Legado de Amor

Episodio 10: Experiencia inolvidable

Mike.

Había sido un día agotador, Miranda y yo fuimos a los mejores lugares en Chicago para ver departamentos.

Fue maravilloso darme cuenta cuáles le gustaron a ella y cuáles me gustaron a mí.

Miranda escogía departamentos con una hermosa vista y una linda historia. Yo elegía pisos por su nivel de higiene y la calidad de sus instalaciones.

Sin embargo, casi llegando al final de la tarde, hubo uno que nos encantó a los dos.

Era amplio, sus paredes eran blancas, su mobiliario era minimalista. Las habitaciones eran grandes, así que, ella podía tener su estudio y yo mi oficina.

La cocina fue lo que más le gustó a mi Ninfa. A mí me enamoró la terraza, podía imaginarme leyéndole a mi mujer cada noche. Tomando su cuerpo a la luz de la luna.

Estaba listo para ofertar, pero Miranda dijo que debíamos tomar algunas cosas en consideración y pidió un par de días para dar una respuesta.

La agente inmobiliaria pareció entender los deseos de mi mujer, aunque, yo no entendí nada. Si nos gustaba: ¿Por qué no comprarlo y ya?

Pero, entendía que mi propósito en este mundo era complacer a Miranda.

A penas entramos al elevador, mi Ninfa saltó a mis brazos:

—Hemos encontrado un buen lugar —celebró dándome varios besos en los labios—. Seguro te adaptarás rápido en Chicago.

—¿Si te gustó por qué no me dejaste pagarlo? —indagué confundido.

—Es cuestión de negociación, Roe sabe que nos gustó el departamento, pero también sabe que este no es el único buen piso en Chicago, así que, en lugar de llamarla, ella nos llamará para darnos una mejor oferta.

Miranda sonrió y yo sonreí con ella, me encantaba cómo explicaba las cosas, era directa y no se iba por las tangentes.

—De acuerdo, pero si el lunes ella no ha llamado, lo haré yo. —Tomé a mi mujer de la cintura y la pegué a mi cuerpo—. Debo arreglar un par de cosas, pero estoy seguro de que en el transcurso de las siguientes semanas me podré mudar. Pero, te puedo ayudar con tu mudanza.

Miranda alzó la cara y me observó fijamente.

No tenía la habilidad de leer los pensamientos, pero me fue fácil descifrar que mudarse conmigo no estaba en sus planes.

—¿Quieres ir a comer o prefieres cenar en el hotel? —preguntó Miranda cambiando de tema—. Conozco un lugar buenísimo para comer, las vibras de ese lugar son fabulosas y tengo tiempo que no voy.

—¿No te quieres mudar conmigo? —cuestioné volviendo al tema.

Las puertas del elevador se abrieron y mi Ninfa casi saltó para afuera. Pero, tomé su mano y la hice verme.

—Mike siento una profunda atracción hacia ti, en serio, siento que te amo… —Tragó saliva y mordió su labio—. Pero, pienso que debemos conocernos mejor y después de un tiempo, probar si somos compatibles juntos en un mismo espacio.

—¿Después de un tiempo? —repetí como un imbécil.

Yo me estaba imaginando una vida entera con ella, pero Miranda no parecía estar en la misma página que yo.

—Sí, debemos adaptarnos a nosotros. —La miré sin entender de lo que hablaba—. ¿Viste mi departamento? ¿Viste tu habitación? Somos diferentes y no podemos unir nuestros mundos así de repente, pienso que debe ser gradualmente.

—Me gusta convivir contigo.

—Mike, vas detrás de mí recogiendo todo lo que tiro. —Miranda sonrió y rodeó mi cuello con sus brazos—. No te estoy diciendo que no, solo te pido tiempo. Nunca en mi vida me había sentido así por nadie. Pero, sé que las mejores recetas llevan su tiempo de cocción, si apresuras todo, se daña.

Yo era la prueba fehaciente de que el amor te hacía estúpido.

Acerqué mis labios a los de Miranda y disfruté de su sabor. Amaba y odiaba que fuera tan madura, pero entendí a la perfección sus argumentos.

Me separé de ella, al recordar dónde nos encontrábamos y la miré a los ojos:

—¿A dónde me llevarás a comer?

Su carita se iluminó, como si hubiera olvidado por completo que me iba a llevar a un lugar especial.

—Te encantará. —Miranda sacó su teléfono y tecleó algo a toda prisa. Luego me miró—. El lugar está a unos 30 minutos, pero la pasaremos bien.

Mi Ninfa sujetó mi mano y me llevó casi a rastras a mi moto.

Se colocó su casco y me miró apurándome con la mirada.

Subimos a bordo y en un par de segundos ya me estaba diciendo a través del casco por dónde debía ir.

Llegamos al muelle justo cuando el atardecer le cedía el paso a la noche.

A lo lejos pude divisar un barco transbordador, las luces tenues y la música clásica llegó a mis oídos y casi no podía creer lo que veía.

Había escuchado de estos barcos que salen en la noche, con pasajeros a bordo, sirven un menú y luego regresan. Siempre me dieron curiosidad, pero nunca había tenido tiempo para subir a uno.

Bajamos de la moto y caminamos tomados de las manos al barco.




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