"Una energía fenomenal oprimía a Torgor; un pequeño pueblo tranquilo, protegido de toda forma de agresiones sobrenaturales por una poderosa manada de hombres lobos. Los llamaban "Los Aulladores", por los aullidos de lobos que se oían cerca de la aldea cada vez que había luna llena.
Algunos humanos sabían quiénes eran realmente, sus verdaderas naturas de hombres lobo. Sin embargo, habían vivido en armonía durante siglos. Los hombres los dejaban en paz, y ellos los defendían de otras criaturas peligrosas de la noche; los vampiros en particular.
Sin embargo, la fuerza angustiosa no provenía de los licántropos. Venía de otro lugar, de un ser aún más poderoso de éstos, provocando un viento de pánico, de miedo en la aldea.
De hecho, en algún lugar al norte de la aldea había una pequeña casa cerca de una cueva habitada por una mujer y una niña. De ahí venía el poder fenomenal y opresivo que cubría la localidad. Y no era el aura de la mujer, sino de la niña. Su fuerza era demasiado grande, peligrosa para esta última y afligida para su entorno.
Temiendo por la seguridad de su hija, la mujer la condujo al fondo de la cueva. Estaba oscuro, la oscuridad impregnaba este lugar. El aire era húmedo, pero puro. La galería estaba silenciosa; un silencio roto solamente por los sonidos de pasos de los dos individuos, caminando sin tropezar, lámpara en la mano.
Luego, unos instantes más tarde, alcanzaron el extremo de la cueva. Un lugar suntuoso. El espacio era inmenso. Se podían ver dibujos, vestigios de la historia de este mundo, de un pueblo protector, pacífico, poderoso; los dragones. Antiguamente era su punto de referencia. Vivían en armonía en comunidad. Y la mujer no era una humana, sino un dragón. Y la niña también.
De un torbellino, la mujer se transformó en un fabuloso dragón blanco. La criatura irradiaba belleza propia, majestad y poder, manteniéndose recta con un resplandor fulgurante.
Dibujó un círculo con sus garras y puso a la niña en el medio. Y el ritual había comenzado. Un ritual sagrado de sellar dragones.
Solo, congelado, Aidan asistió sin poder decir una palabra a la evolución de los acontecimientos. Sin embargo, no estaba realmente presente.
Unas horas antes, o quizás minutos, había intentado impedir que Sylldia se fuese de la residencia. Luego se fue a descansar en su cuarto. Pero ahora estaba en una cueva misteriosa, en un lugar desconocido, asistiendo a un ritual de dragón. Pero no, en realidad no estaba allí.
Observó atentamente la escena, el dragón, la niña con estupor. Allí reconoció a la criatura blanca. El reencarnado ya la había encontrado en algún lugar. ¿Pero dónde la había ya...? Ah, sí. Dergon, el dragón milenario. El impacto le petrificó. Así que prestó atención. Lo que lo había traído hasta aquí debía tener una buena razón y estaba impaciente por descubrirla.
Aidan se mantenía calmado, concentrado, con los ojos fijos en el ritual. Sólo percibió algunos fragmentos de su conversación.
— ... hago esto para protegerte. ¿Entiendes? —
— Sí mamá, lo sé. —
— Eso es bueno. Ahora escúchame bien, Sylldia. — y la niña escuchó.
— Sólo tú puedes romper ese sello. solo tú. Llegará el día en que te librarás de tus dudas, tus miedos; estarás lista para ser quién eres realmente no importa el momento, no importa el lugar, no importa con quién. Así brillarás de todo esplendor, liberada de todas tus cadenas. Entonces el sello se romperá. — le explicó Dergon.
A estas palabras, Aidan sobresaltó. Y, sin embargo, no estaba realmente presente. Estaba en su mansión, acostado en la cama de su habitación. El lugar había desaparecido completamente, dejando ante él la visión de un techo alto e inmenso.
<< ¿Qué fue eso? ¿Un sueño? No.>> se dijo.
Y él lo entendió. Eso no era un sueño, sino un recuerdo de Dergon. Algo dentro de él lo había llevado justo en el momento en que esta última selló los poderes de Sylldia. Ahora sabía cómo ayudar a la joven dragona. En aquel momento, simplemente sonrió."
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Al mismo tiempo, a kilómetros de distancia, un niño; un joven hombre lobo intentaba desesperadamente escapar de unos agresores imparables. Un grupo de vampiros, de Wendigo, dirigido por un hombre despiadado, un ser aterrador. Y no era una criatura sobrenatural. Era un humano, más o menos.
Habían atacado por sorpresa a la manada del joven licántropo, salidos de la nada. Sus semejantes no habían tenido tiempo de responder. El ataque fue rápido, brutal, sangriento, preciso.
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Editado: 06.09.2021