Segundo sobre.
17/08/15
Mi abuelo no era un tipo elegante, mucho menos sofisticado. Reía constantemente en un tono elevado, y según los vecinos, molesto. Usaba sarcasmo en cada frase que decía, y se la pasaba buscándole burla y broma a todo lo que lo rodeaba.
Mi abuelo no era para nada especial.
El solo se quitaba la comida de su boca para dárselo a los demás. Mi abuelo ni siquiera era buen abuelo.
Solo nos venía cada día a ver, con miles de bromas nuevas y juguetes. Se sentaba en el piso a pesar de la edad y no le importaba ni su columna ni el espantoso frio que hacía, no le importaba montarme a caballito durante horas, ni jugar con Caro a las barbies hasta quedarse dormido. No le importaba ayudarme con las tareas, ni más adelante llamarme a darme consejos de la vida.
El ni siquiera merece que le llame abuelo.
Sus ojos verdes resplandecientes, buscándote soltar una risa. Sus mejillas coloradas que tanto me gustaba apretar. Su bigote de mil colores que se podía divisar aun desde lejos, su panza, cómoda y suave, en la que solía dormitar por horas.
Sus historias, en noches de desvelo. Sus grandes anécdotas, y sus más ocultos sueños.
Papá es un término más acertado para él.
Aun no entiendo por qué mueren las personas buenas. Porque si la vida se tratara de eso, mi abuelo sería inmortal.
Recuerdo aun todavía el día en que me dijo que estaba enfermo. Me senté a su lado, ya estaba demasiado viejo para aguantar mi peso en su regazo. Y yo ya estaba demasiado viejo también para sentarme allí y jugar con su bigote.
Yo sabía lo que me iba a decir, lo sentía en el pecho, justo donde está mi corazón. Lo sentía de la misma manera en el día en que murió.
El me preguntó que si recordaba el día en el que viajábamos y nos gastamos todo el dinero en videojuegos. Yo asentí, luego tomó aire y me preguntó que si recordaba lo que me había dicho aquel día.
Lo recordaba como si hubiera sido ayer. Estábamos ya próximos a llegar al pueblo, pero increíblemente hambrientos y solo nos quedaban un poco de dinero, lo suficiente para dos comidas. Paramos en un estacionamiento y empecé a comer, con tantas ansias como si al siguiente día se fuera a acabar el mundo.
Sin embargo, veía que mi abuelo estaba concentrado en dirección opuesta a mí. Volteé a mirar y me encontré con una señora, un bebé y un niño.
Los tres tenían muy mala pinta, el bebé lloraba desesperado, y la mamá no sabía cómo hacerlo callar. El niño entró al establecimiento y empezó a pedir monedas o cualquier cosa que le pudieran dar para saciar su hambre y la de su familia.
Nadie le dio nada. Ni siquiera lo voltearon a ver. El niño ya se estaba yendo con la cabeza gacha, cuando de repente veo que mi abuelo se levanta de la silla y le ofrece el puesto a la mamá y al niño. Luego, le ofrece su plato de comida y les otorga una sonrisa.
Pidió disculpas porque no tenía nada más que ofrecer, la señora le tomó de las manos y le agradeció.
Yo simplemente no podía comer después de la acción de mi abuelo, acto seguido, le tendí mi plato al niño y miré al abuelo.
El me dio una sonrisa tan grande como el universo mismo. Y luego empezó a llorar.
Una vez en el carro, me abrazó y me dijo que de eso está hecha la vida. Yo en ese entonces no pude entender la complejidad de sus palabras.
Pero, yo cuando llegaría a mi casa, podría comer hasta reventar. La señora y sus hijos no. Yo podría comer cuando se me antojara, tal vez ese fue el único plato del día que pudieron probar ellos. Yo aguantaría hambre unos solos minutos, ellos… Ellos Vivian así.
Asentí a mi abuelo, claro que recordaba ese viaje. Lo recordaría cada momento de mi vida.
Él me dio una vaga sonrisa y no dijo nada más, sabía que no tenía que decirme con palabras todo lo que aprendí con él. No tenía que decirme con palabras todo lo que aprendí de él, y todo lo que él quería que fuera. Lo sabía, lo sabía más que mi propio abuelo.
Unos días después me llamó por teléfono. Yo estaba en una fiesta de Lia, me encerré un cuarto y contesté de mala gana.
-¿Qué pasa, Abuelo?- grité, para que pudiera oírme por sobre todo el escándalo que había.
-Hijo… ¿Cómo te encuentras?- dijo con voz ronca.
-Bien, bien.- tomé una pausa.- ¿Necesitas algo?
-Solo hablar contigo.- respondió.
Yo me estaba perdiendo la mejor fiesta del año, me estaba perdiendo de bailar con Lia, me estaba perdiendo de la diversión. Por Dios, que ingenuo era.
-Abuelo, ahora mismo estoy ocupado.-me rasqué la nuca con impaciencia.
-Oh, ¿llamo en mal momento?
-No, es que… Dime rápido que necesitas.
-Lo siento, lo siento.- repetía él.
-Por favor, habla rápido.
-Lamento ser una carga para ti, Cameron. ¿Siempre la he sido?