El frío nos encontró luego de un mes de caminar juntos. Nikky era friolenta, y por eso nos deteníamos con más frecuencia. Eso me molestaba, porque quería llegar cuanto antes a Landyard.
Pero las cosas no serían tan fáciles.
De hecho, las cosas se torcerían de una manera que yo jamás llegué a imaginar.
Fue cuando llegamos a un lugar llamado Spartanburg. Era una ciudad en ruinas, y desde lejos se notaba que estaba abandonada.
Ahí aprendí cosas. Cosas maravillosas.
El clima cambió para bien. Días calurosos, noches y madrugadas muy frescas. Encontramos muchos cadáveres antiguos y secos, señal de que una de las detonaciones había ocurrido muy cerca. Mi tarjeta nos avisaba y nos marcaba el camino.
Pero una noche cayó nieve. Ese fenómeno siempre me ha gustado, pero también sé que no debe tomarse a la ligera.
Escogimos una vieja casa que todavía conservaba el techo y ahí nos refugiamos. Pasé unas buenas horas cubriendo los agujeros más grandes con chatarra y madera, y para cuando llegó el crepúsculo, ya teníamos un refugio decente.
Nikky me pidió deshacerme de un esqueleto que todavía tenía las ropas. A mí no me molestaba, pero a ella la perturbaba demasiado.
La temperatura bajó animada, y cuando salió la luna, los pocos vidrios de las ventanas ya estaban escarchados.
La fogata que hicimos parecía suficiente, pero la única forma de escapar de una nevada, es ocultarte bajo tierra.
Así que… nos abrigamos juntos bajo el poncho de Nikky, para compartir nuestro calor.
Fue la primera vez que nos acercamos tanto. Y les aseguro que fue por el frío. Nada más. Y antes de que se adelanten, les diré que no pasó nada.
Solo nos abrigamos. La abracé desde atrás y traté de que mi cuerpo no me delatara demasiado. Ella no pareció molesta.
Pero no hay hombre en el mundo que pueda acostarse con una mujer sin sentir nada. Y ninguno se abstendría de tocar y sentir.
Ya he dicho que era una mujer muy bonita. Le faltaba la voluptuosidad y dramatismo de Kim, pero su figura era armoniosa, denotaba agilidad y destreza. Y sudaba mucho menos que Kim…
Con algo de miedo, puse mi mano en su cadera. Ella no hizo remilgos. Yo hubiera tocado más, pero no quería cruzar ese límite con la que se estaba convirtiendo en mi mejor amiga.
La besé en la nuca y me pegué a ella. Hizo un comentario burlón acerca de mi evidente erección, y los dos nos reímos.
Pronto se durmió. Y yo… pues también.
A la mañana siguiente, todo había cambiado. No es que se notara, o que los dos lo manifestáramos abiertamente. Pero las cosas eran distintas. Tal vez eran los movimientos, o los gestos. Tal vez éramos más delicados y solícitos, o tal vez era la forma de mirarnos.
El caso es que ambos sentimos que una barrera se había roto.
La noche siguiente volvimos a dormir juntos. Esta vez no nevó, pero ella puso su cabeza en mi pecho y ahí se quedó.
Yo no estaba interesado en Nikky, pero después de tantos días de viajar en su compañía, sentía cierta conexión con ella.
Le pregunté por su pasado, por su vida en el instituto, y así comprendí que ella había escapado de la esclavitud. Los sintéticos eran mano de obra, conejillos de indias, y mandaderos muy eficientes. Pero ella, y todos los de tercera generación, querían la libertad.
Por eso se arriesgaba en el yermo.
Y las cosas salieron muy mal. Fue una mujer, una científica, llamada Roslyn Chambers, que operaba en la Commonwealth, en un lugar llamado “Complejo”. Ella y sus lugartenientes engañaron a Nikky con mensajes de radio que invitaban a los sintéticos a unirse a un grupo de refugiados, y era la misma Chambers quien los recibía.
¿El resultado? Capturaron a Nikky, con la intención de torturarla y desarmarla para aplastar su chip cerebral. Ella me contaba la historia con miedo en los ojos. Estuvo muy cerca… pero algo pasó; alguien llegó, hubo disparos, explosiones. Un muro cayó hecho añicos, y Nikky pudo escapar.
Desde entonces evitaba todo contacto con los humanos. Hasta que aparecí yo, el viejo y querido Ryan Thompson.
Ella no supo del destino de Chambers, pero jamás dejará de odiarla. Y, ¿saben algo? Yo también la odio.