Fue muy duro para Xuan realizar todos los arreglos para el funeral de su abuela, sobre todo con esa sensación de que Mili tenía parte de culpa. Regresó a casa para ponerse ropa de duelo y desde la puerta de la recámara de Milagros pudo verla colocando un portarretratos con flores y algunas velas. Bufó imaginando que colocaba un altar para la abuela y le pareció algo de lo más hipócrita dado que ella dejó escapar a sus asesinos.
Aun así, la esperó para ir juntos al velatorio en donde fueron acompañados por algunos amigos, tanto de ellos como de la difunta Kasumi.
Al día siguiente, en el cementerio, llegó un automóvil algo lujoso del cual bajó su tío Peng. El político dirigió una mirada de tristeza hacia el ataúd de esa mujer que lo amó como si fuera su propio hijo y entonces se acercó a Xuan con un rostro iracundo.
―¡No es nada justo! ―musitó―. Eres tú quien eligió el camino de la delincuencia, fuiste tú quien eligió a esa narcotraficante como pareja, ¿por qué mamá tuvo que pagar por sus errores? ―Xuan le dedicó la más fría mirada.
―Porque tú tuviste que ir con esos narcotraficantes para decirles que Mili estaba con vida. Por eso ella tuvo que pagar, porque amaba a Mili como si fuera su nieta, y se interpuso para protegerla de esos hombres que tú mandaste.
―¿Cómo…? ¿De dónde sacas tal tontería?
―Qué triste que la abuela muriera primero, ¿no? Ella dejó testamento y sus propiedades aquí en California quedaron a mi nombre.
Xuan no quiso escuchar nada más de su tío. En cierto modo, él también fue responsable de que la dulce abuela Kasumi perdiera la vida.
Antes de partir del cementerio, Xuan pudo ver a Milagros hincada a un lado de la tumba de la abuela. Lloraba en silencio, hablando en voz muy baja, como si estuviera teniendo una emotiva plática. Entonces sintió un pinchazo de culpa, todo ese tiempo se la pasó enfadado con ella sin tomar en cuenta que Milagros también amaba a la abuela y que, a pesar de su decisión de dejar escapar a los culpables, eso debía estarle doliendo en el alma.
Regresó con ella a casa, pero aún no se sentía listo para hablar de nada con ella, así que simplemente entró a ducharse. Mientras se vestía, a su habitación llegó el olor a dumplings y cerdo asado. Milagros había preparado la cena y justo eligió los platillos con los que la abuela consentía tanto a Xuan. Bajó a la sala, pero ella no le dijo nada, sólo dejó la comida sobre la mesa y subió a su habitación.
Xuan estaba por tomar un dumpling cuando su teléfono timbró. Era el servicio diario de noticias. Boquiabierto leyó la nota: “El menonita” Lara, líder de uno de los más peligrosos cárteles mexicanos, había muerto. Abrió de inmediato el sitio de noticias y se enteró de que el padre de Milagros había fallecido exactamente el mismo día que su abuela. Como él no hablaba ni pizca de español jamás se enteró de que don Gerardo ya le había dado esa noticia a Milagros, por lo que jamás le pasó por la cabeza la posibilidad de que ella ya lo supiera. Pensaba cómo darle la noticia, como sea, quizá sería un pretexto para al fin arreglar todo ese disgusto.
Fue hasta la recámara de ella y escuchó el sonido de la regadera, ella se estaba bañando, así que se atrevió a entrar a la recámara. En su cómoda vio aquel pequeño altar que Milagros colocó el día del funeral de la abuela y, para su sorpresa, no era la foto de la abuela, sino de un hombre de gesto recio que posaba parado a un lado de su hija. Esa velación no era para la abuela, sino para su padre. Sintió como si le sacaran todo el aire del pecho, Milagros, de alguna forma, ya sabía que su padre había muerto y se tragó sola ese dolor durante esos dos días.
Milagros salió del baño vistiendo solamente una bata, asombrada vio que Xuan estaba en su recámara.
―¿Por qué no me dijiste que tu padre murió? ―le preguntó. Milagros mordió su labio con un gesto frío, ese gesto de odio combinado con dolor que descomponía sus rasgos.
―Ya no podía hacer nada con él, ni siquiera asistir a su funeral. Quería concentrarme en la abuela Kasumi.
Xuan la abrazó fuertemente sin decir nada por algunos segundos. Ninguno de los dos lloró, simplemente se quedaron así, en ese abrazo que, aunque ella no correspondió, tampoco lo rechazó.
―Perdóname ―musitó él―. No tenía ningún derecho a enojarme contigo. Pasaste por dos duelos al mismo tiempo y yo no estuve contigo para consolarte.
―Lo sé ―dijo ella, inexpresiva―. Lo siento, sé que mi hermano tuvo la culpa, pero al último momento él reaccionó, mi apá lo hizo entender… como sea, yo había visto a la muerte rodeando a la abuela, sabía que ella no lo iba a lograr y si la policía hubiera llegado… Ya había perdido a mi padre, a mi abuela biológica, estaba por perder a la abuela Kasumi, no quería arriesgarme a perder a mi hermano, ya son demasiadas muertes en tan poco tiempo.
Conforme hablaba, la voz de Milagros se iba descomponiendo hasta que al fin se soltó a llorar amargamente, dejando salir todo el dolor que tenía en su pecho. Al fin ella rodeó a Xuan con sus brazos y él no la soltó hasta que se calmó.
La ayudó a sentarse en la cama y le alargó algunos pañuelos para que secara su rostro. Entonces vio sobre su mesita de noche aquellos condones que tenían preparados por si se daba el momento.
―Aun conservas los condones a la mano ―dijo él- Milagros no dijo nada, sólo miró el paquete y asintió con la cabeza―. Mili… ya no quiero ir a dormir a mi recámara. Ya no quiero volver a estar solo una noche más.