La Nueva Era.
Un Señor Renovado.
"La única guerra que Importa, es la guerra santa. Es la guerra que purificara la macula dentro de tu corazón".
Astorath, el negro.
La isla que la flota de Astorath se había encontrado tenía dos nombres, pero sólo uno de ellos importaba. El primero lo utilizaba la población autóctona, y era un nombre que no tardaría en desaparecer de las páginas de los libros de historia. El segundo era el nombre impuesto por los conquistadores de aquella isla, que se mantendría durante siglos y determinaría la identidad imperial y el símbolo de la fuerza sobre aquella isla muerta.
Así era Cuarenta y Siete Dieciséis, la decimasexta isla estaba lista para ser sometida por la 47.ª Flota Expedicionaria de los Portadores de la Verdad.
La flota de los Portadores de la Verdad llegó a aquella isla cuatro semanas después de partir de las ruinas de Cartage. Una vez allí, las naves comenzaron a rodear la ciudadela flotante con la amenaza depredadora propia de unos incursores veteranos.
Las naves de combate de color gris se mantuvieron inmóviles durante ocho horas, con los motores apagados y sin hacer ningún movimiento.
Cuando llegó la novena hora, por todas las naves de la flota se oyeron los vítores de los guerreros cuando el Señor de toda la legión apareció en el puente de mando del Tempestus acompañado de Odorothon y Nemmeton. Los dos lugartenientes llevaban puestas las armaduras de combate: el primero con la de color gris común en la legión, y el segundo con la propia de los guerreros de élite.
Aquel día miles de guerreros se concentraron en la nave principal para volver a ver a su señor después de un largo confinamiento.
Astorath llevaba puesta una armadura sencilla de color gris granito, que de algún modo tenía un aspecto más regio precisamente por su falta de ornamentación. La sonrisa torcida que mostraba Astorath indicaba alguna clase de diversión oculta que ansiaba compartir con sus hijos.
—Espero que me perdonéis la ausencia —empezó a decir, y soltó una breve risa—. Confío en que habréis disfrutado de este periodo de descanso y contemplación.
Los guerreros que lo rodeaban también se echaron a reír. Nemmeton, padre de Astorath bajó los ojos hundidos en sus profundas cuencas oculares y sonrió levemente. Incluso Odorothon sonrió.
—Hijos míos, el pasado es el pasado, y ahora debemos mirar al futuro. —Astorath empuñaba el martillo en uno de sus guanteletes grises. Lo llevaba apoyado en el hombro con el aspecto tranquilo habitual—. Aquellos de vosotros que estáis asignados a otras flotas expedicionarias tendréis permiso para regresar a ellas dentro de poco, pero antes quiero que renovemos nuestros lazos de hermandad como una legión unida.
Se oyó otro rugido de vítores por los puentes de más de un centenar de naves.
—Esto es Cuarenta y Siete Dieciséis, una isla que está lejos y al otro extremo del mundo, una cultura rica y gigantesca. —La sonrisa contemplativa de Astorath se mantuvo en sus labios, aunque una leve melancolía le robó parte de su convicción—. Una isla de una gran belleza. —Se pasó la punta de los dedos por la corta barba castaña, apenas una capa de pelo de pocos días que le cubría la mandíbula—. No creo que los habitantes de esta Isla estén corrompidos de un modo irremediable, pero, como ya hemos visto, hay quien critica mis puntos de vista. Y la trifarix quiere que sea belicoso.... Así que si tanto quieren guerra, la tendrán.
Se oyeron más risas. Nemmeton y Odorothon intercambiaron una mirada sin dejar de reírse con los demás. Aquel tono jocoso no era más que un exorcismo, una manera de librarse del hedor que todavía flotaba en el aire y que había provocado la humillación sufrida. Ambos guerreros se dieron cuenta de inmediato.
—Ya habéis visto los resúmenes de los informes —siguió diciendo el señor de la Legión—. El primer capitán y el primer capellán me han informado que los comandantes de las compañías se han reunido esta mañana para discutir los objetivos y las zonas de desembarco, así que no desperdiciaré vuestro valioso tiempo. —En la sonrisa de su rostro ya no quedaba casi rastro de humor, pero él la mantuvo—.Los tres señores de Noxus desean que la XVII Legión realice sus conquistas con mayor rapidez y de un modo bélico. Si no se puede someter a un mundo con rapidez es debilidad, entonces debemos purgar esta isla hasta sus raíces. Así es como hemos llegado a esta situación.... Ya no puedo ser diplomático, ya no puedo conquistar una nación con el poder de la palabra. Noxus no me lo permite, ya no puedo unir una nación como un pacificador. Tendré que ser un destructor.
Odorothon empuñó su crozius y las garras relámpago surgieron centelleantes de los guanteletes de Nemmeton, todo al unísono.
—Hijos míos… —la sonrisa de Astorath se desvaneció con tanta rapidez que muchos dudaron de que hubiera estado sonriendo de verdad—, perdonadme por las palabras que el deber me obliga a pronunciar. No me gusta la guerra, todos lo saben, pero lo que yo mando, Noxus Ordena.
Astorath alzó su martillo de hierro negro y apuntó con ella hacia la isla que flotaba en medio del mar. Habían comenzado a formarse varias tormentas que bailaron en una compleja danza de muerte letal.
—Portadores de la Verdad: matad a todo hombre, mujer y niño que habite en esa isla, purgadlos hasta que no quede vida capaz de sobrevivir en aquel lugar —declaró el señor de la Legión, y así empezó una de las guerras que marcarían el inicio de una nueva era.
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