralmente por una chiquilla de 17 años. Pero la escuchó regresar y no entró a la recámara de él, más bien se quedó en la cocina, moviendo utensilios, oía como cortaba algo con el cuchillo, seguido del gorgoteo de algo hirviendo.
Un par de horas después ella volvió a tocar a su puerta y entró con una bandeja con comida. Le ofreció un caldo de pollo con verdura, una bebida de limón y una taza con un líquido color caramelo.
―Come ―le dijo―. Después de comer, toma esto a cucharadas durante el resto de la tarde ―ella señaló el líquido oscuro―. En la noche vendré a ver cómo sigues.
No le dio tiempo siquiera de preguntar qué era todo eso, además, él tenía hambre y el caldo de pollo, quizá por su malestar, le parecía irresistible. Lo comió todo y dio un sorbo al jarabe que ella le dejó, tenía un sabor dulce, pero con un dejo de ajo. Su nariz se desinflamó de poco a poco y su pecho dejó de arder. Ya de noche ella volvió a tocar a su puerta, llevando un cojín caliente de semillas.
―¿Ya terminaste con el jarabe? ―dijo ella observando la pequeña taza vacía― Te traeré más para que sigas tomando a cucharadas hasta que te duermas. Ten ―le alargó el cojín―, colócalo en tu pecho. No te bañes sino hasta mañana por la tarde. Mantente caliente.
El gesto de ella cuando le hablaba era de nuevo muy distinto, sus ojos reflejaban más luz que nunca y se sentía casi maternal, tanto, que el rejego muchacho no pudo negarse a nada de lo que ella le ofrecía.
Una noche, Xuan salió de su recámara y vio a Milagros, esta vez en el comedor, estudiando como de costumbre con algo de música en español. No sabía qué tipo de música era, pero por el acompañamiento seguramente se trataba de alguna canción romántica. Él las detestaba. Después de lo que vivió con su padre, sentía que el amor sólo era una mentira barata para vender productos a los ingenuos.
Milagros se levantó en ese momento, apagó su música y se fue a duchar. Xuan aprovechó para encender el televisor de la sala en donde vio una película de ficción. Estaba por terminar de verla cuando Geyang le envió un mensaje, estaba en el río y le pedía algo de dinero prestado. Él bajó dejando el televisor encendido, platicó con su amigo unos minutos y regresó al apartamento. Milagros había retomado sus libros y esta vez estudiaba en la sala mientras el televisor sintonizaba una película romántica. Se molestó mucho, ella simplemente sintonizó otra película a pesar de que sabía que él veía la televisión y sólo salió unos minutos.