Llegó la hora de ir a la clínica y voy en camino. Amanda me dijo que ella se iría en taxi con el niño. Tenía la intención de pasar a recogerla, pero pensándolo bien prefiero estar solo en el coche. Gracias al cielo no hay nadie de por medio que pueda sabotear los exámenes. Confío en Camilo y sé que lo que sea que digan esos papeles será la verdad definitiva, aquella que me permitirá tomar una decisión.
Anhelaba que Vero estuviera aquí conmigo, pero lamentablemente no se pudo. Después que salga de esto me concentraré en convencerla para que hablemos, es mi último intento, así que apuesto todo, de todas formas, no tengo nada que perder.
Llego a la clínica y frente a ella no hay espacio para estacionarse, entonces resuelvo parquearme a una cuadra para luego caminar hasta ingresar. La recepcionista al verme me deja pasar, puesto que ya Camilo le había informado que iría. Entro al elevador oyendo el zumbido que hace al subir.
En el ascensor hay una pareja que ingresó conmigo. Han comenzado a besarse y manosear sin importar que yo esté allí. Suspiro y mantengo la mirada frente al espejo esperando que las puertas se abran. Llego a mi destino y salgo de ese elevador antes que comiencen a procrear. Lo primero que me consigo es a Amanda en el pasillo sentada en un banquillo con las piernas cruzadas, mientras con su mano derecha mese el coche de Andrés.
Camilo sale de una oficina, lleva puesta una bata y un estetoscopio cuelga de su pecho. Dos sobres están en sus manos y me entrega uno y el otro se lo da a Amanda.
—Tuerce los labios y alza las cejas —ahí están los resultados, ya pueden abrirlos.
Rompo el borde de ese sobre, igual que un niño que abre sus regalos de navidad. Saco la hoja, comienzo a leer y de forma inmediata observo a Amanda.
—¿Son exactos estos exámenes? —ella asiente y alza una ceja.
—Muy exactos, yo mismo los supervisé —dice Camilo.
Respiro profundo y me mareo —¿Entonces soy papá? —esto tiene que ser una broma, o a lo mejor sufrí un accidente mientras venía a la clínica y estoy alucinando.
Mueve las manos —sí, Carlos, no hay ningún error en estos exámenes, así que felicidades —se encoge de hombros.
—Te aseguré que Andrés era tu hijo, pero tú pensaste que soy una cualquiera y dudaste de mí.
Pongo la mano sobre mi frente y me recuesto a la pared mientras leo de nuevo la parte que dice 99,9999% de compatibilidad. Trago en seco y siento un dolor de cabeza que se intensifica en mis sienes. Ahora, para completar mi caótica vida, tengo un hijo con mi ex, que por cierto está loca.
—¿Estás bien? —Camilo me observa.
Muevo la cabeza hacia los lados —sí, es solo que —muevo la mano con la que sujeto la hoja —me comenzó a doler la cabeza.
Amanda se levanta y toma el coche de niño, camina hasta estar frente a mí y se ríe —necesitas tiempo para procesarlo, eso lo entiendo —tiene una expresión de satisfacción —así que te espero en el departamento, y también tu hijo —lo señala.
Camina hasta el ascensor y lo último que veo es su rostro sonriente desaparecer cuando las puertas se cierran.
Me siento mientras paso las manos por mi cabello y suspiro —Camilo, dime la verdad, ¿Esto fue un chiste o una broma de tu parte? ¿Cuánto te pagó Amanda para que hicieras esto?
Aprieta los labios —no, no es nada de eso —suspira y se ríe —cuando vi los resultados tampoco podía creerlo, pero al final todo apunta a que ella siempre te dijo la verdad.
Bufo —sí, supongo que así fue —doblo la hoja y la guardo en mi bolsillo —yo pretendía librarme de todo esto hoy, y ahora resulta que Andrés es mi hijo.
—¿Y qué piensas hacer? —mete las manos en su bata y se recuesta a la pared.
—No lo sé, —rasco mi cabeza —tengo un hijo con mi ex, que por cierto vive conmigo haciendo de la tranquilidad a la que estoy acostumbrado un caos. Es desordenada, no sabe cocinar y no respeta mi privacidad, mi apartamento ya no es mío, más bien es de ella y yo parezco el invitado.
—Te compadezco…
—“Doctor Camilo Gomes, se le solicita en el área de pediatría” —una voz habla por las bocinas en la esquina de la clínica.
—Me tengo que ir Carlos, —hace una pausa —pero te aconsejo que hagas lo que te dicte tu conciencia.
Asiento —está bien, eso haré —bufo —gracias por todo.
Él se marcha y yo me quedó sentando en esa banca con la mirada fija en el piso de cerámica. Medito en todo porque aún me parece una mentira. Ahora que lo pienso, fue mejor que Verónica no viniese conmigo, aunque tarde o temprano se enterará de que tengo un hijo.
Decido irme de allí. Ingreso al elevador y camino por el lobby, siento que todo me da vueltas. En el auto me quedo un momento quieto mientras mi cabeza deja de revolotear. Al encenderlo no tengo ni la más mínima idea de a dónde ir, no quiero ir al departamento ni tampoco al orfanato. En momentos como estos solía recurrir a Verónica, pero ahora no es una opción.
Tengo rato dando vueltas por toda la ciudad sin un rumbo en específico. Hay una calle en particular por la que he pasado varias veces. Me llama la atención porque hay un parque en esa avenida, así que decido parquearme y entrar en él, pues, ya me cansé de conducir.
Es un parque con una extensión inmensa, el césped está en un verde intenso y hay muchos árboles repartidos en cada rincón. Distintas parejas están sobre una manta, abrigados por la sombra que les brindan los árboles. Camino poco a poco por un sendero de cemento mientras mantengo las manos en los bolsillos y respiro con lentitud para que el aire fresco invada mis pulmones. Llego a un puente de madera en el que por debajo pasa un río cristalino en donde se logran ver algunos peces y patitos nadando.
Allí me detengo y me recuesto sobre el barandal para apreciar el paisaje al mismo tiempo que pienso en todas las cosas. Siento la mente exhausta, y en vez de buscarle una solución a la situación, lo único que hago es distraerme con pequeñeces como ver la forma en que la gente alimenta a los patos en el río. Siempre que imaginé tener un hijo, pretendía que todo fuese perfecto para cuando naciera y las circunstancias han contrariado por completo ese deseo. Soy un caos y ni siquiera soporto, ni quiero estar con su madre.