Lemniscata

Nuevo comienzo.

Imagina que la historia que a continuación te voy a contar ocurrió hace unos años, cuando en nuestro nuevo planeta no se había descubierto aún las verdaderas consecuencias que provocaba el miedo sobre la raza humana y lo único que sabias de estas era lo que se leía en los libros. Imagina que eres una joven que está empezando su adolescencia, y cuya mayor preocupación es que el chico que te gusta te corresponda, o que seas aceptada en tu nuevo instituto, o que la pubertad se termine rápidamente para dar paso a la adultez. Son preocupaciones sencillas y normales para una preadolescente ¿Verdad? Sin embargo, para mi Aria García Sánchez, esas no eran mis preocupaciones.

Tenía 11 años cuando me detectaron la anomalía en el cromosoma, al presentar síntomas de la enfermedad de Wilson, la cual es una enfermedad con una incidencia de alrededor de 1/50.000. Esta, viene acompañada de la acumulación de cobre en los tejidos, manifestada por síntomas neurológicos como dificultades de coordinación o temblores, cataratas y enfermedades hepáticas. Por lo tanto mi preocupación a lo largo de toda mi adolescencia fue mantenerme viva.

La enfermedad había traído a mis padres un gran miedo que ocultaban tras un agujero negro, que más tarde o temprano acabaría estallando y destruyéndolos, y todo por mi culpa. Desde mi diagnóstico, mis padres trataron de llevar una vida normal, fingiendo que no había pasado nada, que todo estaría bien, a pesar de que tarde o temprano acabaría siendo un simple recuerdo para ellos, un fantasma de su memoria.

Por aquel entonces vivíamos en la ciudad de Valerian, una pequeña ciudad cuyo mayor atractivo era el bosque de Shervy, el cual contaba con un área protegida en donde se encontraban plantas de todo tipo. La ciudad contaba con un total de 5,013 habitantes, todos ellas concentradas en un mismo espacio, rodeado por cuatro bosques: el de Shervy, Frost, Zeon y Drumbia En ella mi padre ejercía como doctor y mi madre como investigadora del genoma humano. Como comenté con anterioridad era un pueblecito muy pequeño, tanto que las noticias se propagaban más rápido que la chispa de un cigarrillo sobre un prado seco o estallaban más rápido que la pólvora. La noticia entonces de mi rara enfermedad fue rápidamente conocida en el pueblo, lo cual conllevó a miradas de pena, lástima, tristeza por parte de personas a las que apenas conocía. Si ya era duro confrontar mi enfermedad día a día lo era aún más con la gente observándome. Recuerdo como fue mi regreso al centro después de mi primera operación por un fallo hepático, todos tratando actuar con normalidad, pero las miradas, los susurros me seguían a todos lados recordándome mi enfermedad. La única que no cambió su forma de actuar fue mi mejor amiga Lena, quien me trataba como si nadie hubiese cambiado y quien junto con mi familia estuvo a mi lado en todas mis recaídas y operaciones, apoyándome y recordándome que debía de ser fuerte porque por muy pequeña que fuese la probabilidad de que saliese de esa situación detrás de la oscuridad siempre hay luz y que la esperanza es lo único que se pierde. Ella junto con mi familia fueron mi gran apoyo durante estos últimos 6 años. Es por ese motivo por el cual me encuentro ahora en lágrimas, ya que mi madre ha sido contratada para realizar una investigación acerca de la enfermedad Genar13, la cual implica una mudanza y la separación de Lena.

Llegamos a nuestro nuevo hogar un viernes de finales de agosto, con el objeto de instalarnos de manera definitiva y conocer la zona. Llevaba cerca de un año sin presentar ningún síntoma, por lo que mi deseo de no ser reconocible por mi enfermedad podía ser posible. La gente me miraría sí, pero sólo por ser la chica nueva y no por ser la chica que había salido en el periódico del pequeño pueblo de Valerian. Era lo bueno que traía la mudanza a parte del mar y la montaña que rodeaban la ciudad, que hacían de Paradise Beach, un pequeño paraíso a pesar de que contaba con una población de 75.134 habitantes.

Los primeros días de mi mudanza a mi nueva ciudad los dediqué a decorar mi habitación así como mi estudio de ballet. Mi afición por este vino a los 4 años, cuando mis padres me llevaron a un teatro a ver "El cascanueces" por Navidad, y ahora lo seguía como una manera de lucha contra mi enfermedad. El ballet era para mi enfermedad como una metáfora. En él se necesita fuerza, equilibrio y perseverancia para mantener tu postura, para hacer algunas acrobacias, para no rendirte a pesar del dolor... para sobrevivir a mi enfermedad se necesitaba de estas para seguir adelante, resistir y sobre todo luchar para vivir. Los restantes días a mi comienzo de clases los pasé releyendo cuentos que había acumulado a lo largo de los años en mi pequeño rincón de lectura con vistas al mar, acumulado de un sinfín de cojines y una silla colgante que me recordaba a un columpio que tenía cuando era pequeña. Aquel rincón junto con el de baile eran mis lugares favoritos de la casa, dado que cuando estaba en ellos me olvidaba completamente de quien era. 

Pasaron los días, y con el paso de estos llegó el primer día de clases. Mi nuevo centro me recordaba al laberinto de uno de mis libros "El corredor del laberinto", dada la gran cantidad de pasillos los cuales parecían que no tenían una salida. A pesar de todo era un buen centro o eso decían mis padres, indicando que tenía un gran departamento de ciencias y de artes. Después de esquivar a varias personas que: se saludaban, se abrazaban, se besaban y evitando la mirada de estos y sus cuchicheos, a los cuales no les encontraba sentido ¿Es que acaso creían que por hablar más bajo no me iba a enterar de que hablaban de mí?, llegué a mi nueva aula donde varios pares de ojos me miraron con curiosidad. Ahora sí que era definitivo. Hola nuevo comienzo.



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En el texto hay: romance juvenil, secretos, drama

Editado: 07.09.2019

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