ECOS PUNZANTES
Le abrí paso porque perdí, y porque caí, me dejé consumir
Arabella
Noviembre, 07.
—Despierta, ouranos —la voz del horrible psicópata me aturdió el tímpano aun así me hubiese acariciado el oído—. Hora de tu sorpresa.
Cerré los ojos con más fuerza. ¡Basta! Por Dios, basta. No más. Mi cuerpo no aguantaba hacer otra maldita cosa en contra de mi voluntad, ni otra paliza más por intentar no hacer nada. Sin embargo, eso a Dardan no le importó. Su risa se unió a mi gemido doloroso cuando jaló la cadena que se unía al anillo de metal en mi cuello, haciéndome toser y abrir los ojos de golpe.
—Ah, ahí estás.
Al verlo con el intento de luz que había, no me sorprendí al encontrarlo en su usual uniforme gris con ese horrible emblema que relucía como trofeo en la parte superior derecha, pero sí me inquietó verlo con una sonrisa de oreja a oreja, solo y con algo entre sus manos. Me estremecí tanto por el puto frío, como al percatarme que tenía otra jeringa en la mano, pero esta vez con un líquido transparente.
—Intenta a subir ese ánimo, ouranos. Hoy es el día de tu sorpresa. ¿Qué clase de ánimos son esos?
—Vete a la mierda —repliqué con la voz pastosa.
No aguantaba verlo. Ni a él ni a cada jodido cani que se aparecía aquí, pasándome las manos por encima, toqueteándome en contra de mi voluntad para después darme una paliza sin siquiera poder defenderme. Había sido así desde que me inyectó la SSVDS y sabía que seguiría así hasta que él creyera que sus cuentas conmigo estaban saldadas. La cosa aquí era que primero terminaría muerta antes de que siquiera "las cuentas" estuvieran zanjadas a un diez por ciento.
No sabía que era peor. Si las patadas hasta que cayera inconsciente, cómo mi cuerpo gateaba hasta la altura de Dardan cuando me lo ordenaba para quedar en su regazo y que él me golpeara hasta desfallecer portando una detestable sonrisa psicópata, los electrochoques, la privación del sueño y comida, el frío de la horrible nevera que calaba en mis huesos, el dolor palpitante en mi cuerpo o mantenerme de pie a base de pura agua sucia que me hacían beber.
Lo único que sabía con certeza era que cada día en este infierno me arrastraba más hacia la desesperación y el dolor. Y él lo disfrutaba. Con esa sonrisa sádica y esos ojos fríos como el hielo, él disfrutaba cada segundo de mi sufrimiento, y si para él no era suficiente, aplicaba el doble de tortura, asegurándose que de verdad sufriera sin siquiera darme el privilegio de morirme porque se deleitaba con mi dolor.
Me necesitan débil, no muerta, recordé rabiosa las palabras que algún cani había soltado en mis primeros días.
El líquido de la jeringa se acercaba a mi piel, y aunque mi mente gritaba para que me resistiera, mi cuerpo estaba demasiado agotado para ofrecer algún tipo de resistencia. La aguja se hundió en mi brazo con una punzada fría y ardiente al mismo tiempo, como si estuviera inyectando veneno directamente en mi vena.
—Debo decir que —empezó él, presionando el émbolo, haciendo que el líquido se filtrara en mi sistema—, es embriagador verte resistir tanto, ouranos. Ni siquiera los mejores hombres que tengo podrían resistir tanto tiempo sin soltar un solo grito y tú lo has tomado tan magnífico que es impresionante.
Las palabras que soltaban se hacían cada vez más lentas por el efecto instantáneo de la jeringa. Un mareo vertiginoso me envolvió, mi cuerpo ya pesado cayó en una pesadez aún mayor y una sensación de entumecimiento me recorrió por completo. Intenté resistir, pero mis músculos se negaron a obedecer, atiborrándose del entumecimiento. Mis pensamientos se volvieron nebulosos, y una oleada de desesperación me inundó a pesar de que aun sentía que podía resistirme a cualquier cosa que el psicópata me pidiera hacer.
Pero aun así, ¿qué otra cosa él podía hacer conmigo? ¿Cuánto más iba a soportar antes de romperme en pedazos? Bien podía parecer que soportaba todo lo que me viniera encima, pero estaba a nada de fragmentarme en pedazos. Estaba tan cansada tanto física como mentalmente que, para ser sincera, a mí también me sorprendía tanto aguante por mi parte. Mi cuerpo estaba magullado, deshecho, siendo utilizado para cosas que jamás permitiría si tuviese uso de mi propia voluntad y mi mente estaba exhausta por pelear contra la sumisión que me administraba la detestable droga. Yo pendía de una cuerda que estaba segura que solo le quedaban algunos hilos. Iba a romperse, dejándome caer al vacío si seguían empujándome.
Quería que esta maldita pesadilla terminara. Harrison me había entrenado para soportar todo lo que viniera, pero ese entrenamiento no incluía que te suministraran a diario una excesiva cantidad de droga que reprimía tu instinto de supervivencia, llevándote de boca a la sumisión, privándote de siquiera poder hablar para mandarlos a la mierda.
Dardan había hecho conmigo lo que quería desde que me tuvo sin darme oportunidad de defenderme. Desde dejarme sin uñas, arrancándomelas una a una, hasta dejarme con sus manos marcadas en mi cuello por cada sección de estrangulamiento parcial que me daba cuando lograba salir de mi sumisión por segundos, y le decía que se pudriera en el infierno.
Estaba orgullosa de mí por aguantar tanto al principio, ¿pero ahora? Ahora quería morirme de una buena puta vez porque no le veía fin a todo esto. Sabía que mi equipo estaba moviendo cada piedra que había por buscarme, ¿pero iban a encontrarme? ¿Cuánto había pasado ya? Ningún rescate de Harrison tardaba menos de ocho horas. Estaba ahogándome en la desesperanza.
—Con todo lo que vamos a hacer hoy, voy a mantenerte lo suficientemente lúcida para que puedas apreciarlo todo, así que disfrútalo, mi amor —Dardan se rió, resaltando su cinismo mientras retiraba la jeringa y la dejaba caer al piso.
Editado: 15.12.2024