Undécimo sobre.
04/09/15
Apuesto que seas quien seas, debes estar odiándome. ¿No es así?
Yo me odio, ella también lo hace.
No te preocupes, ya pagué por lo que hice, y lo pagaré hasta el día en que me muera… Perdona, eso es adelantarme un poco.
Empecemos por la parte en la que me di cuenta que había cometido un terrible error.
Luego de haberle dicho todas aquellas cosas a Esperanza, e irme, y descubrir que en verdad me sentía terriblemente mal y culpable, busqué a la personita que siempre lograba alegrarme.
Estaba jugando en el parque con sus amigas, se encontraba en un columpio, e iba tarareando cada vez que subía hasta el cielo una canción que yo compuse para ella.
Sonreí, después de todo, aún quedaba algo de inocencia en mi vida, en mí. Ella era lo que hacía que siguiera habiendo un poco del Cameron de antes.
Sus ojos brillaron al verme, salió corriendo y saltó a mis brazos.
-Hola, pequeña- susurré a su oído en medio del abrazo.
-Cameron, ¿dónde has estado? Hoy no me has leído…
Mi corazón se partió en dos al oír su dulce voz decirme eso.
-He estado resolviendo algunos asuntos… Hoy en la noche te leeré ¿bien?
-¿Lo prometes?- asentí y le di un besito en la frente.
-Caro, ¿por qué no vas a seguir jugando con tus amigas?
-Has venido aquí para verme- respondió ella con una sonrisa. Solté una carcajada y despeinándola le dije:
-Qué convencida eres.
Frunció el ceño y me lanzó un suave puño al brazo, le di un último abrazo antes de irme.
-¡Adiós! ¡Te quiero!- grite antes que Caro diera media vuelta corriendo.
Sé que había dicho que me iría, pero ¿a dónde? ¿A mi supuesta casa, con mis supuestos padres?
Además, disfrutaba mucho viendo a Caroline soltar grandes risotadas y verla feliz corriendo mientras su cabellera ondeaba como un remolino.
Era bueno ver que mi pequeña hermana no sabía nada de esto, y jamás se enteraría. Era bueno ver a alguien que te importa siendo feliz.
Luego de unos cuanto minutos, me senté en un rincón del parque, lejos de Caro y sus amigas.
Entonces, ahí fue cuando verdaderamente exploté.
Las primeras imágenes que llegaron a mí, fue de mi mamá enseñándome a leer y premiándome con un besito cada vez que lo lograra.
Luego vi a Caro, recién nacida, recuerdo haber pensado que ella sería mi nuevo juguete. Lo es, es mi pequeña muñeca a al cual cuidaré hasta que muera.
Las siguientes fueron más imágenes de mi infancia, mi papá enseñándome a atar un nudo en una corbata, aquellos paseos con mi abuelo, las deliciosas galletas de mi abuela.
Todos aquellos recuerdos falsos…
Y después, como de la nada, aparecieron los inocentes y fugaces ojos de Annie. Su sonrisa, su voz, su cabello, casi pude oír el sonido de su risa.
Empecé a maldecir para mis adentros. ¿Cómo había podido ser tan egoísta? ¿Y Rick? ¿Le habría ya hecho algo?
Antes de siquiera poder moverme de donde estaba, llegó también la imagen de Esperanza, totalmente desecha llorando, casi en el lecho de su muerte, totalmente destrozada.
¿Todo por quién?
Yo era su hijo después de todo, fue quien me dio la vida. Hubiera sido ella o no quién me enseñó eso, a una mujer jamás hay que hacerla sentir mal, ni por un solo momento, ni siquiera en tus pensamientos.
Y ella era algo más que una simple mujer, era mi madre también después de todo.
Una vez, antes de irme del parque, me prometí a mí mismo que al resolver todo con Esperanza y Matías, iría a por Annie.
Le diría todo lo que me he callado en meses, así mi cuerpo temblara de sólo pensar en ello.
La protegería si era necesario, y me haría su incondicional amigo. Conocerla hasta tal punto de ser sólo uno…
¿Lo ves? ¿Lo cursi y empalagoso que solía ser?
El caso, y mi punto de todo esto, es que, fui otra vez hacia donde se encontraba Esperanza.
Fui y antes de que pudiera siquiera abrir la puerta de su habitación me encontré con un fuerte puño en la mandíbula.
Caí y sentí como todo empezaba a dar vueltas, me había golpeado fuertemente la cabeza. En el vago intento de levantarme, pude vislumbrar el rostro de mi agresor.
Matías.
Si hubiera sido alguien más, juro que me hubiera levantado y hubiera usado todos mis conocimientos en lucha que sé- no tantos-.
Pero era él. Y estaba seguro de que él sabía por qué había vuelto, también sabía por qué me había ido.
Así que lo dejé, dejé que me golpeara hasta que la sangre empezó a manar de mis labios, dejé que gritara y se desahogara sobre mí hasta que no pude respirar más.
Porque me lo merecía.
Eso y más.
-Cameron.