Legnas Extras

5. La Caída

Dios:

Sin decir una palabra, Miguel se marchó del claro del bosque en dirección a la aldea. Eso me dolió, pero supe entender con su silencio que quería estar solo, así que lo dejé marchar.

Me disponía a alejarme, cuando una visión, por llamarla de alguna manera, vino a mi mente. En realidad, no era más que una vivencia de Mors, nuestra conexión era tan fuerte que ella podía saber lo que me sucedía a mí y yo lo que le ocurría a ella. Por lo general, lo ignorábamos, salvo que fuera realmente importante, como en ese momento.

Mors había descubierto que ese auge de pecadores, que al inicio yo se lo achaqué a la descendencia de Adán y Eva, era producto de las acciones de Lucifer. Él los había estado pervirtiendo y yo, de ilusa, no lo vi a tiempo. La Muerte acudió a mí en busca de un plan para erradicarlos, acabar con ellos de una vez antes de que contaminaran al resto de la humanidad. Así comenzó el Juicio de Dios. Escogimos el pueblo de Israel para que sirviera de ejemplo al resto del mundo y dejamos caer la Cúpula sobre él. Nadie podría entrar; nadie podría salir y, de esa forma, el primer sello fue roto.

Explicarles lo mucho que eso nos debilitó, sería imposible. La verdad es que no lo esperábamos; ahí comprendimos que, al ser las Creadoras de todo, estábamos directamente vinculados. Cualquier desastre natural o masacre no predestinada, era como un golpe directo a nosotras. Quisimos aparentar que nada sucedía, mucho más cuando Miguel y Rafael, al notar lo que sucedía, se nos acercaron.

Observaron aterrados todas las desgracias que sufrió el pueblo, mientras, por fuera, nos manteníamos en pie y, por dentro, nos destrozábamos. Nuestro consuelo era que estaba funcionando, o así lo creímos, hasta que sentimos llegar al mundo al primer Nefilim.

Lucifer, al declararnos la guerra, no se refería a un enfrentamiento directo, pues sabía que estaría perdido. Su idea era darme donde más me dolía, los humanos, y, para eso, copuló con las mujeres, trayendo al mundo gigantes despiadados cuyo único propósito era destruir lo que tanto esfuerzo me había costado.

Miguel, Gabriel y Rafael fueron en nuestra búsqueda. Se habían reunido con Lucifer para hacerlo entrar en razón, con la esperanza de que volviera a ser el Arcángel que un día fue y no el demonio en el que se estaba convirtiendo. Fue en vano.

Tuvieron un enfrentamiento que no hizo más que acabar con todo lo que había a los alrededores. Lucifer tenía a todo un ejército junto a él y, aunque Miguel, Gabriel y Rafael eran de las criaturas más poderosas que existían, no pudieron hacer mucho. Uno era una Sanador, otro un Profeta y solo uno de ellos era un Guerrero. Si bien no podían morir, estaban en desventaja, mucho más cuando su hermano sacó su última carta.

Siete demonios.

Soberbia, Avaricia, Lujuria, Ira, Gula, Envidia y Pereza.

Sí, sé que ya los conocen bien… Los Siete Pecados Capitales.

Juro que cuando lo supe, quise morir. Había estado tan concentrada en los humanos que ni siquiera sentí la presencia de una fuerza tan maligna.

Cuando los tres Arcángeles notaron que la influencia de los demonios los estaba afectando, desaparecieron. Desesperados, me buscaron y me pidieron, no, me exigieron matar a Lucifer. Ya no había nada del Arcángel de luz pura que una vez habíamos conocido; ellos lo sabían bien, pero yo me negaba a verlo.

Con el miedo latente en mi interior ante la posibilidad de tener que enfrentarme a Lucifer y matarlo, subí al Cielo en compañía de Mors. Miguel, Gabriel y Rafael, a pesar de que no los invité, ascendieron también y con solo un chasquido de mis dedos, el Arcángel descarriado apareció frente a nosotros.

Confundido, miró a su alrededor y al notar nuestra presencia, sonrió de medio lado; de esa forma tan macabra que consiguió erizar cada poro de mi piel.

—Vaya, vaya, pero si está la familia completa. ¿Cómo están?

Ninguno contestó así que se concentró en sus hermanos.

—¿Saben? Nunca pensé que vería el día en el que el gran Miguel, líder de la Milicia Celestial, huyera de una batalla como todo un cobarde.

El aludido presionó los dientes con fuerza.

—Ha sido lo más divertido y gratificante que he visto en siglos. Verte alejarte con el rabo entre las patas.

Miguel dio un paso al frente, pero sus hermanos lo detuvieron. Lucifer simplemente río como un lunático.

—¿Se puede saber qué hago aquí? Estaba a punto de divertirme con dos hermosas mujeres.

—Has copulado con ellas —murmuré.

—¿Celosa?

—No, pero fui muy clara cuando dije que estaba prohibido intimar con humanos.

—Hace mucho tiempo que dejaron de importarme tus órdenes; justo cuando me di cuenta de que no significábamos nada para ti.

—Lucifer…

—¿Qué hago aquí, Vitae? No quiero volver a preguntar.

«No lo pienses más», proyectó Miguel en mi mente. «Sabes que tienes que hacerlo. Es imposible que no notes lo corrompida que está su alma».

Sí, lo noté, claro que lo noté. Esa aura brillante, pura como ninguna otra que poseía, ya no estaba. Ahora era oscuridad absoluta, maldad en su estado más puro, pero… ¿Y si no todo estaba perdido?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.