Mamá solía odiar las sonrisas, ella decía que la mayoría cargaban con oscuros secretos que trataban de olvidar mediante muecas forzadas. Por algún motivo soñé con el rostro de mi madre esbozando una sonrisa exagerada, perturbadora, inquietante y sobre todo falsa.
Poco a poco despertaba de un profundo sueño, recuperaba la visión borrosa que iba aclarando lentamente. Estaba tendida en el suelo, y el cabello cubría la mitad de mi rostro. Me encontraba aturdida y desorientada, ocupé unos minutos en asimilar la poca luz que chocaba en mi cara y recordar la sucedido.
La imagen del lobo congelado en el aire y Eider en pausa volvieron a mi mente, fue tan raro que me convencí a mí misma de que todo había sido parte de mi imaginación por el shock. Sobre todo porque no había rastro del lobo, y Eider estaba ileso, recostado a mi lado, dormido como un bebé. Se veía tan en paz y tranquilo que me puso los pelos de punta verlo tan sereno sin esa expresión desagradable.
Seguíamos en el bosque, pero si mi memoria no me falla los árboles eran diferentes, el suelo era más irregular, este terreno tan liso con llerba corta que parece podada es demasiado perfecto y húmedo. Pocas piedras y ramas, las copas se encontraban más altas y sus hojas no caían, no se movían, no tenían vida. Un tono verde oscuro, como una penumbra carente de colores, sin flores ni aves ruidosas.
Quizás todos esos cambios esten solo en mi cabeza. Debía despertar al chico para irnos a casa, sinceramente por mucho amor que le tenga al bosque en estos momentos quiero salir de aquí. Mi subconsciente lo grita, me quiero ir.
—Eider, despierta—lo sacudí un poco, pero no despertaba, estaba profundamente dormido. La situación, la curiosidad, en sí él, le aparté el flequillo de la frente. Enrredé mis dedos en su cabello dorado para analizar su rostro con detenimiento. Nunca lo había notado, tenía un lunar pequeño en el borde derecho de su labio inferior, otros dos en la mejilla derecha y un más arriba al costado de su rostro, un poco más abajo de su ojo otro más.
Me quedé analizando una marca nueva en su cuello. Era bastante notoria, como tres pequeños rasguños enrrojecidos. Juraría que no los tenía antes, aunque tal vez pude habérselos echo yo cuando peleamos por recuperar el cuaderno. Sentí la necesidad de tocar esos rasguños, y suavemente pasé mis dedos por la zona roja.
Él despertó haciendo una expresión de molestia y me observó en mi incómoda posición. Sus ojos verdes tenían motas amarillas, simplemente hermosos como un par de canicas.
—¿Me vas a besar?—dijo en broma medio dormido y anonadado.
—Pensaba pegarte para que despertaras—defendí algo nerviosa
—Si claro—levantó la mitad del cuerpo y con el entrecejo arrugado observó el bosque—¿Y el lobo?
—Parece que se fue—me levanté y le extendí una mano
—Raro—se levantó solo y me dejó la mano extendida como estúpida
—Como sea, volvamos—guardé la tontería en los bolsillos de mis jeans.
—Este... ¿por dónde es?—el rubio sobó su cabeza miró en todas las direcciones
—Es al norte, la brújula está... está...
Suena raro, pero no podía concentrarme en buscar la brújula. No sé si estaban solo en mi mente o si él también los escuchaba, unos susurros que vagaban en el viento y chocaban en mis oídos como si alguien murmurara en ellos con risitas siniestras que parecen venir desde las sombras. Ladeé la cabeza buscando entre los árboles, solo conseguí incrementar mi paranoia y desarrollar una extraña sensación de ser observada por alguien.
—¿Pasa algo?—inquirió él
—No encuentro la brújula y...—Confesé, cuando le hablé se dejaron de escuchar los susurros y no le comenté sobre ello, pensaría que estoy loca.
—Eres una inútil
—Juro que la tenía encima. Escapé del lobo con ella en la mano.
—¿Pues debe estar en el suelo no?
Busqué por todas partes del llano suelo, la hierba era tan corta que cualquier objeto sobresaldría con facilidad. Cuando pasé mis manos por la tierra húmeda me detuve a comprender lo que mi tacto sentía, juraría que la tierra se movía como si estuviera respirando.
—¿Qué haces ahí tiesa inútil?—el chico quedó con cara de interrogación observándome a gatas en la tierra. No comprendería si le dijera.
—Solo busco la brújula—no le presté mucha atención y devolví la vista al suelo. Ya no se movía.
—¿No hay otra forma de orientarce?—preguntó haciendo una mueca.
—Hay muchas, el musgo de los árboles y el sol son las que más utilizo cuando me pierdo
—Vaya, estamos en presencia de una veterana de la selva—dijo burlón rebuscando entre las plantas
—Me siento orgullosa de mis conocimientos, pero en este caso...—miré cada árbol, ninguno tenía una gota de musgo, su madera oscura parecía perfecta. No había sol, el cielo estaba tupido por nubes blancas haciendo un contraste extraño con la oscuridad del bosque.
—¿Estamos jodidos?—preguntó con la cabeza floja
—Si, efectivamente estamos jodidos—respondí enojiendo los hombros
—Genial, jodido con Claus, que pasada—usó una voz tonta e hizo muecas
—Calla y mueve el cuelo Aswel, creo que es por aquí
—Nos vas a meter en la boca del lobo, es por el otro lado
—¿Ah sí, cómo estas tan seguro?—dije con desgana abriendo paso entre unas ramas bajas
—Si tú dices que es por aquí entonces debe ser por el otro lado
Solté las ramas y le dieron en toda la cara
—¡Ah! ¡Oye!—apartó las ramas
—Las personas como tú no sobreviven ni dos días solos—rodé los ojos
Pasamos un buen rato caminando y discutiendo. Eider no paraba de quejarse de mi liderazgo y aunque me desagradara admitirlo sentía que estábamos dando vueltas en círculos
—De nuevo—resoplé—un árbol con forma de cara—cansada me recosté al árbol de pariencia algo tenebrosa. En su tronco figuraba un rostro humano, demasiado definidas sus facciones, con ojos, nariz y boca, es una coincidencia bastante intrigante, pero sigue siendo solo es una coincidencia. Lo que si no encuentro una explicación lógica es a eso movimientos extraños de sus ramas, se mueven en diferentes direcciones a pesar de no haber viento. Podrían ser corrientes de aire, pero es demasiado raro.