La canción termina y pauso la reproducción en la televisión, Verónica vuelve la mirada hacia mí después de limpiar sus lágrimas. Su maquillaje se ha corrido un poco y su nariz está roja.
Acaricio su mejilla y limpio una lágrima de su ojo derecho —no llores, no me gusta verte así.
Da una sonrisa de boca cerrada —no pude evitarlo, lo siento.
Con mis brazos puestos en la mesa, mis dedos juegan unos con otros —¿Y qué te pareció todo esto?
—La cena estuvo deliciosa, el vino, todo —toma aire —gracias por atreverte a decirme lo que sientes.
Sonrío —no tienes por qué darme las gracias, y para ser honesto creo que ya lo sabías.
—Quizás si —hace la mirada a un lado —pero de todas maneras no importa, estoy comprometida.
Asiento —lo sé, y créeme cuando te digo que este es mi último intento por recuperarte —respiro profundo y suelto una ligera risa —no creas que me apareceré en la boda esperando escuchar la frase que dice: “que hable ahora o que calle para siempre”.
Ríe —siempre podremos ser amigos.
Paso la mano por detrás de mi cabello y alzo las cejas —eso si tu futuro esposo lo permite.
Ella tuerce los labios y justo ahí entiendo. Aunque no lo haya dicho claramente, su respuesta sigue siendo no. Por loco que suene no me siento mal, por el contrario, estoy satisfecho de haberme arriesgado y decirle lo que siento. A pesar de que no obtuve los resultados que esperaba, esto es una prueba de que nunca me rendí sin importar que estuviese todo en mi contra.
Dios dame las fuerzas que necesito para dejarla ir, porque después de todo, el amor no es egoísta, y reteniéndola en mi corazón, siento que lo soy. Mis ojos se tornan llorosos y continúo jugando con mis dedos igual que un niño mientras ambos permanecemos en silencio.
—Carlos, yo —aprieta sus labios y pasa los dedos por sus ojos limpiándose —tú eres muy importante para mí, es solo que no puedo hacerle esto a Javier.
—Lo entiendo perfectamente—pongo mi mano sobre la de ella —no te preocupes, yo estaré bien y solo espero que tú seas muy feliz.
No sé de donde estoy sacando fuerzas para decir esas palabras, muy dentro de mí siento que todo se derrumba. Quiero cerrar todas las puertas de este apartamento y hacer que ella se quede aquí para siempre. También desearía poder detener el tiempo para que este momento nunca terminara.
Ella retira su mano de la mía y siento como si me arrancaran un pedazo de carne del corazón —me tengo que ir.
—De acuerdo —me levanto de la silla y esta hace un ligero sonido al arrastrar sus patas en el suelo —te acompaño a la puerta.
Ella también se levanta y camina hasta el sofá donde reposa su pequeño bolso, acomoda su cabello y limpia por última vez sus lágrimas. Yo la observo de arriba abajo mientras aprieto los puños, quisiera tener una excusa para hacer que se quede.
—Gracias por todo de nuevo —sostiene el bolso por su tirante con ambas manos—fue un detalle muy lindo.
—Gracias a ti por venir —tomo aire y juro que hago un esfuerzo enorme por contener las lágrimas —te extrañaba.
Sonríe aún en medio de sus lágrimas, luego camina lentamente hasta la puerta. Yo me le adelanto y giro la perilla de la puerta para que pueda salir. Ya nos hemos despedido tantas veces que perdí la cuenta, ahora solo estamos ahí de pie uno frente al otro esperando algo y no sé exactamente qué es.
Extiendo los brazos y ella se lanza sobre mí para responderme el abrazo. Acaricio su cabello y siento mi hombro mojado por sus lágrimas. La aprieto con fuerza contra mi cuerpo mientras escucho sus sollozos.
—No llores —mantengo mis brazos alrededor de su torso —por favor no lo hagas, como tú lo dijiste seguiremos siendo amigos, esto no es una despedida.
—Te amo.
¿Qué?
Mi corazón salta de alegría, la esperanza resucita de nuevo para verla al rostro mientras limpio sus lágrimas con mis pulgares —también te amo.
Poco a poco el contacto de su cuerpo con el mío va desapareciendo. Ella se aleja y nuestros dedos índice y corazón se resisten a separarse. Da la vuelta, luego separarnos por completo e inmediatamente comienzo a extrañarla.
Muevo mi brazo derecho como si mi cerebro no supiera lo que hace, pero mi corazón sí. La halo de regreso a mí y estampo mis labios a los suyos. El beso afirma cuanto se extrañaban nuestras bocas y con mi mano izquierda tiro la puerta para cerrarla. Sus manos acarician mi cuello y mi cabello y yo deslizo las mías por su espalda baja hasta llegar a su cintura.
Nuestros labios siguen la danza del beso, puesto que mordidas y demás caricias nacen de forma armoniosa. Vamos dando pasos y nos dirigimos a la habitación. En vista de que no recibo ninguna negativa de su parte, continúo con lo que mi corazón dicta.
Giro la perilla de la puerta de mi habitación con torpeza, mi mano agita el pomo hacia arriba y abajo hasta que cede y abre. Pasamos al cuarto y ella me quita la camisa mientras yo bajo la cremallera de su vestido. Así seguimos hasta que de forma casi instantánea nos quedamos en ropa interior.