Liamdaard 4 - Rivalidad

Capítulo 11: La hora de la verdad

El amanecer se levantaba tímidamente, acariciando el cielo con sus primeras luces pálidas. Pero esa luz naciente no bastaba para disipar la pesada atmósfera de tensión que impregnaba el aire. La noche, breve e inquieta, había estado marcada por horas de espera febril, un torbellino de angustia y anticipación, presagiando el enfrentamiento inevitable.

Las horas diurnas parecían dilatarse, cada minuto alargándose como una eternidad bajo el peso de las esperanzas y los peligros inminentes. El paso del tiempo, lento y pesado, apretaba alrededor del corazón de los aliados un abrazo de nerviosismo, exacerbando su determinación y su creciente aprensión.

En el espesor del bosque, Sabo y sus dos hombres lobo se movían con una prudencia calculada. Sus siluetas se fundían perfectamente en la oscuridad persistente, apenas más visibles que las sombras que atravesaban. El bosque parecía contener la respiración, cada susurro de hojas y cada crujido de ramas amplificando el silencio opresivo de su misión.

Avanzaban lentamente hacia la mansión, cada paso medido, cada movimiento cuidadosamente sincronizado. La mansión, ahora una fortaleza vigilante, estaba rodeada de cazadores con miradas agudas y posiciones estratégicamente elegidas. Las centinelas, inmóviles como estatuas, vigilaban los alrededores con una concentración inquebrantable.

Sabo, consciente de la enormidad de la tarea a realizar, susurró suavemente a sus hombres lobo para ordenarles que se dispersaran y observaran las posiciones enemigas mientras permanecían discretos. Cada gesto, cada respiración debía estar perfectamente orquestado para evitar atraer la atención de los cazadores.

Mientras las horas transcurrían lentamente, el crepúsculo parecía materializarse como una sombra cada vez más apremiante, lista para sumergir a los protagonistas en la refriega tan esperada. La tensión aumentaba como una marea creciente, cada segundo acercándolos al momento en que estallaría la batalla.

La hora del crepúsculo se acercaba inexorablemente. Las últimas luces del día comenzaban a alargarse, señalando el inicio de la fase final de su preparación. Sabo y sus compañeros se reunían, sus informes y observaciones cuidadosamente consignados. Cada detalle recopilado tenía su importancia, cada movimiento de los cazadores analizado y previsto para la estrategia venidera.

—La mansión está fuertemente custodiada —susurró Sabo al regresar—. Cada rincón está bajo vigilancia. Están alerta.

Aidan, con el rostro serio, se irguió, su mirada penetrante perdiéndose en las sombras crecientes. «Ema sabe que vendremos,» murmuró con una voz que parecía absorber la luz misma. «Ella ha anticipado cada uno de nuestros movimientos, urdido cada trampa para bloquearnos el camino hacia la mansión. Una estrategia hábil, magistralmente orquestada… pero vana.»

Dejó que sus palabras se disolvieran en el silencio opresivo, cada sílaba resonando como una promesa de desafío. La atmósfera se cargó de una intensidad palpable, las sombras danzantes parecían congelarse, suspendidas en el instante.

Los demás fijaron sus ojos en Aidan, una luz decidida en sus ojos. Sabían que su misión sería peligrosa, pero la certeza de Aidan, esa fuerza implacable que emanaba de él, insuflaba un nuevo valor en sus venas.

Sylldia, con los ojos llenos de duda, miró a Aidan con un toque de incertidumbre. —¿Sabes cómo podemos entrar sin ser vistos?

El príncipe vampiro, una luz misteriosa en los ojos, se inclinó ligeramente hacia adelante, sus palabras llevadas por un susurro apenas perceptible: —Conozco caminos secretos que nos llevarán a la mansión sin que nadie lo note.

Rose, aún atormentada por los acontecimientos recientes, apretó los puños, su rostro expresando una resolución feroz. Cada recuerdo de los ataques pasados la corroía, alimentando su determinación. Recordaba los gritos, los rostros aterrorizados, y la sensación de impotencia que la había invadido.

—Debemos encontrar una manera de llegar a Chris. Es a través de él que la bruja controla a los cazadores. Sin él, estarán desorganizados y vulnerables. Es nuestra mejor oportunidad de revertir la situación —dijo, su voz resonando con convicción.

Hex, que observaba las sombras alargarse a su alrededor, sintió una creciente inquietud. Los árboles parecían susurrar advertencias en el viento, y el crepúsculo se acercaba rápidamente, envolviendo el bosque en una oscuridad amenazante. Su voz tembló ligeramente al tomar la palabra:

—Pero, ¿cómo alcanzarlo sin luchar contra todos los cazadores? Son muchos, y el tiempo apremia. Cada minuto que pasa es un paso más hacia su victoria, y no podemos permitirnos fallar.

Miró a su alrededor, buscando una respuesta, una solución que pudiera salvarlos. El aire estaba cargado de tensión, cada miembro del grupo sintiendo el peso de la misión sobre sus hombros.

La joven cazadora, con el ceño fruncido por la ansiedad, rompió el silencio: —¿Sabéis dónde se encuentra?

Su mirada se dirigió a ellos, que parecían perdidos en sus pensamientos. El alfa supremo levantó la cabeza, encontrando los ojos de la cazadora.

—No —respondió después de un momento—. No hemos encontrado ninguna pista de su presencia en los alrededores de la mansión.

Un escalofrío recorrió el grupo, cada uno tomando conciencia de la magnitud de la tarea que les esperaba. La joven cazadora apretó los dientes, su mente buscando frenéticamente una solución.

Melfti, observando la creciente tensión, intervino con una voz reflexiva: —Si es gracias a él que Ema tiene el control sobre los cazadores, debe mantenerlo cerca de ella.

Las palabras de Melfti resonaron como una revelación, una luz de comprensión iluminando los rostros tensos a su alrededor. Rose asintió con la cabeza, reconociendo la validez de su análisis.

Dieltha, con los ojos escudriñando los rostros cansados y ansiosos de sus compañeros, rompió el silencio con una pregunta urgente: —¿Y dónde se encuentra Ema en este momento?




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