Fue una explosión. No una terrible explosión o una asombrosa explosión. Fue una mega-explosión.
Yo estaba recostado, y el poder de la detonación fue tal, que mi cuerpo se elevó de la litera y cayó en el suelo casi en la misma posición. Mi cabeza retumbó.
Una vibración hizo crujir todos los metales del edificio, y se sintió una ola de energía.
Los gritos llegaron después.
Aullidos de dolor, o de rabia. Cientos de ellos, tan lastimeros que hacían pensar en una manada de lobos hambrientos.
Yo seguía recostado, aturdido y con el miedo enterrado en el pecho. Esperaba mi momento.
La puerta se abrió, y una figura oscura entró en mi celda.
Pude reaccionar, pero yo estaba débil, en tanto que mi atacante parecía en óptimas condiciones.
Acto seguido, sentí un pinchazo en el muslo. Traté de defenderme, sí, pero mi miedo y mi falta de energía me convirtieron en un cachorro indefenso.
Pero, ¡oh, fortuna!, sentí una oleada de energía que me recorría todo el cuerpo. La temperatura subió, y un ímpetu que no me conocía inundó mis venas.
Mi atacante me empujó, y clavó otra jeringa… y con eso me bastó para saltar y ponerme en guardia:
–¡Tranquilo, Ryan…! ¡Soy yo…!
Reconocí la voz, a pesar de estar modulada por la máscara.
Era Nikky.
Temblé de dicha, y el llanto se agolpó en mis ojos.
–¡No hay tiempo! –dijo ella–. Hay que escapar, ¡y rápido…!
Asentí. Ella salió, con una pistola en cada mano.
Corrimos por el pasillo, y al fondo, en un cruce, vimos gente correr. Había mujeres, niños… ancianos. Algunos casi derretidos, otros con la piel convertida en cecina.
Todo el mundo gritaba. Yo pensaba que mi visión era borrosa, pero era el humo de la conflagración.
–El barco se hunde –me explicó Nikky–. Vamos arriba…
Yo escuchaba voces de todo tipo: “¡Agua!”, “¡Médico!”, “¡Ayúdenme!”. Algunas madres llamaban a sus hijos, hombres a sus esposas. Los guardias trataban de reagruparse… pero la confusión era demencial, nadie atinaba a reaccionar.
Trepamos por una escalera metálica. Yo todavía no entendía lo que era un barco, pero contaba con averiguarlo después.
Salimos a la noche. Corríamos entre otras víctimas de la detonación, y al llegar a una estructura tubular, pude por fin ver la devastación.
Explicaré lo que es un barco: es como un edificio horizontal capaz de surcar el océano. ¿Pueden imaginarlo? Se aguza en la punta, y se achata en la parte de atrás.
Y es jodidamente enorme.
Pues hacia el centro del edificio, se veía un resplandor, coronado con las crestas de unas llamas amarillas y verdes. Y el metal de la estructura se derretía.
Corríamos hacia la punta del barco, y aunque nos cruzábamos con más gente, nadie reparaba en nosotros.
Solo una vez escuché que me llamaban necrófago.
Pero nadie hizo ademán de atraparme.
De pronto, la estructura del barco se inclinó hacia un lado.
Todo el mundo gritó. Yo me golpeé en un costado y me quedé sin aire. Nikky resbaló, pero logró agarrarse de un saliente.
Y una palabra se escuchaba entre los gritos: “Sherman”. Algunos querían salvar a Sherman, otros abandonarlo.
Nikky me apresuraba. Dimos la vuelta en una esquina y salimos a una cornisa enorme, repleta de ventanas oxidadas.
Y abajo los vimos.
Dodge y su séquito de matones.
Se apresuraban a poner en marcha unos barcos más pequeños.
–Van a huir… –comenté, echando en falta otra de esas jeringas con las que Nikky me había devuelto la vida.
De pronto, Dodge miró hacia arriba y nos encontró.
Se quedó mirándome un momento, se inclinó, hizo una teatral venia y luego se pasó un dedo por el cuello.