Capitulo 2: Café negro

El tango, cada persona tiene un punto de vista diferente sobre esta música, baile cultural y originario de Caminito, La Boca en Buenos Aires, una ciudad que le dio origen a algo tan bello, nacido de la mezcla de gauchos, europeos y afro-rioplatenses.

Se caracteriza por el abrazo estrecho de la pareja, la caminata tanguera, el corte, la quebrada, y la improvisación.

Si a mí me lo preguntan, el tango para mi es música de parejas, amantes secretos, infieles, personas con el corazón roto por un amor frustrado. Es un baile de seducción, de encuentros y disputas, de pasión.

Para algunos, también es caracterizado como una danza sexual.

Se dice que la primera canción fue "Mi Noche Triste" de Samuel Castriota y Pascual Contursi, estrenado y grabado por Carlos Gardel.

Cuando Allison me hablo hace unos cinco minutos preguntándome si sabía bailarlo, yo asentí energética, es mi género musical favorito, el que llevo en mi sangre porteña, y el que bailo desde los nueve años.

Aun así, decline su oferta de bailarlo, pues no era muy buena haciéndolo sola, aun cuando había intentado pulirlo, jamás lo había perfeccionado, prefería hacerlo con acompañante.

Incluso he llegado a bailarlo con mi querida prima Julia, con mi mejor amiga Lara y con... Kaidan.

Algo en mí se retuerce con nostalgia al recordar como intente en vano enseñarle esa hermosa danza.

—¿En qué piensas?

Brinco en mi asiento del susto.

Me sorprende el que me haya hablado, pues, aunque solo hace dos días que estamos aquí, él parecía evitarme.

—Mierda Theo, no hagas eso—digo entre dientes.

El aludido se sienta junto a mí, con dos tazas de café, me tiende una.

—Lo siento, es costumbre—me dice encogiéndose de hombros.

Tomo la taza de café y doy un sorbo. Negro y sin azúcar.

—Pensaba en mi país— le digo, haciendo referencia a su pregunta. — ¿Cómo sabias que me gusta el café negro?

Se encoje de hombros antes de contestar.

—Solo soy observador.

—Pensé que me evitabas.

—No lo hacía.

—Pues no parecía.

Ambos nos miramos a la vez. Una sonrisa involuntaria tira de mis labios, y a la vez, como si estuviésemos sincronizados, miramos a la ventana y reimos, de nada en particular.

—Lo siento, suelo ser algo borde con las personas— se disculpa con un encogimiento de hombros.

—Estas perdonado solo porque me trajiste café— le respondo—, ¿Cómo supiste lo del café negro?

Sus ojos verdes escanean mi rostro, lo sé porque siento su mirada encima. No quito la mía de los copos de nieve que caen.

—Ya te lo dije, soy observador. —vuelve a decirme.

—Si claro, y yo soy Michel Obama. —respondo sarcástica.

Siento la presión de su mano en mi hombro, lo que provoca que vuelva a saltar del susto. Lo miro con los ojos abiertos.

—¿¡Me firmas un autógrafo!?

Quiero golpearle, pero entonces me harían un llamado de atención y yo no quiero eso.

Tal vez si lo hago pasar como un accidente…

Sacudo mi hombro para alejarme de su tacto.

—Ve a molestar a alguien más. —murmuro.

Ladea su cabeza, el gesto lo hace parecer adorable. Peor es cuando sonríe y dos hoyuelos aparecen.

—No quiero—contesta como un niño.

Ruedo los ojos, respiro hondo. Inhala, exhala. Mi vista vuelve al frente, los copos de nieve se funden en el suelo, provocando una leve capa de blanco que se extiende por todos lados. Bebo sorbos de café, esta algo caliente.

Espero y esta no haya sido una de esas malas ideas que tengo casi siempre.

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Los tres días en el campamento pasan rápido, me hago amiga de algunos alemanes, japoneses y pues claro, de los que vinieron conmigo.

Las actividades son variadas, jugamos cartas, contamos cosas típicas de nuestros países, hacemos actividades al aire libre como patinaje, esquí y snowboarding; también salemos a conocer State Island, aunque la nieve no es mucha, me sorprendió el poder practicar algunos deportes.

Algo dentó de mí se retuerce con nerviosismo, hago crujir mis dedos mientras observo las calles de Queens, donde deben de recojernos. Me gusta mucho este lugar, lo sorprendente es, que en casi ningún libro es mencionado, cuando posee cierta belleza-