Letras a muertos.

Mamá.

Décimo sobre.

02/09/15

Tomé aire y lo contuve durante unos minutos antes de cruzar la puerta, sabía que nada bueno me esperaba una vez que la cruzara, pero, ya no creía posible más dolor.

Exactamente, ¿quién estaba detrás de ella? Una mujer, que busca mi perdón, y que me es imposible dárselo.

¿Por qué? ¿Por qué una madre sería capaz de regalar a su hijo? A aquella criatura que llevó consigo durante nueve meses, aquel pequeño con el cual sus corazones sincronizaban.

Tal vez algo malo sucedía conmigo, tal vez nunca nadie me querría.

Todos mis pensamientos me inundaron, se apoderaron de mí, que no me había dado cuenta de las lágrimas que salían sin parar.

¿Cuántas cosas más me habrían ocultado mis padres? ¿Mi abuelo? Él, la persona que más admiraba en el mundo, mi persona favorita. Aquél hombre que me enseñó que la honestidad es lo más importante ante todo.

¿También eso era mentira? ¿Sus te quiero? ¿Sus lecciones? ¿Alguna vez mi familia me vio como parte de ella?

-Hola, Cameron.- dijo ella una vez estuvimos frente a frente.

¿Cómo se atrevía a pronunciar en voz alta un nombre que ella ni siquiera eligió?

Te relataría cual fue mi reacción, pero resulta que no lo recuerdo. No recuerdo nada de lo que hice, ni de lo que dije, sólo el vago recuerdo de unos segundos después, estar arrodillado en la cabecera de su cama.

Mis sollozos se convirtieron en desgarradores gritos, que sin poder explicarlo, al escucharlos mi corazón se encogía del miedo. Era como si una parte de mí, la más salvaje, la que se encontraba muriendo, me controlara.

Luego, las frías y huesudas manos de Esperanza cogieron mi rostro, y me obligaron a mirarla fijamente.

Sus ojos, llenos de melancolía lloraban al unísono con los míos. Era hermosa, y apuesto a que en su juventud también debió serlo.

Pero algo más había en esos ojos tan deslumbrantes y bellos, en esa expresión. No era como al mirar a Caroline, que me inspiraba ternura, inocencia.

Esperanza cargaba culpa y arrepentimiento.

Intenté hablar, intenté siquiera apartarme de sus manos que me ponían tan nervioso, pero no pude moverme, no lo podía hacer.

-Mi pequeño Cameron, ¿Sabes cuánto tiempo estuve esperando hacer esto? Tenerte así de cerca, tocar tu frágil rostro, ver cada rasgo de tu cuerpo, lo suaves y sedosos que son tus rizos, ver dentro de tus hermosos y fascinantes ojos. Sentir tu calor, y poder por primera vez escuchar tu voz.

-Detente.- sollocé unos segundos antes de verdaderamente romper en llanto.

Era esa clase de llanto que te encoge el corazón, que impide que tus ojos vean algo más que no sea tu alma desgarrándose, pidiendo ayuda. Hace que tu voz suene totalmente diferente, humillante, y unos segundos después, no deja que salga, no deja que tu voz grite clemencia, ayuda, que todo se detenga.

Sus ojos se abrieron de par en par al escuchar mi voz por primera vez, sus manos se aferraron aún más a mi rostro, y su labio inferior no dejaba de temblar ligeramente.

No puedo decir que mi situación fuera mejor, no me atrevía a mover ni un solo musculo de mi cuerpo, y a decir verdad, no quería.

Sé que sonará extraño, pero aún después de todo, el contacto con Esperanza no era tan despreciable como imaginaba que sería.

-Hay muchas cosas que quiero que sepas…- su voz se cortó y cerró los ojos durante unos segundos- Tu hermano ya te debió de haber dicho algunas, pero Cameron, creo que de alguna forma necesito hacerte pensar que no soy tan mala madre como piensas.

-No pienso que eres mi madre, ni siquiera mereces llamarte a ti misma así.- dije en un hiriente sollozo.- Tú no me tuviste en brazos mientras me alimentabas, no velaste por mí en aquellas noches en que pesadillas se apoderaban de mis sueños, no estuviste en mis primeros pasos, ni en mis primeras palabras. Jamás pasaste un solo cumpleaños conmigo, ni me enseñaste a leer, ni a montar bicicleta. No susurrabas que todo iba a estar bien cuando tenía miedo, miedo de la vida. No me enseñaste lecciones, ni consejos, no me peinaste antes de irme al colegio, ni te preocupaste si comía bien. Jamás tocaste a mi puerta y me hablaste sobre “aquella chica linda con la que te veo siempre”. Nunca me oíste tocar piano y te quedaste dormida en mi hombro mientras lo hacía. No leíste mis poemas, ni lloraste con ellos, porque eran para ti. No fuiste nunca un ejemplo de la mujer que quería para mi vida, porque tú jamás fuiste, ni serás mi madre.

-Cameron… No digas eso.- chilló ella, pero para mí, eso era sólo el comienzo de todo el daño que le quería causar con mis palabras.

Y es que aunque no lo parezca, las palabras hieren más que mil golpes. Por suerte yo sabía eso, y por suerte quería causarle todo el daño que pudiera a Esperanza.

-O bueno, tal vez Matías si lo pueda decir ¿verdad? Porque, si no recuerdo mal, regalaste sólo a uno de tus hijos. Dime, ¿Tan malo era el otro para no luchar por él? ¿Acaso merecía uno de ellos ser amado y el otro no?



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En el texto hay: cartas, amor y sufrimiento

Editado: 01.04.2018

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