Entonces veo nuestros nombres y fotos en la pantalla de esta forma: pareja eliminada “Carlos y Verónica”.
Damiano continúa hablando para despedir el show y las personas del público ovacionan frente a una cámara que cuelga de unos tubos en el techo y que recorre cada uno de los puestos. Giro hacia mi contrincante y le doy un apretón de mano mientras asentimos, luego me despido de Estela con un beso en la mejilla. Vero pasa los dedos por sus ojos secando las lágrimas y les da un abrazo a ambos.
Sigo ahí de pie apretando los labios y con la mirada fija hacia las escaleras que dividen las gradas donde está el público. Ahora mismo pienso en el orfanato y en los niños y el resto de personas que están viendo el show, quizás estén llorando porque sus esperanzas se fueron por la borda. Pero bueno, así son las cosas para algunos de nosotros, damos todo por alcanzar un objetivo luchando a capa y espada y sin importar el esfuerzo no lo logramos.
Las luces más brillantes se apagan, quedando encendidas solo aquellas que iluminan el lugar sin tanta extravagancia. Las cámaras finalizan su transmisión y salimos de ahí rumbo a la mansión, al llegar las otras dos parejas se despiden de nosotros con abrazos y algunas lágrimas que reflejan sinceridad. Irene, quien también está llorando, nos indica que afuera está un taxi esperándonos.
Asiento y voy al cuarto quitándome el traje que traía puesto dejándolo en la cama, pues, no me pertenece. Recojo mis cosas chequeando dos veces para cerciorarme de no olvidar nada. Me visto con unos shorts y una camisa blanca con zapatos deportivos.
Salgo de la habitación cargando la maleta en mi espalda y en la sala está Vero ya lista, se vistió con una camisa negra, un jean y unas sandalias. Sentada en el sofá conversa con Javier y le da un abrazo que viene acompañado de más lágrimas, su mentón permanece posado en el hombro de él y levanta la mirada observándome. No hace falta palabras para que entendamos lo que sentimos en ese momento.
Bajo la mirada cortando ese contacto visual e Irene aparece en la sala para acompañarnos a la salida. Vero, no le presta atención, pues, se queda ahí, pero yo la sigo hasta salir del jardín y viendo el taxi me monto en el asiento trasero. Pasa un tiempo cuando ella llega y se sienta a mi lado, nos miramos de nuevo y luego cada uno voltea la cabeza viendo por la ventana. El chofer mirando el espejo retrovisor nos pregunta hacia donde nos dirigimos y hablando individualmente le damos la dirección correspondiente.
—Pensé que vivían juntos —el taxista gira el volante —digo como son pareja eso pensé.
Por lo visto el show llegó a cada rincón del país y ahora todo el mundo nos conoce y sabe que somos “novios” —no, ya no —añado sin quitar la mirada de la ventana, pero siento que ella me observa por unos segundos.
Cualquiera creería que hablaríamos durante el camino a casa, pero no fue así. Ninguno de los dos estaba con ánimos de conversar, además mi cabeza no para de pensar en todos los problemas que se vienen en el orfanato.
Cierro los párpados e imágenes y voces llegan a mi mente, abro de nuevo los ojos y deseo que esos recuerdos se vayan, si fuera posible los eliminaría de mi cabeza para siempre. A veces se manifiestan como una pesadilla que parece nunca terminar y a pesar de que avancé mucho estos últimos años, todavía quedan cicatrices en mí que de una u otra forma me llevan de regreso a ese lugar aborrecible.
Cuando algo sale mal de forma automática, mi cerebro recopila los peores momentos de mi vida y abre un nuevo archivo para añadir la situación actual. Esta vez fracasé en una competencia y no obtuve el dinero del que dependían muchas vidas, pero también perdí a Verónica. Me llevé el premio doble y no es una recompensa agradable.
El taxi se detiene en un ligero freno que lo deja frente a mi edificio, tomo la manilla de la puerta y la abro y antes de cerrarla atrapo a Vero siguiéndome con la mirada. El chofer baja, abre la maletera y agarro mi equipaje.
—Hasta pronto Vero —le digo por la ventana dándole una sonrisa porque no quiero irme sin despedirme de ella.
Sus ojos están hinchados —hasta pronto Carlos —me devuelve la sonrisa.
El auto arranca y lo veo perderse en la noche. Camino a la entrada del edificio y al ingresar el portero me recibe con un abrazo.
Se separa —en mi opinión don Carlos, usted y la señorita Verónica bailaron mejor —alza su pulgar.
Asiento y sonrío —gracias hombre, pero ya te he dicho que no me digas don —sigo hasta el ascensor y pulso el botón de mi piso.
Respiro profundo cuando las puertas se abren y cargo la maleta en mis brazos para no hacer ruido por el corredor. Extrañaba el aroma a manzana y canela del producto de limpieza que usan las empleadas para trapear el pasillo, la mezcla de esos dos ingredientes se ha vuelto un olor que amo.
Saco las llaves de mi bolsillo y la puerta de mi vecina se abre poco a poco. Como es de costumbre, doña Telma lleva puesta una bata floral, rollos en su cabello y una crema facial de color verde.
Le doy una sonrisa y asiento mientras cierro la puerta. Me sorprende lo bien desarrollados que están sus sentidos, es como si tuviera un radar que la alerta cuando alguien camina por el corredor. Me intriga saber si solo lo hace conmigo o también con el resto de personas que viven en este piso.
Observo el departamento y luce impecable gracias a que di la orden en administración para que una empleada se encargara de asear el tiempo que yo estuviera participando en el concurso. Podré quejarme de las vecinas chismosas, pero del aseo de este lugar jamás.
Voy a la cocina y abro la alacena agarrando una botella de licor, la coloco en el mesón y luego halo la puerta del refrigerador tomando del dispensador de hielo tres cubitos y depositándolos en un vaso de vidrio. Sirvo el trago y me siento en el sofá, sé que el alcohol no va a solucionar mis problemas ni los del orfanato, pero tiene buen sabor y ayuda a olvidar las cosas por un momento.