Estrujan el alma, recuerdos de antaño, perversos y nada complacientes.
En los caminos del eterno, desesperanza se divisa, incólume e indolente, presta a recordarle sus más terribles pesadillas.
Surgen de lo profundo del ser atisbos de lúgubre felicidad, cuya malintencionada hermosura, corrompe el delicado manto que recubre la espléndida belleza de la razón.
Entenderá usted si mi verborrea en exceso adornada termina siendo hasta inprocesable para el más ávido lector, sin embargo, sabrá que no siempre es necesario entender para sentir y que a veces con solo sentir se logra comprender.
Tome usted estas líneas y desmenúcelas a su antojo, estrújelas hasta que queden como su alma, en pedazos tan pequeños como el mismísimo polvo cósmico. Luego sople, sople fuerte y deje que todo lo arrastre el viento, que se lo lleve la negrura de la noche o la claridad del día, pero que se lo lleve.
Déjelo ir, aprenda a soltar hasta que entienda que mientras menos tragedias lleve, más espacio habrá para la escurridiza y momentánea felicidad. No busque razones, pues no las hallará. Sonría, huela una flor, siéntese desnudo sobre la tierra y entienda que usted es un átomo más en la inmensidad del cosmos y la profundidad de la tragedia a la que llama vida.