El Serafín
— ¡es tu culpa! mi hija están desgraciada por ti —gritaba desgarradoramente, mientras zarandeaba de un lado a otro a la pequeña, que entre llanto y lágrimas, intentaba desahogarse. Un golpe seco, la mejilla enrojecida por el choque, ella quedó en silencio.
Fue empujada y tirada a un rincón de la habitación, se quedó quieta, fingiendo haber caído en la inconsciencia, hasta que los pasos se escucharon lejanos y el estruendoso ruido de la puerta siendo cerrada, la tranquilizo. Gateo hasta meterse dentro del armario, se sentó en una esquina y se cubrió por un montón de ropas y mantas, tratando de solo parecer una montaña de desorden. Sus lágrimas resbalaban y caían en su blusa. Tan inocente como lo suele ser todo infante, se lamentó por todo lo que sucedía en su tan corta vida. Hubiera llamado a su mamá y esperado a correr hasta ella, escondiéndose entre sus faldas como todo pequeño, deseando ser consolada y escuchar esas palabras cargadas de cariño, que parecían hacer desaparecer todos los males del mundo, quizás así creía ella que eran las cosas, siempre presentaban escenas de esa índole en las telenovelas que suele ver su abuela, mientras ella se escondía en la oscuridad de la alcoba. Pero no, no pasaría, su tan amada madre, no la levantaría y la sostendría entre sus brazos, no le llenaría el rostro de besos, ni intentará calmar su llanto. En lugar de eso, la empujara para que cayera de nalgas y empezara de nuevo a llorar, burlándose de ella, diciéndole que es un completo estorbo, que ni siquiera sabía porque la había tenido, no hacía nada más que arruinar su vida con su sola existencia.
Creyó que con el pasar de los años las cosas mejorarían para bien, que tal vez por alguna mágica razón, el instinto maternal despertará en su progenitora. Se tuvo que sentar a esperar, jamás sucedió, todo fue de mal en peor. A principios de abril se festeja su noveno cumpleaños, varios de sus familiares fueron, no porque quisieran celebrar su día, sino más bien porque se festejaba el aniversario de bodas de sus padres. “Abril” gritaba su abuela, mandándola a cada cosa que se le pudiera venir en mente, con tal de mantener metida en la cocina a la niña. Que nombre más creativo, dirían algunos, pues cuando no eres deseado es normal que te pongan la primera cosa fácil y nada difícil de pensar.
Aquella noche del 18 de abril, todos estaban totalmente alcoholizados, perdidos por la bruma del momento, la música y el olor a tabaco. Abril, temprano fue mandada a dormir, pero no podía hacerlo, las paredes retumbando por el volumen de la música, no la dejaban. La puerta de su alcoba rechino, por las viejas bisagras, su tío, uno de los hermanos mayores de su madre entró. Fingiendo falsa amabilidad, entre sonrisas y sonrisas, buscando iniciar conversación con la pequeña, pero ella no comprendía, que iba a entender una menor de solo nueve años, a la conversación de un hombre ya mayor, que hablaba su mismo idioma, pero a la vez no parecía serlo, no entendía nada de lo que llegaba a decir, creía que solo estaba divagando.
Sus sentidos entraron en alerta, cuando la mano del mayor empezó a acariciar la piel desnuda de su rodilla. Se sentía extraño su toque, su mente le gritaba que debía salir corriendo de allí, intentó levantarse pero los brazos de su tío la llevaron para atrás, recordándola en el colchón. No le gustaba lo que estaba sucediendo, tenía miedo, empezó a gritar, empujar, morder, arañar, hasta que una de sus manitas alcanzó el rostro ajeno y lo araño. Aprovecho la distracción y los quejidos ajenos, se levantó lo más rápido que pudo, corrió como si el diablo estuviera pisando sus talones, llegando a tropezar y caer en reiteradas ocasiones, se golpeó y raspo un poco parte de la barbilla, pero no le importo, ella debía llegar hasta donde estuvieran sus padres o cualquier otro adulto. Al llegar a la primera planta de la casa, busco con la mirada y los encontró, los vio sentados en unas sillas cerca a la chimenea. Con sus pocas fuerzas que le quedaban, llegó casi arrastras hasta los pies de sus padres. Entre lágrimas les contó lo que había sucedido, pero poco les importo o quizás decidieron no crecer, así no tendrían que tomarle atención.
— ¡eres una completa mentirosa! —Le gritó su abuela, al escuchar sus palabras — ¡y las mentirosas, merecen un castigo!
La sujetó por los cabellos y la arrastró hasta llegar a la cocina, abrió a patadas la puerta del sótano y de un empujón, hizo que rodara escaleras abajo la pequeña. Quedándose inmóvil en el suelo, respirando con dificultad, aguantándose las ganas de gritar. La puertecilla del lugar se cerró, dejándola en la completa oscuridad, su pierna izquierda quizás estaría rota, no lo podía saber con seguridad, pero lo que Abril, si sabía, es que todo su cuerpo era un infierno en vida para ese momento. Sus ojos se sentían pesados, su respiración apenas peleaba con llegar a regularizarse, se sabor a hierro inundaba su paladar, todo se fue apagando, el frío del mosaico, apaciguaba su dolor, terminando por quedar en la completa inconsciencia.
La luz en sus ojos de repente fue bastante molesta, había bastante movimiento, ruido. Estaba en una camilla de blancas sábanas, tan tiesas como el mismo papel, a su lado, había un montón de personas vestidas de blanco, atendiendo a una señora no mayor de los cuarenta años. Uno de los jóvenes del personal noto que estaba despierta, salió de la habitación y llamó a otro doctor, que ni lento ni perezoso llegó en pocos segundos, tocando, analizando, escribiendo algunas palabras en un grupo de papeles, no existía ningún rostro conocido en aquel lugar, no sabía si sentir miedo por ello o sentirse segura, sus emociones eran un caos total.
Los minutos pasaron, hasta que todo se sumió en un completo silencio. Media semana pasó, ninguna visita, ya la habían dado de alta, una enfermera la llevaba en una silla de ruedas hasta la salía y ahí, estaba su tan famosa abuela. Esperándola apoyada en un taxi, con un rostro tan duro como el mármol mismo, de mala gana la levantó y subió a la parte trasera del auto, metió las muletas en el maletero y se marcharon, pero antes de irse la enfermera le dio una paleta y le dijo que no fuera tan traviesa para la próxima vez. No comprendía el contexto de sus palabras, hasta que estuvo en casa, su abuela contándoles una historia fantástica a las vecinas chismosas del barrio, sobre cómo había caído accidentalmente por las escaleras del sótano, al estar haciendo un berrinche. No se lo podía creer, deseaba ella en ese mismo instante gritarles a todos la verdad, pero no debía, el zapateo constante de la punta del zapato ajeno, era una advertencia.
Aquel mes siguiente, fue otro infierno con distinto nombre. Nadie de la familia deseaba hacerse cargo de ella, por ello, contrataron a una enfermera, que no hacía otra cosa que dormir, comerse todo lo que estaba en la despensa y pasársela horas y horas sentada chateando. En el transcurso de esas horas Abril, debía apañárselas, para llegar al cuarto del aseo y hacer sus necesidades básicas, sin morir en el intento, sus huesos aun dolían, los hematomas apenas tenían señal de querer desaparecer, su estómago constantemente rugía como una jauría de jabalíes, pidiendo por comida, lo poco que llegaba a comer, cuando se acordaban de alimentarla, no le bastaba.
Y así, pasaron un par de años más, entre los intentos de sobrevivir y aprender a sobrellevar las cosas. Abril, ya se encontraba a pocos meses de salir de la preparatoria y a un pie de entrar a la universidad. Su carácter de había endurecido, su rostro siempre neutral, molestaba a algunas personas, que tomaban a mal, su falta de afecto o apego con los demás. No era su culpa, ella nunca llegó a recibirlo, como podría dar algo de lo que carece. Busco ese algo, entre caricias frías y roses que no la hacían sentir nada más que el vacío, se preguntaba en incontable veces ¿Cuál era su motivo de existir? No hubo respuesta, ni alguien que se dignara en responder por ella.
Entonces un día, la respuesta le llegó de golpe. Presenció en varias ocasiones inmensas injusticias, personas demasiado débiles, que no se sentían capaces de seguir adelante. Se preguntaba ¿tan patética me veía? Pero no, eso es ser humano, tener y contar con debilidades. Comprendió que haya afuera había quienes podrían necesitar ayuda, necesitar de ella, entendió al fin, que había encontrado el motivo de su existir, deseaba ayudar a quienes no podían levantarse por sí solos, brindarles de su apoyo y estar allí presente para ellos, cuando decidieron extender sus alas y volver a empezar, porque todos alguna vez en la vida, necesitaremos de una mano amiga.