Letras a muertos.

Cosas de hermanos.

Cuarto sobre.

21/08/15

Dicen, por lo menos mi abuelo decía, que jamás en la vida vas a llegar a entenderte y amar a alguien tanto como lo haces con tu hermano. Realmente cuando él decía eso Caroline y yo soltábamos carcajadas y nos burlábamos. Aunque, claro, eso no duraba mucho, a los minutos yo ya le estaba gritando y ella me lanzaba pequeñas –y aunque no lo crean- dolorosas patadas y puños.

Antes que todo empezara se podría decir que llevábamos una relación de hermanos buena. Yo jugaba con ella a tomar el té, y a cambio ella guardaba el secreto de la fiesta que había hecho la noche pasada.

Claro que como todo hermano normal no sueles preocuparte mucho acerca de hacerla sentir bien, es más, ciertas veces se te escapan palabras que no quieres decir, y todo termina hecho un mar de lágrimas. Por lo menos Caroline era así, y siempre, minutos después me sentía como el peor hombre y hermano del mundo, por eso la invitaba a un helado y todo volvía a la normalidad.

Justo ahora creo que mi abuelo tenía razón- como siempre- un hermano es aquel que sin importar las peleas, los regaños e insultos, y también contemos lo chantajes, siempre estará ahí para ti.

Pero sin embargo es muy tarde para darme cuenta, porque he decidido que me iré, y lo que más me duele de todo es dejar a Caroline.

Me duele no poder volver a ver su sonrisita inocente al despertarte en la madrugada para que toque el piano. También aquella sonrisa malévola cuando toda la culpa recaía sobre mí.

Extrañaré la presencia de su pequeña cabeza sobre mi hombro, mientras le contaba cuentos acerca de pandas y koalas (que resultaba ser el mismo cada vez) y las interminables tardes viendo las películas de Harry Potter.

Hasta extrañaré cuando adornaba mis rizos con flores y brillantina, y le hacía pequeñas trencitas, que al siguiente día se me era imposible de quitar.

Como solía coger sus pinturas, y mientras yo dormía hacía de mi rostro un gran cuadro artístico.

Ya no habrá nadie que me haga reír al ponerse tacones de mamá y jugar a ser una mujer, recuerdo que pensaba: ¿Por qué quieres serlo? No hay nada bueno en ser mayor. Pero ella se divertía enormemente usando pintalabios y lápiz, así que me callaba e intentaba contener las carcajadas.

No habrá nadie que me haga sentir como un niño otra vez al obligarme a tendernos en el patio y contemplar las nubes buscando figuras en ella. Ni mucho menos al jugar a las barbies, aunque siempre mataba a los kenes.

-¿Por qué necesitas a un hombre para ser feliz?- recuerdo soler decirle a las muñecas viudas.

Caroline de inmediato rompía en llanto y como castigo ese día no podía salir.

Y aunque todo eso y más fue lo que viví con ella, lo que más me parte el alma es lo que no podré hacer junto a Caroline.

Cuando sea tan mayor y no necesite de mí para calmar sus pesadillas.

Cuando no necesite ningún cuento mediocre por su hermano, y a cambio de eso, ella misma tenga historias que contar.

En el momento en que no vea películas en su casa comiendo palomitas conmigo, si no con su novio y amigas.

Cuando ya sea lo suficientemente mayor para saber usar sus propios tacones, y su pintalabios no lo use para besar a sus muñecos.

No le podré repetir aquellas palabras ¿Por qué necesitas a un hombre para ser feliz? Cuando sufra de un corazón roto. Ni mucho menos actuar del hermano celoso cuando vuelva a sonreír por otro hombre.

¿Por qué quería serlo? No hay nada bueno en ser mayor. Me repetirá ella, yo le abrazaré tan fuerte para que olvide todos sus problemas, y luego le daré pequeñas palmaditas en su cabeza como lo hacía cuando me decía que me quería.

Luego de terminar su carrera, se casará, y apuesto a que será un hombre que cuente con mi aprobación y la de mis padres. Me daré cuenta que ya no es una niña, pero sonreiré porque estoy orgulloso de lo que es ahora.

Y luego vendrá la mudanza y todas aquellas cosas en la que ayuda un hermano. Finalmente me convertiré en tío, y estaría tan feliz que me saltarían lágrimas, ella me vería y me daría un abrazo, porque sabe que odio que me vean llorar.

Ya no verá las nubes conmigo, si no con su esposo e hijos, y reirán y se divertirán como lo hacía cuando era joven.

Cuando ahora sea yo él que esté viejo, ella cuidará de mí como cuando yo lo hice cuando ella era solo una pequeña niña.

 Y el día de mi muerte, junto a mi esposa e hijos, llorará, como cuando peleábamos. Hará un profundo discurso y sus lágrimas no cesarían hasta tiempo después.

Cada semana vendría a visitarme, con rosas rojas, y me contaría como le iría en su vida, como cuando los dos éramos jóvenes. Y sentirá que estoy ahí, porque las palabras le fluirán a la vez que lo hacían cuando miraba mis ojos.

Finalmente me superará, y nadie vendrá además de mis hijos y sobrinos, que me recordarán como un gran padre y tío.



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En el texto hay: cartas, amor y sufrimiento

Editado: 01.04.2018

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