League of Leguends: Semilla De La TraiciÓn

Capitulo I

Legión Trifariana.
Falso Imperio.
El Día del Juicio.

1 año antes de la Atrocidad en Basilisks.

"Noxus ardera, lo veré convertirse en cenizas a mi alrededor".

Palabra de Mordekaiser.

La primera legión llego en el corazón de la ciudad perfecta. Una isla mas allá de Basilisks.
Los mercados de la plaza siempre estaban abarrotados de gente y llenos de ruido, pero todo quedó en silencio cuando del mar aparecieron las poderosas naves del Falso Imperio.
Las multitudes se apartaron para formar un anillo alrededor del punto donde se esperaba que llegara aquello. Sólo cuando estuvo más cerca, la gente fue capaz de ver la verdad. Era la Legión Trifanaria, el poderío militar de los tres señores del Imperio Noxiano.
Una vez posado, de esta surgieron un montón de legionarios con alabardas y armas en mano.
Dannae Valantion formaba parte de la multitud que se había reunido allí en la playa. Le faltaban sólo tres semanas para cumplir quince años. Comenzó a oír susurros a su alrededor, y esos susurros no tardaron en transformarse en cánticos, y los cánticos en plegarias.
Un trueno retumbó en las calles y plazas cercanas. Más de aquellas naves se posaron en la playa.
El emisario llegado de la nave mostraba el símbolo de la trifarix con orgullo. Dannae notó por un momento que la visión se le desdoblaba y que entremezclaba lo que estaba viendo en ese momento y lo que había visto en cientos de formas artísticas durante su niñez. No formaba parte de los fieles, pero reconocía aquella nave, que había sido representada en imágenes con tintas de colores brillantes en rollos de pergamino. Aquella imagen se repartía en todas las escrituras.
Supo de inmediato por qué los ancianos de la multitud estaban sollozando y cantando. Ellos también habían reconocido la nave, pero no gracias a las imágenes de los códices sagrados, sino porque, muchos años atrás, ellos habían presenciado la llegada desde los mares de los mismos navios.
Dannae contempló cómo la gente caía de rodillas y alzaba las manos hacia el cielo estrellado mientras rezaba sollozante.
—Han vuelto —murmuró una anciana. Dejó durante un momento sus plegarias arrobadas y tiró de la vaporosa túnica shuhl de Dannae—. ¡De rodillas, niña!
En esos momentos, toda la multitud estaba ya entonando cánticos. Cuando la anciana intentó agarrarla de nuevo de la pierna, Dannae dio un tirón para librarse de la garra arrugado de la vieja.
—Por favor, no me toque —le advirtió la jovencita.
La tradición indicaba que no se debía tocar a aquellas que llevaban puesta la túnica roja sin que la doncella le diera su permiso. Debido al fervor que la invadía, la anciana había hecho caso omiso de esa antigua costumbre. Arañó con las uñas la piel de la joven a través de la suave seda de la túnica.
—¡De rodillas! ¡Han vuelto, los Portadores de la Verdad! ¡Han regresado de la Capital!
Dannae acercó una mano a la daga que llevaba ceñida al muslo desnudo.
—No… me… toque.
La anciana soltó una maldición en voz baja antes de retomar sus plegarias.
Dannae inspiró profundamente en un intento de ralentizar su frenético ritmo cardíaco. El aire le abrasaba en la garganta y le provocaba picores en la lengua debido al regusto del humo expulsado por la barcaza. Así que habían vuelto. Los señores del Imperio habían regresado a la ciudad perfecta.
No se sintió sobrecogida por una sensación de reverencia, ni tampoco cayó de rodillas para agradecerle al Dios de Noxus la segunda venida de sus legionarios. Dannae Valantion se quedó mirando la forma de cuervo en las insignias de la nave; de hecho habían cuervos que sobrevolaban aquella nave mientras en la mente le ardía una pregunta.
—Han vuelto —musitó de nuevo la mujer—. Han vuelto con nosotros.
—Sí, pero ¿por qué? —preguntó Dannae.
Algo se movió en la nave sin previo aviso. Una gruesa puerta se abrió y una gran rampa se deslizó temblorosa sobre unos mecanismos chirriantes. El cántico de los adoradores resonó con más fuerza, acompañado de jadeos de sorpresa y de sollozos nerviosos. La gente entonó los cánticos de la Palabra, y los últimos que todavía estaban de pie cayeron por fin de rodillas. Dannae fue la única que se mantuvo erguida.
El primero de los legionarios surgió de la nube de humo cada vez menos espesa. Dannae se quedó mirando a la figura, con los ojos entrecerrados a pesar de la exaltación reverencial del momento. Un escalofrío helado le recorrió las venas.
Pronunció una sola palabra, como si la protesta susurrada de una única joven fuese capaz de detener de algún modo lo que estaba ocurriendo.
—Esperad.
Los símbolos de la armadura que el recién llegado llevaba puesta contrastaba con las imágenes de las escrituras. Carecía de cualquier clase de adorno formado por los pergaminos sagrados que deberían precisamente declarar en una serie de líneas de escritura elegante, y tampoco mostraban los pergaminos de juramentos de los verdaderos legionarios de la Verdad.
La insignia de la armadura del individuo que había bajado era la de un cuervo que mas que cuervo parecía un demonio con forma de cuervo, con unos rebordes de oscuro tan pulidos que casi relucían como el carbón. Sus ojos eran unas rendijas rojas en una máscara facial impenetrable.
—Esperen —repitió Dannae, con más fuerza esta vez—. No son los Portadores de la Verdad.
Una anciana le chistó al oír aquella blasfemia, y luego le escupió en los pies descalzos. Dannae no le hizo caso. No apartó la mirada del guerrero de armadura negra, que era distinto, de un modo muy sutil pero innegable, a las imágenes de las escrituras que se había visto obligada a estudiar cuando era una niña.
Los hermanos del legionario surgieron del interior de la nave y bajaron hasta la plaza. Todos llevaban puestas armaduras del mismo color oscuro y empuñaban unas armas demasiado grandes para mutilar a un ser humano.
—No son los Portadores de la Verdad —insistió, elevando la voz por encima de los cánticos.
Muchas de las personas arrodilladas que la rodeaban le chistaron con vehemencia para que se callara o la maldijeron con fiereza. Dannae tomó aire una tercera vez para pronunciar en voz bien alta aquella acusación, pero en ese mismo instante los legionarios se movieron al unísono de un modo inhumano y apuntaron con sus armas hacia la multitud de adoradores. Ver aquello la dejó de repente sin respiración.
El primer legionario les habló, y lo hizo con una voz ronca y profunda.
—Gente de Cartage, oídme bien. Nosotros, los guerreros de la Trifarix, hemos jurado llevar a cabo esta tarea, y estamos obligados a cumplir con nuestro deber. Venimos a traer el decreto de nuestros señores a esta tierra impura sometido a la voluntad del Imperio por la acción de la 47.ª Flota Expedicionaria de la Gran Expansión.
Mientras el guerrero decía todo aquello, la docena de legionarios que lo acompañaban no dejó de apuntar a los ciudadanos arrodillados.
Dannae se fijó en las ballestas, y un terror inundo su mente, y un cuervo se poso cerca de ella.
—Vuestro acatamiento al Imperio se ha mantenido durante muchos años, y es con terrible pesar que la trifarix exige que todos los ciudadanos abandonen Cartage de un modo inmediato. Vuestros líderes en las otras islas recibieron la misma orden hace tan sólo unos momentos. Esta ciudad debe quedar evacuada dentro del plazo de seis días.
La multitud se mantuvo en silencio, y sus miradas mostraron una confusión y una incredulidad que sustituyeron a la reverencia que se había apoderado de sus rostros. El líder de los legionarios pareció captar la pérdida de atención de la multitud, por lo que ordeno que uno de sus cañones apuntara hacia el cielo y abriera fuego una vez. El disparo resonó con el rugido retumbante de un trueno en el centro de un valle. El estruendo fue ensordecedor en mitad de aquel silencio.
—No debe quedar nadie en Cartage en el amanecer del séptimo día. Id a vuestras casas. Reunid vuestras pertenencias. Evacuad la ciudad. Cualquier resistencia será eliminada sin contemplaciones.
—¿Adónde iremos? —gritó una voz de mujer en mitad de la anonadada multitud—. ¡Éste es nuestro hogar!
El primer legionario se volvió y apuntó con su ballesta directamente hacia Dannae. La joven tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que había sido ella quien había hablado. Los que la rodeaban tardaron mucho menos tiempo en echar a correr y salir huyendo, lo que la dejó en un aislamiento repentino.
El legionario repitió las mismas palabras, con un tono de voz neutro que no se diferenció en absoluto del que había utilizado momentos antes.
—No debe quedar nadie en Cartage en el amanecer del séptimo día. Id a vuestras casas. Reunid vuestras pertenencias. Evacuad la ciudad. Cualquier resistencia será eliminada sin contemplaciones.
Dannae tragó saliva y no dijo nada más. La muchedumbre estalló en una serie de gritos e imprecaciones. Una botella se estrelló contra el casco de uno de los legionarios y se convirtió en una lluvia de trozos de cristal. Un numeroso grupo de personas comenzó a gritar exigiendo respuestas, y Dannae se dio media vuelta de inmediato y echó a correr. Allá donde la muchedumbre no estaba huyendo se abrió paso a empujones a través del gentío.
El rugido feroz de la legión trifanaria comenzó unos cuantos segundos más tarde, cuando los mensajeros de la Trifarix arremetieron contra los pobladores.




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