Caía una lluvia tormentosa y el viento soplaba tan fuerte que podía hacer volar las casas arrancándolas desde la raíz, no respetaba la antigüedad de los cálidos hogares; era un clima nada común en pleno mes de agosto cuando Aurelia daba a luz a su primera y única hija a quien llamaría Lía. La casa era enorme, con grandes lujos, con accesorios extravagantes y con antigüedades tan inusuales que la podrías confundir con un muy peculiar museo; la casa era de dos pisos, en la planta baja se encontraba un salón donde Aurelia recibía las concurridas visitas, una sala donde se sentaba a solas para tomar un descanso meditando, viendo películas o leyendo un poco algún libro de hechicería que se sabia de memoria pero le gustaba consagrar las fatigas recordándose lo que amaba poseer, la cocina donde siempre encontraría a Picka, que mas que la señora de la limpieza era quien hacía que Aurelia no estuviera sola en toda la casa, en la primer puerta antes del pasillo se encontraba el estudio del cual solo Aurelia conocía su interior ya que ni Picka ni absolutamente nadie tenía el permiso para cruzar esa puerta; al final del pasillo se encontraba una puerta que daba a un segundo pasillo, pero este, se encontraba en el exterior de la casa y misteriosamente no conducía a ningún lado, sin embargo, Picka había visto a Aurelia entrar en el y no salir en días, de hecho, la vio desaparecer nueve meses antes durante tres meses, cuando Aurelia regreso ya se encontraba en estado de buena esperanza. En el segundo piso se encontraba un gran espacio en blanco, sobre las paredes colgaban cuadros en el que se apreciaba a un hombre que ya cargaba algunos años encima; las imágenes de todos los cuadros eran en blanco y negro, sobre ellas había una luz blanca que se mantenía encendida aun cuando el sol entraba por la enorme ventana que daba hacia la calle y abarcaba toda la pared; cuando Aurelia organizaba sus fiestas, los cuadros eran cubiertos con mantas especiales en color negro. El resto del segundo piso eran cinco habitaciones con sus respectivos baños y closet y un pasillo mas que conducía a la terraza con jardín en el que Aurelia tomaba una copa de vino pero solo cuando podía disfrutar de la luz de la luna llena rodeada de pequeñas luces voladoras llamadas luciérnagas; nadie podía negar que era extraño ver luciérnagas en la ciudad pero nadie preguntaba directamente como es que estaban en aquel lugar.
-No busques explicaciones, pasó y ya- su mano izquierda temblaba- Deja de mirarme así…¿Sabes porque aun trabajas para mi?- Aurelia espero una respuesta bajo la mirada penetrante de Picka- tienes razón, pero no, no es porque todas las salidas estén selladas, no Picka, tampoco es porque te corte la lengua pensando que contarías lo que has visto aquí.
Picka estremeció sus recuerdos con un tinte de brusquedad.
-Fue un accidente, tu lo haz visto pequeña…pero bueno, ¿Quieres galletas?
Picka miraba fijamente los ojos fríos de su madre muerta en el suelo, en cuestión de segundos la suela de sus zapatos blancos comenzaron a llenarse de un charco de sangre, a su espalda se encontraba Aurelia extendiendo un plato lleno de galletas de chocolate.
-Estoy lista, se me ha roto la fuente así que llévame al pasillo- Picka la miro con cierto desconcierto- Tranquila que no vas a donde yo, solo llegaremos al exterior; si me vuelves a mirar así te juro que esta vez te arrancare los ojos.
Obedeciendo las órdenes como siempre, Picka llevo a Aurelia dejándola apoyarse en su hombro y brazo derecho. Pasaron del salón principal hasta la puerta final de aquel pasillo dejando a su paso ese liquido viscoso que salía de el cuerpo de Aurelia. Mientras más se acercaban a esa puerta, podían escuchar como los muebles y los cuadros en toda la casa se movían rápidamente; las ventanas y puertas vibraban violentamente, las luces en el techo parecían caer en cualquier momento sobre ellas, la electricidad parpadeaba, el suelo empezaba a hacer grietas al mismo paso que aquellas dos mujeres, en cuestión de segundos e inesperadamente la cocina se encontraba bajo un incesante fuego infernal del que emanaban seres pequeños con la piel burbujeante, un cuerpo perturbadoramente obeso acompañado de unas alas cinco veces mas grandes que su cuerpo; gritaban y soltaban una burla grotesca dedicada con morbo a Aurelia quien respondió con un >>No les tengo miedo<< en un susurro.