—Ya sé lo que hiciste... Y quería agradecerte, otro en tu lugar se habría negado.
— ¿De qué hablas?
—El cachorro que...
—Lo siento, creíste mal. La sangre mestiza no puede proliferar en este clan.
Conversación entre Bradford Miller y Abbie Meyer.
☆゜・。。・🐺🌙🐺・。。・゜★
Derek experimentó un humor excelente, los consiguientes días posteriores a la incursión pasaron sin problemas, a excepción de la renuencia de sus hermanos por salir al aire libre. Derek había sido tajante, exponiendo sus identidades a su cuerpo de líderes para que ellos les hicieran saber a los demás quienes eran Arejay y Chandler Miller.
Hijos de Bradford Miller, sangre de su sangre. No volverían a ser negados, nunca más.
Sin embargo, los demás miembros del clan tomaron con mayor reticencia la palabra, hasta el punto de dudar de si Derek decía la verdad. La única forma de sofocar los murmullos y la desconfianza era con una prueba de ADN, Madeleine aceptó con disposición, no obstante, algo le decía que los dos hermanos no le facilitarían las cosas. Los resultados tardarían otros cinco días más, así que tendría que mantener las cosas bajo este perfecto control hasta que llegaran. Todo iba bien.
Pero, fue un error confiarse.
El cuarto día por la mañana tuvo un fuerte dolor de cabeza, no quiso levantarse de la cama. A tientas desactivó la alarma mirando que faltaba media hora para las nueve. Luego recordó la fecha, maldiciendo por lo bajo rebuscó en el cajón de la mesa de noche algún medicamento que resultara efectivo, su metabolismo no era muy resistente a las drogas, pero algunas servían. Lamentablemente, sus provisiones estaban agotadas. Suspirando, Derek rodó sobre su espalda y quedó mirando el techo.
El dolor era consistente, como algo pequeño latiendo bajo, molesto pero no era suficiente para detenerlo, y aunque quería un poco más de descanso, se obligó a levantarse. Una reunión con el Consejo de Ancianos no era apetecible, pero formaba parte del puesto, estaba viendo como disolverlo sin causar una revuelta. Algo improbable que no sucedería pronto. Ese día debía entregar el informe como cada semana y recibir consejos si la situación lo requería, Derek lo veía como un trabajo tedioso, ya no tenía diecinueve años, a sus treinta y cuatro entendía la perfecta forma de liderar el clan, no necesitaba niñeras vigilando tras sus pasos.
Levantándose, Derek tomó una remera gris, una franela azul oscuro, pantalones negros y las botas de montaña grises. Una vez vestido, arregló el desaliñado cabello castaño claro y al mirarse en el espejo del baño, se repitió una y otra vez que era fuerte.
Debía serlo.
Tras un rápido desayuno de pastelillos de chocolate y leche, salió al exterior. Ahí fue donde el dolor se hizo más agudo, diferente al que se le presentó en ocasiones anteriores. Caminando sobre la delgada capa de nieve que se había acumulado por la noche, Derek revisó el estado de los vínculos de sangre, cerca de trescientos pulsos emitían vibraciones apenas perceptibles pero que le permitían saber que todos estaban bien. Bajó el bloqueo que impedía que consumieran su energía de forma involuntaria y al comprobar que nadie estaba enfermo ni herido abrió los ojos, y volvió a armar el bloqueo.
Confundido, hizo memoria para saber qué debía hacer primero. Recordó que antes de la reunión debía hablar con el equipo de comunicaciones en la base subterránea, eso le animó, sus investigadores rara vez le decepcionaban, eran expertos que dominaban la Infranet de principio a fin, obtener información sobre Gardner era un juego de niños para ellos.
La base era un entramado de túneles, cámaras y pasillos bajo tierra, servía como una guarida de emergencia, puesto de reunión, lugar de reclusión de infractores que se atrevían a ingresar a su territorio sin permiso, y por sobre todo, era el sitio de evacuación en caso de emergencia.
A paso de lobo se tomaba entre treinta y cincuenta minutos dependiendo del sitio de partida, miró su reloj confiado en que no le tomaría más de dos horas en realizar la tarea.
—Derek —Madeleine le llamó a lo lejos.
Girando, le sonrió abriéndole los brazos, pero al ver la preocupación en el rostro de su hermana los bajó de inmediato, Derek acortó la distancia, tomándole de las manos que temblaban como hojas.
— ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¿Ellos...?
—Estamos bien —afirmó, su voz igual de temblorosa, sumida entre nervios y miedo—. Es... Es... Dashiell.
Derek frunció el ceño.
— ¿Dashiell?
Madeleine asintió, los rizos ondulados rebotaron.
—Lo fui a ver a su casa y..., s-su hijo lloraba..., y..., y...
—Respira Maddie. —Derek le tomó por el rostro al ver que estaba entrando en pánico, su propio lobo reaccionó alzándose para buscar el vínculo de sangre que lo unía a Dashiell—. Tranquila, dime lo que pasa y yo lo arreglaré.
—L-lo encontré en su c-cuarto, no reacciona.
El pulso subió.
— ¿A qué te refieres? ¿Él...?
Madeleine negó anticipándose, tomó su mano y jaló, instándole a avanzar.
El pulso de Derek ascendió mientras recorrían el bosque de pinares en dirección suroeste hacia la enfermería, la ansiedad del lobo colmó cada parte de su mente mientras arañaba las paredes en un intento por saber lo que estaba pasando, Madeleine no habló más en el camino, estaba desesperada por llegar.
La casa de amplios ventanales apareció, detrás estaba el anexo que conectaba con la enfermería, un complejo de salas y habitaciones donde Dash se ocupaba de curar todo lo que estuviera en sus capacidades. Apenas ingresaron Derek fue golpeado por un crudo miedo que le erizó el vello de la piel, la sala de esos extraños y mullidos cojines negros se hallaba sumida en sombras, no había fuego en la chimenea ni olor a comida, como era habitual.
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Editado: 18.08.2019