Annie se despertó aturdida y confundida. A decir verdad, no hubiera abierto los ojos y despertado de su ensoñación, de no ser por la cegante luz que iluminaba su rostro por completo. Intentó mover sus piernas, sus manos, pero ninguna de ellas quería responder.
Abrió los ojos por completo, y se sorprendió al descubrir que el lugar donde se encontraba, no era su cuarto. De hecho, se sorprendió aún más, y he de decir que hasta sintió una punzante pisca de miedo, cuando descubrió que sus manos y pies se encontraban atados.
Era frustrante, no sólo el hecho de que no podía moverse por más que quisiera, o de que estuviera en un cuarto totalmente blanco, con solo una cama, y una mesita de noche. Era frustrante, que por más que gritara por ayuda, por más que gritara durante horas, pareciera que nadie la escuchara.
Cuando empezó a llegar el hambre, Annie ya estaba totalmente cansada y desgastada. Se había quedado sin voz, y sus manos y pies, estaban completamente magullados por sus vagos intentos de soltarse.
Justo cuando iba a perder cualquier esperanza de que alguien, quien fuera, cruzara la puerta en su salvación… alguien lo hizo. Sólo que no fue como ella lo esperaba. No era Cameron, ni Nate, quien cruzó la puerta, y aquél sujeto no venía precisamente en su salvación.
Annie nunca había necesitado de protección. Cuando era pequeña nunca necesitó de su padre al empezar a montar bicicleta. Nunca necesitó de que alguien empujara su columpio, ni que su madre le leyera antes de dormir para tener buenos sueños. Annie siempre procuraba salvarse a sí misma, sin importar que tan difícil fuera eso.
Ahora, ahora era el único momento en que por fin era vulnerable.
El hombre entró, era alto y formidable, sin cabello, su cara era tan seria como mi explicación de este mismo. Pero, no estaba solo, dos hombres más jóvenes entraron en su compañía.
-Hola, Annie. Por fin has despertado, mira que estábamos asustados todos nosotros.
¿Todos quiénes? ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Qué querían? ¿Por qué estaba atada?
Hubiera hecho esas y más preguntas si su voz se hubiera dignado a salir. Pero sólo pudo mirarlos con profundo horror.
-No te preocupes, linda. El viernes son horarios de visita.- hizo una pequeña pausa para sonreír y siguió.- Tu madre ha de estar muy emocionada por volver a verte.
-¿Mi madre?- fueron las únicas palabras que logró pronunciar Annie antes que su voz no diera para más.
-Sí, querida. Ha estado viniendo y llorando a tu lado desde hace tiempos.
Annie empezó a moverse desesperadamente en un intento de liberarse. ¿Era aquello una broma de mal gusto? Reprimió las ganas de llorar por los sujetos que se encontraban justo delante suyo.
Decir que aquellos días fueron una tortura, es quedarme corto. El hecho de que estaba allí, aunque no amarrada, encerrada, comiendo tres veces al día cosas extrañas, sin sabor ni gusto, era en comparación bueno, con lo que estaba viviendo ella dentro suyo.
Recordó a personas importantes en su vida, recordó también a las que no lo eran. Recordó a personas que nunca conoció ni haría, y sobre todo, mantuvo con ella a las que sí.
Sin embargo, todos aquellos días fueron un silencio absoluto, Annie estuvo guardando su voz hasta el viernes, que fue justo el día en que su madre vino a visitarla.
No quiero volverles de este momento algo tedioso o molesto, pues apuesto a que pensarán que lo es, y créanme, no es nada bonito, por eso les diré en cortas palabras lo que ocurrió, e intentaré no extenderme mucho.
Las primeras preguntas de Annie fueron por qué estaba allí, dónde era exactamente aquél lugar, por qué estaba encerrada como un criminal, qué pasaría con el instituto, cuándo volvería a casa, y dónde se encontraba Nate.
Las respuestas de su madre fueron sencillas y claras. Se encontraba en un instituto mental, cuyo nombre no quiero mencionar, no era claramente un criminal, Annie no se encontraba más en el instituto, no volvería a casa en un tiempo, y… ¿Quién era Nate?
No creo que se les haga este momento algo raro, era obvio que iba a ocurrir, la chica estuvo encerrada casi una semana en un instituto mental, sin saber por qué estaba allí, y cómo había llegado. De hecho, no podía siquiera recordar que era lo último que había vivido antes de estar en ese lugar, no sabía dónde estaban sus amigos, y su mamá acababa de decirle en pocas palabras que no la quería en casa.
Sus pesadillas se habían vuelto realidad.
Terminó gritando como una demente,- lo que todos pensaban que era- y golpeando la silla en la que hace unos minutos estaba sentada contra la pared.
La voz que había estado guardando salió por fin en desgarradores gritos, clamando a Cameron, a Nate, a Caroline, a su papá.
Y luego unos minutos después, ya la habían encerrado de nuevo en su cuarto, no recordó el transcurso que hizo para llegar a él, ni en qué momento el doctor llegó, y se sentó a los pies de su cama, y con una voz profunda preguntó.