Verónica
Luego de que grabamos el video y lo entregamos a los organizadores del concurso de baile, pasó una semana más para que nos citaran a una casa donde viviremos todos los participantes el tiempo que duremos en la competencia.
Hacemos el recorrido con diecinueve parejas porque la número veinte no se presentó a tiempo. Aún no sé los nombres de mis contrincantes, pues, nos están mostrando las distintas áreas de la casa. Una chica con lentes, camisa y una falda corta nos dirige dando detalles y señalando las reglas.
—En este pasillo se encuentran cuarenta habitaciones y reconocerán la que se les asignó al ver su nombre escrito en la puerta —ella lleva en sus manos un sujeta papeles y tacha algo de la hoja con un bolígrafo —cada pareja tendrá un coreógrafo a su disposición, será su mentor y el encargado de montar la coreografía que presentarán cada semana.
Ella continúa caminando y los dedos de su mano se doblan formando una seña que indica que debemos seguirla, todos obedecemos yendo detrás igual que unos polluelos que siguen a su madre. Nos detenemos en una sala amplia con muchos muebles adornados con cojines, a lo lejos se ve la cocina y un comedor extenso con las cuarenta sillas correspondientes a cada participante.
—Allá se encuentra la cocina donde habrá un chef y varios ayudantes que les prepararán exquisitos platillos, esta es la sala —señala apuntando hacia arriba con su dedo índice y dándole vuelta en el aire —el resto de la casa la pueden explorar por su cuenta cuando terminen de instalarse —sonríe —por ahora tomen asiento.
Carlos y yo buscamos puesto y nos sentamos juntos. Los cojines son pomposos y la tela con que están forrados es suave como un oso de peluche.
—Los jueces que los evaluarán serán los mismos que conocieron en el día de su audición —la chica continúa hablando —si quieren ganar deberán sacar una buena puntuación, y es mi deber informarles que mientras estén aquí no podrán salir más que para eventos que organicemos nosotros, claro está que en caso de una emergencia extrema dicha norma no tiene validez —aclara su garganta y choca sus manos —no pueden mantener relaciones sexuales en esta casa y la comunicación con el exterior está permitida —alza el dedo índice igual que una madre que regaña a su hijo —siempre y cuando no revelen información del concurso, y si lo hacen quedarán automáticamente descalificados.
Un hombre levanta la mano —¿Y si una de las parejas está casada si pueden tener sexo?
Todos ríen —aquí no hay esposos —acomoda sus lentes hacia atrás empujándolos con el dedo —lo sabemos porque cuando llenaron su planilla de inscripción en ella les pedíamos que proporcionaran cierta información, como por ejemplo si eran casados y cuál era el nombre de su pareja.
El hombre que hizo la pregunta asiente con su cabeza mientras respira profundo y acomoda su posición en el sofá.
—Eso es todo por el momento —se señala en el pecho —si tienen alguna duda o inconveniente no duden en consultarme, ahora sí pueden pasar a sus habitaciones donde los espera su equipaje para que se instalen.
Se ponen de pie y el tumulto de personas colisionan al tratar de salir de la sala, me siento igual que cuando en un bus de viaje debo esperar que los demás bajen para poder hacerlo yo con tranquilidad. Con una mirada me doy cuenta de que Carlos esperará a que el lugar se vacíe, así que acomodo un cojín sobre mi espalda y me pongo cómoda.
—¿Y qué te parece todo hasta ahora? —Carlos pone la mano en mi muslo y yo agito un poco la pierna para que la quite.
Me encojo de hombros —ni bien ni mal, igual ya estamos aquí y no nos podemos echar para atrás.
—Lo sé —señala con su cabeza —¿Te fijaste que aquellos dos tienen algo? —hace referencia al hombre que hizo la pregunta del sexo.
Sonrío —eso me pareció.
Ya casi todos han abandonado la sala con excepción de otra persona y nosotros. Al levantarme siento un cosquilleo en mis dedos porque la mano de Carlo rozó con la mía, se me eriza la piel y no sé dónde debo colocar la mirada. En verdad esta incomodidad es tediosa y hace que las cosas sean más extrañas de lo que ya son.
Él ignora el roce de nuestras manos, pero noto de reojo que sonríe. Mi mente no puede evitar traer a memoria el día que nos besamos en la casa del árbol. Esa noche cuando fui a descansar estaba tan molesta conmigo misma por haber permitido que hiciera eso.
Después de todo lo que me costó mantener límites sanos en mi amistad con Carlos, no puedo permitirme un desliz que me haga sufrir de nuevo, no soportaría algo así otra vez.
Yo estuve perdidamente enamorada de él.
Soporté ver varias chicas pasando por su vida, la más reciente fue Amanda y aún me sorprende mi capacidad para aguantarme todo eso y sufrir en silencio. Hubo un día en que me armé de valor para decirle lo que sentía, pero me acobardé cuando me contó que planeaba pedirle matrimonio.
Desde ese instante determiné matar ese sentimiento y aceptar mi puesto en su vida, no fue fácil, pero lo logré.
Sacarte a alguien del corazón es sencillo cuando no tienes que verlo a diario, pero con Carlos no podía darme ese lujo, él siempre estaba presente siendo dulce y amable conmigo.
Y no.
No acepto que mi corazón deseé despertar cosas que enterré hace mucho, por mi propio bien no lo voy a permitir. Sueno muy terca, pero el dolor que experimenté en aquellos días fue intenso y no quiero sentir algo así de nuevo.
No sé qué pensará Carlos del beso que nos dimos, pero por suerte dejó de insistir en hablar de ello. Yo estoy muy lejos de reconocer cualquier sentimiento que no sea amistad hacia él.
Ignorando mis pensamientos camino por el pasillo, él va detrás de mí. A la izquierda están las habitaciones de las mujeres y a la derecha la de los hombres, mi cuarto se encuentra frente al de Carlos y son las penúltimas del lugar.