En la locura está la razón y quien diga lo contario seguro está cuerdo, pues en la cordura se esconde la infelicidad, se acurruca en las entrañas y presiona hacia adentro implotando el alma y quitando la sonrisa.
El fino roce entre la sensatez y el desastre es el artista de las emociones y el pintor de aquellas miradas impasibles, tenues o vivaces, llenas de matices que de alguna inexplicable forma te lo dicen todo. Taciturna e indiferente; algunas veces terca e intransigente, otras gentil y volátil, así parece ser la mente. Pero quien sabe, quizá sea mejor no saber y seguir soñando, porque soñar es bonito y más aun si es despierto.
Me gusta desvariar, siento que sana el espíritu y reconforta la mente de aquellos momentos de cruda sensatez, infame e impetuosa, siempre buscando el porqué de todo, aun sabiendo que algunas cosas es mejor no entenderlas.
A veces me encuentro estoico e impasible, otras ufano y vivaz, pero siempre recluso en la perpetuidad de la incertidumbre, con su tan avasalladora presencia, algunas veces, también tenue y sutil. Quien diga que vive en la completa felicidad, miente, y lo digo con toda la seguridad que mi disrupción y desequilibrio mental permiten. Creo que la ventura eterna solo se alcanza con la muerte, cuando dejas de ver, oír, sentir y pensar.
La vida está diseñada para que lo tengas todo y a la vez nada, para que conozcas la dicha y el dolor, para que llores hasta quedar exhausto y rías hasta perder el aliento, pero jamás te quedes en un solo estado. En cambio, con el fin llega la oscuridad y el silencio, desapareciendo los estímulos y sumiéndote en un imperecedero estado de impoluta e imperturbable paz.
Dichoso aquel que sonríe y también quien llora, pero más aún quien entiende que para alcanzar la plenitud hace falta primero aceptarse y descubrirle el velo a las propias emociones y recuerdos que pugnan por salir de lo más recóndito de sus entrañas. Necesitamos liberarlos y dejarlos ser lo que son hasta que armonicen con nuestro ser sin pretender entender, llegando a convertirse en parte del poema de la vida, nuestra vida, y es que cada individuo es un verso diferente, algunos hermosos y otros una calamidad innombrable, amalgamada con desdicha y tragedia. Allí, en la distopía mental ocasionada por la paranoia y la desesperanza, reposan placidamente la belleza, el amor y la tranquilidad cubiertos por el delgado y suave manto de la infame y cruda realidad cuya complejidad y alternancia pretenden desbocar la poca razón que conservo.
Tal vez algún día el raciocinio venza a la psicosis o tal vez no, solo sé que hay cosas que es mejor no saber.