Muchos podrían decir que el doctor Zhang Kefang tenía la vida perfecta. Desde joven fue reconocido como un pediatra notable, atendía en un hospital de alta gama en el centro de Pekin, tenía una esposa muy hermosa y dos hijos que eran muy responsables desde su corta edad.
Nadie imaginaría la tragedia que le esperaba a su familia.
Zhang Xuan, su hijo mayor, regresaba de la escuela acompañado de su hermano menor, Xuan tenía 11 años en ese entonces. Llegaron a casa y justo al momento de que Xuan abrió la puerta, una mujer salió repentinamente y los empujó con fuerza en el interior.
Todo pasó muy rápido, él vio con terror como la mujer sacó una pistola y le apuntó al rostro a su hermano, disparando dos veces. En ese momento, la madre de Xuan salió de la cocina y la mujer no le dio tiempo de nada, le dio otros tres disparos. Xuan estaba por echar a correr cuando ella le disparó, sintió el golpe directo en su oreja izquierda y cayó tras tropezarse con la silla. Escuchó el gatillo de la pistola resonar un par de veces más, era evidente que se había quedado sin balas, pero prefirió quedarse inmóvil, sentía la sangre correr hacia su mejilla, quizá ella pensaría que estaba muerto y no le haría más daño. Por fortuna para él, así fue, la mujer se marchó de la casa en ese momento tras musitar que ellos no le estorbarían más. Sin embargo, ni su hermano ni su madre corrieron con la misma suerte. Xuan sintió como si todo pasara en cámara lenta, escuchó a sus vecinos entrar a su departamento, gritando aterrados y sosteniendo al muchacho que sólo veía a su familia sin vida en el suelo.
Fue llevado al hospital en donde se le tuvo que reconstruir su oreja la cual quedó casi destrozada por la bala, pero no había más heridas. Su padre llegó por la tarde, completamente alterado por lo que sucedió. La policía interrogó al muchacho y, cuando dio la descripción de la mujer que los atacó, su padre se tornó sombrío. No dijo nada, sólo salió de la habitación junto con los oficiales.
A partir de ese momento, fue como si su padre hubiera dejado de serlo. Supo que la policía detuvo ese mismo día a la asesina, una enfermera del mismo hospital donde trabajaba su padre, pero él no le dio más detalles, de hecho, ya casi ni le hablaba. Al funeral llegaron sus abuelos paternos, Kasumi y Wang, y eso fue su fortaleza ya que fueron los únicos que lo consolaron. La abuela Kasumi le insistió a su hijo que se mudaran con ellos a América, en donde tenían buenos negocios, pero el padre de Xuan se negó completamente, aunque insinuó que podrían llevarse a Xuan. El muchacho no tenía intención de irse a otro país, lejos de su padre, así que rechazó de inmediato la oferta. De haber sabido lo que pasaría después, quizá lo hubiera hecho.
Días después inició el juicio en contra de la asesina y Xuan fue llamado a declarar. Fue ahí que se enteró de lo que había pasado, esa mujer era amante de su padre y quería deshacerse de su familia para tener paso libre con él. Fue encontrada culpable, pero eso no dio paz en absoluto a Xuan. Y eso no fue lo peor, durante el juicio, el padre de Xuan intentó evidentemente defender a su amante. Ella dejó muy en claro que él no fue cómplice, pero su padre la defendía tan férreamente que llegó a pensar que quizá todo había sido idea de él.
Las cosas comenzaron a ser muy diferentes para él. Su padre dejó de interesarse en su hijo, lo trataba como si fuera algún animal callejero al que le daba comida, no hablaba con él, no convivían, ni siquiera lo acompañó cuando terminó sus estudios básicos e incluso tuvo que hacer solo el papeleo para entrar en el siguiente nivel escolar. Odiaba estar en casa así que pasaba más tiempo en las calles. Se acostumbró a llevar siempre una pañoleta alrededor de su sien entre su cabellera hirsuta para ocultar la oreja deforme que dejó aquella bala, pues detestaba que le preguntaran de cómo ocurrió, sin embargo, eso le daba una apariencia de delincuente y junto con la apatía que mostraba, pronto se ganó la fama de ser un pandillero en la escuela.
Una tarde caminaba por una zona algo solitaria cuando vio a un par de muchachos poco mayores que él caminando por la calle, contando dinero, cuando pasó otro sujeto, les arrebató el dinero y echó a correr. Por inercia. Xuan metió el pie para que tropezara y los otros dos llegaron a recuperar su dinero, pero no les fue fácil, el ladrón se defendió fieramente hasta que el más corpulento de los otros le dio un golpe en la quijada que lo dejó noqueado.
―Buen trabajo, amigo ―le dijo el más joven―, ¿cómo te llamas?
―Zhang Xuan ―respondió.
―Yo soy Bowen y él es Geyang. ¿Perteneces a alguna pandilla? ―Xuan endureció su gesto, detestaba que le dijeran pandillero sólo por su pañoleta.
―No pertenezco a ninguna ―dijo de mala gana.
―Pues es tu día de suerte ―dijo Bowen―, justamente estamos reclutando miembros. ¿No quieres unirte a nosotros? ―le mostró el fajo de billetes―, la paga es buena y el trabajo es poco. Pasamos más tiempo divirtiéndonos que haciendo dinero.
―Te puedo enseñar a pelear ―ofreció Geyang.
No esperaba algo como eso. Un dejo de rebeldía creció en su pecho. Todo mundo lo consideraba un delincuente de por sí así que, ¿por qué no serlo en verdad?
Tenía 14 años cuando se unió a la pandilla, era el más joven de todos y el resto lo trataban como a un hermano menor. Se dedicaban a acosar principalmente estudiantes, a quienes les sacaban el poco dinero que tenían y lo usaban para divertirse. Los mayores tenían trabajos de obreros, pero su paga era tan poca que encontraban una buena oportunidad en la delincuencia.