Verónica
Si mi padre no me suplica que viniera esta noche no lo hubiera hecho, no tengo ningún problema con él, pero mi madre es otro asunto. Es una mujer difícil de llevar y a veces exasperante, no sé cómo mi papá pudo casarse con ella.
Veo las calles que recorremos mientras estoy en el asiento trasero del coche y este brinca al transitar por las avenidas, mi hermana mayor va en el lado izquierdo viendo por la ventana y mi madre está en el puesto de copiloto. Cualquiera que viera esta escena digna de retratar diría que somos una familia ejemplar, y la verdad es que es una descripción demasiado alejada de la realidad. Sé que Susana no tolera a nuestra madre, así que me sorprende mucho que ella haya aceptado esa cena familiar.
Aún no sé qué quieren decirnos, así que me armo de paciencia para poder resistir el tiempo que compartiremos. Permanecemos en el auto en absoluto silencio, solo se escucha el sonido de la radio que mi padre tiene encendida y el ruido peculiar del carro.
Me habría encantado aceptar la invitación de Carlos, de hecho, estuve muy cerca de decirle que sí. Pero ya me había comprometido con mi papá desde hace dos días, cuando casi se me arrodilla. Esto es una cita familiar.
Cuando llegamos al restaurante, mi padre debe esperar unos segundos a que otro auto salga del parqueadero para poder estacionarse, ya que, el estacionamiento está saturado. Al centrar el coche bajamos de él cerrando las puertas, con excepción de mi madre que espera algo y no sé qué es, hasta que veo a mi papá abrirle la puerta y darle la mano para que baje del carro, parece una reina descendiendo del carruaje. Mi hermana y yo nos miramos diciendo que no con la cabeza, sin embargo, nos mantenemos sin hablar, en vez de una familia, parecemos un grupo de extraños que actúan con amabilidad porque tienen una cena de negocio.
El restaurante me resulta familiar y recuerdo que hace muchos años solíamos venir, es un lugar con mesas de madera de pino, luces tenues y música clásica. Al llegar a la entrada mis padres van delante y mi hermana y yo detrás de ellos, mi madre susurra algo al empleado en la puerta y este asiente mientras nos guía al segundo piso en donde tenemos una mesa reservada.
El segundo piso tiene casi todas las mesas ocupadas, al llegar a la nuestra nos sentamos y mi padre vuelve a tener un gesto caballeroso con mi madre al rodarle la silla para que tome asiento.
Mi hermana voltea los ojos —¿A qué se debe esta cena tan elegante? —Susana recibe el menú que con amabilidad un mesero le entrega.
—Hija, por favor —mi padre ojea el menú —cenemos en paz y luego conversamos —él está a su lado y coloca la mano en el hombro de Susana —todos ordenamos y el mesero se marcha.
Suspira y expande los ojos —no papá —da una sonrisa de boca cerrada —si acepté venir a esta cena con —mira a nuestra madre —esta señora era con la condición de que me dirían qué se traen entre manos.
—¡Susana! —mi madre golpea la mesa —respétame —señala a mi papá —y respeta a tu padre.
Se ríe y da unos aplausos —¿Pides que respete a mi papá? ¿Tú me pides eso?
Comienzo a extrañar el silencio que había en el auto. Apoyo mi codo en el reposabrazos de la silla y alcanzo a escuchar murmullos de las demás personas a nuestro alrededor.
—Susana por favor baja la voz —expando los ojos e intento que se dé cuenta cómo nos están mirando.
—Está bien —pasa los dedos por sus labios fingiendo que es un cierre —solo quiero que está señora nos explique por qué nos invitó a tan elegante lugar.
—Hijitas las citamos aquí —mi padre y mi madre se toman de la mano poniéndolas en la mesa —para decirles que hemos decidido reconciliarnos y arreglar nuestro matrimonio.
Mi hermana se ríe arqueando su espalda y colocándose la mano en la boca, luego vuelve a su posición normal en la silla. —Esta es la reconciliación número mil quinientos noventa y uno, ¿No? —dobla el dedo índice sobre los labios y mueve las pupilas de los ojos hacia arriba —sí, estoy casi segura que esa es la cuenta que llevo.
Yo arrugo la cara —¿Esto es verdad o es un mal chiste?
—Estamos hablando muy en serio —mi mamá arquea una ceja.
—¿Y para esa estupidez nos citaron aquí con ese misterio? —Susana sigue riéndose —hubieran creado un grupo de WhatsApp cuyo nombre sería “los irreconciliables” y listo, allí nos mantienen al tanto de su relación interminable.
Mi padre hace un puño con su mano derecha y golpea la mesa haciendo que el salero y la pimienta se tambaleen —¡ya basta Susana, te prohíbo que nos hables de esa manera!
—No papá, Susana tiene razón —trato de hablar en un tono de voz neutral para alivianar un poco la tensión —tú y mamá terminan y vuelven desde que tengo memoria.
—¡Exacto! —Susana acomoda su cabello poniéndolo por detrás de los hombros —cuando la señora decida irse con un prototipo joven te volverá a dejar tirado como un juguete viejo.
—¡Respétame! —aprieta los dientes y expande los ojos —¡soy tu madre y sin importar que haya pasado merezco respeto!
—¿Eres mi madre? ¿Hablas en serio? —pone la mano sobre el pecho doblando la muñeca —porque yo solo recuerdo como te ibas con otros hombres y me dejabas en casa con Verónica, una niña de seis años cuidando a su hermana de tres —toma aire —y mi papá se enteraba que lo habías abandonado cuando llegaba del trabajo —a Susana se le escapan algunas lágrimas mientras habla —¡tú no sirves para ser mamá, no sabes hacerlo!
—¡Suficiente! —a mi padre le brotan los ojos —te exijo que dejes esas cosas en el pasado, es mejor olvidarlas.
—¿La estás defendiendo? —intervengo y mi voz se quebranta, casi no me salen las palabras —esta mujer con la que te quieres reconciliar solo nos ha hecho daño y tú lo sabes porque a ti también te lo hizo —intento contener las lágrimas, pero se me escapan solas —no entiendo cómo puedes permitir que alguien te pisotee de esta manera papá.