—La única valentía que tengo, es decirte todo lo que siento en estos trozos de papel que jamás leerás.
De los escritos de Derek Miller (16)
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Derek se detuvo en la puerta cuando escuchó sonidos provenientes del interior, quedándose completamente quieto aguzó el oído para tratar de identificar a aquel que ingresó a su nido... Pero no tuvo que ir muy lejos en la lista, y la esencia dulce que le llegaba de forma suave era femenina, era sabido que todas las mujeres tenían prohibido el acceso, sin embargo a pesar del aleteo esperanzado de su corazón ese aroma no era cítrico como el de Jeanine, y a costa del disgusto del lobo, reconocer a Madeleine le trajo alegría.
Para evitar asustarle giró la perilla haciendo un ruido bajo, y abrió la puerta con cuidado, su recién descubierta media hermana le esperaba de pie junto a la chimenea de concreto, sonreía suave y tenía cierto brillo de esperanza en sus ojos color miel, un tono más oscuro.
La mezcla de aromas dulces despertó el hambre en su estómago, al bajar la mirada Derek se encontró con dos tazas con humeante té que desprendía algo dulce y natural, como hiervas de infusión, colocadas sobre la pequeña mesa central, junto a las tazas una bandeja de madera portaba galletas de chocolate rellenas de caramelo.
Esas galletas no eran las que hacía Javier.
—Emmy las trajo —respondió—. Ella dijo que el cocinero de su clan le había llenado la alacena de galletas. —Madeleine rió suave—. Y que le dolería los dientes si se las comía todas.
Sonriendo, Derek fue hasta el sillón doble color negro, dejándose caer tomó una galleta que todavía estaba tibia, era pesada y un poco esponjosa en el centro, sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de Madeleine, palmeando el espacio libre junto a él, le invitó a sentarse.
Ella asintió, como obedeciendo una orden y al tomar su lugar agarró una de las tazas, ofreciéndosela.
—Frutilla y tilo —dijo—. Relaja mente y cuerpo.
Derek agradeció en silencio la bebida, no acostumbraba a consumir té, mucho menos de sabores exóticos, medicinales o lo que fuera que le entregara Madeleine, Derek tomaba chocolate, café, ocasionalmente los mezclaba con leche, o sino recurría a un par de bebidas alcohólicas.
Pero el sabor era interesante, algo dulce pero cítrico a la vez, extrañamente le recordó a Jeanine y no sabía cuánto de eso debía alarmarlo.
— ¿Qué haces aquí? —Preguntó y al ver que ella bajaba la mirada se apresuró a decir—. Quiero decir..., no me malinterpretes me encanta pasar tiempo contigo, pero no es usual que me visites.
—Quería... yo quería verte una última vez...
Alarmado, Derek giró hacia ella expandiendo los sentidos, no percibía dolor, malestar o enfermedad alguna pero no podía estar cien por ciento seguro.
— ¿De qué hablas Maddie?
Ella redondeó los ojos con sorpresa, era la primera vez que la llamaba por un apodo afectuoso, Derek lo había encontrado cuando, incapaz de dormir la noche después de que ella apareció, pensó que debía tener uno, al menos así se sentiría tener un lazo de hermanos.
Los hermanos se ponían apodos dulces y tontos, ¿no? Bueno él quería eso.
— ¿Puedo llamarte Maddie?
Esa débil sonrisa se amplió, hermosa.
—Sí... ¿Puedo llamarte..., Dary?
Riendo, Derek arrugó la nariz.
—No..., lo siento, suena demasiado tonto.
Madeleine mordió una galleta entre risas, él también lo hizo. Santa gloria, sabía demasiado bien y pensar que un felino las había hecho parecía irreal, casi chocante, pero ¿quién era él para cuestionar la extraña afición de un gran gato ruso por la cocina? Nadie, y no pretendía hacerlo, más bien, quería la receta porque si Emmy comenzaba a repartir estas deliciosas galletas, sus lobos se convertirían en bolas de pelos adictas al dulce sabor del caramelo, y se volverían frenéticos.
—No respondiste mi pregunta —continuó, dio un sorbo al té.
Madeleine se mordió el labio y tomó aire.
—Sé que te irás al atardecer —dijo—. Que harás una incursión a ese clan.
Derek percibió un miedo sutil enredado en esperanza.
— ¿Quién te dijo?
—Dashiell, estaba preocupado dando vueltas en su sala y murmurando nervioso, su mujer no estaba así que decidí escucharlo.
Derek bajó la mirada, por supuesto, Dashiell estaba frenético por su decisión, el riesgo era muy alto y las posibilidades que algo saliera mal también. Pero lo entendía casi tanto como Elijah, y aunque no podía detenerlo, se preocupaba demasiado. Como médico y amigo más cercano, Dash sabía cada detalle sobre su estado de salud deteriorado, Derek estaba débil, pero eso no era suficiente como para que diera marcha atrás.
—Tengo que traerlos de vuelta.
—Lo sé, solo..., ten cuidado.
Derek asintió tomando más de ese raro té que calmaba al nervioso lobo.
— ¿El clan Black Riot es peligroso?
Madeleine arqueó una ceja.
—Me refiero a si siguen el Código.
—No sé mucho sobre ellos, nos encerraron apenas obtuvieron la victoria. —Madeleine desvió la mirada—. Pero mantuvieron prisioneros Dawn Edge, creo que eso no está permitido.
Cierto.
—Además, el alfa a cargo desprecia a los híbridos como nosotros.
La angustia tiñó la voz de Madeleine, el silencio se hizo pesado y entonces la curiosidad le invadió.
— ¿Cómo son ellos?
La mirada de la mujer coyote se iluminó con afecto.
—Chandler es un año mayor que tú, pero más bajo, de ojos verdes y el cabello negro, un poco ondulado, heredó todo de mamá. Arejay... Te lleva dos años, y tiene tus ojos, los de papá, el cabello castaño oscuro y la piel cálida. Ellos quedaron en el lugar que te dije, encadenados, nadie los visita a excepción del cuidador que evita que mueran de hambre y sed.
Al oír el temblor filtrándose, Derek tomó a Madeleine de la mano, terminó lo que quedaba del té y la miró a los ojos.
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Editado: 18.08.2019