30/09/15
Hora: 13:43
Cementerio.
Mucho gusto Cameron Blake, mi nombre es Annie Adams.
Se supone que debo de estar asustada ¿no? No deberías sorprenderte cuando te digo que no es la primera vez que le escribo a un muerto.
Al recibir tu carta me quedé helada, realmente. Pero ya me lo esperaba. Aunque no te conozco pareces ser de esas personas que no quieren ser olvidadas, y que quieren que su partida sea en grande.
Pues amigo mío, así es, o por lo menos así lo veo yo.
Me encontraba llorando al lado de Nate, que por supuesto no sabía lo que estoy haciendo. Él también estaba hecho un mar de lágrimas.
No sé si sea de cuerdos decirte que también estoy perdidamente enamorada de ti. He descubierto, estos últimos días, que a mi corazón le gusta acelerarse por ti.
Porque, para enamorarse no se necesita besarse, ni tocarse. Enamorarse abarca incluso pensamientos, ¿no has escuchado de esos amores platónicos?
Como buenos amigos que somos, he leído la carta y he corrido (de veras, sin parar) hasta la casa de Nate, he tocado y en cuanto él ha abierto me he tendido en sus brazos a llorar.
-¿Qué ha pasado, Annie?- preguntó él, alarmado.
Yo le tendí la carta y él se ha tomado un tiempo en leerla y releerla, en entender tus palabras. Le he explicado lo nuestro (si es que se puede llamar así) asintió y luego se cubrió la cara con las manos.
Nos quedamos unos minutos así hasta que él dijo:
-Me han dado una beca en medicina.
-¿Qué?
-Es lo que Cameron quería que fuera, y… me apasiona. Supongo que debe de estar feliz, desde donde sea que esté.
Le abracé y empecé a felicitarlo. Luego Nate me hizo prometer que no volvería a abrir otro sobre sin la compañía de él, asentí y el volvió a explotar en llanto.
-Cameron siempre me salvaba, y yo a él. Era como un pacto. Y no pude hacer nada por su muerte, le he fallado.
-Claro que no, sabes que no tienes para nada la culpa. Lo estás salvando ¿sabes? Él no quería sentirse olvidado, y sé que lo recordaras hasta el último de tus días. Harás lo que te gusta, lo que él quería que hicieras, sólo buscaba tu felicidad. Esa es otra forma de recordarlo.
Asintió otra vez, y unos minutos después me sorprendió dándome un gran abrazo. Yo se lo devolví con cierta pena y le di una vaga sonrisa triste.
Nos quedamos unos minutos así, acurrucados el uno al otro, hasta que por fin me animé a decirle:
-Nate, necesito que me hagas un favor, ahora mismo.
-Claro, dime.
Nos montamos en Leo, el viejo carro asesino, que ahora le he empezado a coger cariño – hasta le pusimos nombre-, y llegamos al coliseo, donde Rick suele entrenar.
Salí disparada del pobre vejestorio, iba con toda la decisión del mundo, hasta que sentí que una mano me retenía.
-¿Qué?- le dije.
-Entendí la parte de que quieres ver a Rick, pero no la parte de que le quieres hacer.
-Quiero… Todos estos años me ha hecho sentir como cualquier cosa, arruinó mi familia y todo en mi vida. Y lo soporté ¡Lo soporté! ¿Pero es que acaso no leíste la carta? Rick le hizo daño a Cameron, le amenazó, le hizo llorar.
-Annie, tú no sabes lo que hicimos en aquel momento, te aseguro que recibió su merecido.- me empezó a acariciar la palma de la mano, y con un gesto me indicó que volviéramos al carro.
-No me imagino que podría ser.- dije con sarcasmo.
-Te lo juro. Anda, ¿Qué vas a ganar diciéndole obscenidades? ¿Crees que podrías hacerle algún daño?
Asentí con arrogancia y me solté de sus caricias, que me ponían la piel de gallina. Luego nos dirigimos a Leo.
-¡Satánica!- sin voltear supe de quien era la voz. Y nunca jamás me alegré tanto de escucharlo.
-¡Mira qué lindo! El idiota y la bruja en una cita romántica.
¿Pero cuantos años tenía Rick, seis?
Nate llegó como por arte de magia a mi lado, y me susurró:
-No le pongas cuidado, Annie. Escúchame a mí.
Pero las consoladoras palabras de Nate no sirvieron de nada, volteé y vi la despreciable cara del chico que por tanto tiempo me había hecho daño. Vi sus ojos, cargados de odio, y su sonrisa maliciosa preparándose para otro insulto.
-A lo mejor ahora está con Nate, y ahorita vendrá con Cameron. ¿Lo desenterrarás? ¿Cómo creen que saldrán sus hijos? ¿Tal vez con rizos? ¿Tendrán tus ojos verdes o los azules de él? No, creo que más bien saldrán… muertos.
El seguiría siendo la misma persona, miserable, hundiéndose cada vez más en sus penas, porque ya no tendría nadie con quien desahogarse. Yo ya no era un blanco fácil, y tampoco dejaría que Nate ni tú lo fueran.
Esperé, esperé a que se acercara como siempre lo hacía, esperé a que estuviera delante de mí, y le lancé una patada a su entrepierna. En ese momento Nate explotó en risas y a decir verdad, yo también.