—Sigue el código del alfa al pie de la letra, y respeta nuestras costumbres, debes servir al clan, siempre estar dispuesto para ellos.
— ¿Y qué hay de mis propios intereses?
Conversación entre Madeleine Miller y su nieto Derek.
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Ocho años después del designio...
Derek raspó sus garras contra la tierra fría, pegó su nariz al ras del suelo para detectar ese aroma extraño, estaba en la frontera este, en el horizonte se extendía una gran planicie de hierba alta sobre la cual sus lobos estaban detectando la fuerte presencia de otros cambiantes.
Y sus rastreadores jamás se equivocaban, más allá de sus tierras otro clan estaba comenzando a instalarse.
El silencio de la noche era profundo, casi doloroso, la quietud le incomodaba al depredador, avanzó un par de pasos hacia el barranco que desbordaba hacia la planicie, años atrás había ordenado a crear un buen límite artificial que dividiera su bosque, de aquel solitario páramo amplio y desolado. Ahora era una frontera que debía reforzar constantemente.
Claro que, si se trataba de un clan joven en proceso de conformación, no representaban amenaza alguna para su clan, pero en sus quince años de experiencia estando al mando de los Moon Fighters, había aprendido bien a nunca, jamás, subestimar a un enemigo. Debía marcar su presencia, hacer a cada uno de sus lobos reafirmar su presencia sobre estas tierras. De lo contrario, sería una invitación tentadora, y Derek detestaba a los intrusos con toda su alma.
Su rota y solitaria alma de lobo.
La luna y su brillo calmo estaban oculta por las nubes, llamándole, buscando su canto. Derek retornó la vista al negro horizonte, algunas luciérnagas se veían distantes, le hacían sentir inquieto, porque se asemejaban a los ojos del enemigo.
Elevando su garganta lo dejó fluir, el aullido vibró a través de su cuerpo expandiéndose alrededor. Y ahí fue cuando otro se le unió, más grave pero igual de hermoso, un canto para su alma, inconfundible, imposible de ignorar, un aullido que como cada vez que lo oía, envolvía su cuerpo por completo.
Jeanine estaba cerca.
Cuando terminó, el silencio retornó, del otro lado en las tierras extrañas nadie respondió.
Gruñendo como un último reclamo, Derek dio media vuelta y se internó en el bosque, siendo engullido por las sombras, era sigiloso, mortal, un depredador que por su pelaje negro era el más peligroso por la noche, cuya única forma de identificarlo era por la mancha blanca en una de sus patas delanteras.
Mientras recorría el bosque que se descolgaba por una montaña, Derek se mantuvo alerta, a medida que avanzaba a medio trote, se encontró con los vigilantes que custodiaban las zonas, todos ellos, hombres y mujeres con fuerza y coraje, eran la primera línea de defensa del clan que estaban rearmando sus alineaciones después de haber luchado a favor del clan Ice Daggers. A su paso, los que lograron verlo se inclinaron, los demás solo percibieron su rastro, una sombra cubriendo cada tramo del territorio, recorriendo el bosque hasta llegar a la montaña y detenerse en la cumbre.
El plan era reunirse con la persona que compartía de forma parcial su liderazgo.
Jeanine Du Blanche, su lugarteniente, amiga y la mujer a la que una vez le entregó su corazón.
Pero nunca pudo hacérselo saber, y eso dolía.
Jeanine apareció de entre unas rocas grandes que ocultaban su cuerpo compacto, ella era una loba blanca como la nieve en invierno, pero su pelaje en forma animal no era competencia para el magnífico color de su cabello, único en todo el clan. Al acercarse ella inclinó su cabeza y esperó, para Derek era difícil estar cerca de ella, entre ellos volaban chispas cada vez que cruzaban sus miradas, sin embargo, por más que anhelaba su compañía con cada fibra de su ser, Derek no podía ni siquiera mirarla como algo más que su lugarteniente.
Porque estaba condenado a caminar solo el resto de su vida, su linaje de sangre moriría con él.
Desde el hueco entre ambas rocas, Jeanine arrastró una mochila abierta y luego se alejó dándole espacio, desapareciendo entre unos arbustos.
Derek regresó a su forma humana en cuestión de segundos, sacó una muda completa de ropa y luego esperó a que ella volviera por él.
Jamás podría saciarse, cada vez que tenía una oportunidad de verla por más de un segundo, la aprovechaba, apreciar sus femeninos rasgos era todo lo que podía hacer, el lobo siempre a la distancia, a la espera de poder deshacer su castigo para abalanzarse, atrapar a su loba y fundirse en ella para siempre. Pero las cosas no eran sencillas, nunca lo eran.
— ¿Qué has encontrado? —Jeanine preguntó con ese tono práctico y firme, un tanto distante.
Derek tuvo que obligarse a cumplir sus funciones, era el líder, el alfa, aquel al que no debía importarle nada más que el bienestar del clan.
—Los rastreadores de Seth están en lo cierto —afirmó, viendo directamente a sus ojos oscuros—. Hay olores al otro lado de la frontera, es probable que un clan este por asentarse más allá la planicie.
Jeanine asintió, cerró el cierre de la mochila que sostenía en una mano y luego se la colgó al hombro, evadió su mirada y se puso a la tarea de analizar los alrededores, pero los vigilantes todavía no rondaban cerca, y no lo harían hasta el cambio de turno dentro de tres horas, en la montaña solo estaban ellos dos y nadie más.
Era el escenario perfecto.
Pero no podía arriesgarse, si permitía desatar la necesidad que lo consumía, estaría en riesgo su puesto, y con eso la estabilidad del clan se perdería, Derek quería paz para los suyos, pero al mismo tiempo anhelaba afecto, cariño, apoyo, tres cosas que solo una pareja podría brindarle, que solo Jeanine podría, porque él no deseaba a nadie más que ella, solo ella.
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Editado: 18.08.2019