—Protección y valor para el que lo necesite, lealtad y confianza para el que lo merece.
Juramento Moon Fighter.
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Derek tenía a una loba furiosa moviéndose muy cerca de la superficie de su mujer, Jeanine no lo sabía, y si lo hacía, era muy buena manejando las emociones que podrían estar doblegando los instintos animales. Derek trató de mantenerse calmado, pues conocía bien la fuerza arrolladora que un Beta bien entrenado podía tener, después de todo, ellos eran capaces de enfrentarlo.
Pero a estas alturas, hasta un Delta podría vencerlo con facilidad.
— ¿Qué dices? —Ella dudó—. Tú no puedes estar diciendo eso.
Derek rompió el crudo contacto visual, la tensión que viciaba el aire le estaba sentando mal. Relajando los hombros, dio media vuelta hacia la cocina, Jeanine le siguió. Del refrigerador sacó una manzana verde, tomó un cuchillo del cajón del bajo mesada.
—Nuestros amigos ahora son refugiados.
La exigencia en su voz reclamó la atención del lobo que alzó la cabeza y comenzó a rondar en su mente. Genial, ahora eran dos contra uno, eso no era justo.
—Ya está decidido —replicó, y luego intentó acercarse para sentir de nuevo su calor. Jeanine perdió el buen humor que tenía y le esquivó—. Ya no pienses en eso.
La mirada de Jeanine se estrechó sobre él, Derek se sintió incómodo.
—Tú —le apuntó al girarse—. No puedes decirme en que debo o no pensar.
Derek tragó el bocado agridulce.
— ¿Y qué se supone que debo hacer? —Inquirió—. No soy el héroe de brillante armadura que salvará el mundo, perdí el liderazgo del clan, las cosas son así y no van a cambiar. Yo no voy a volver.
—Pero...
—Pero nada —cortó—. Mira a nuestro alrededor, tenemos todo, podemos hacer cualquier cosa, nos tenemos el uno al otro, ¿no es lo que siempre quisimos? Este es nuestro momento de ser felices.
La decepción que fluyó de su cuerpo fue un golpe bajo y certero. La mirada de la loba se empañó, y la cocina pronto quedó impregnada con el olor a sal. Jeanine no se quebraba con tanta facilidad, y eso indicó que estaba al borde, que lo necesitaba.
—Jeannie...
—No, Derek. —Ella se alejó—. No. Allá afuera hay gente que nos necesita.
—Pueden cuidarse solos, Elliot...
— ¡Elliot está destruyendo el clan!
Su grito fue un quiebre que atravesó el aire.
—Ya no podemos intervenir —dijo entre dientes—. No nos corresponde.
—Pero el clan...
— ¡Ya deja de decir eso! —Exclamó, un gruñido retumbó en su mente, la protesta del lobo por haberle hablado con tanta bronca—. ¿Qué rayos significa el clan? ¿Qué? ¿Alguna vez te has preguntado por qué nuestra raza se divide en clanes?
—Para cuidarse y convivir...
Derek emitió una risa baja, rota.
—No, Jeannie, tú no ves... —Negó—. La sociedad de clanes está mal —dijo a media voz—. Desde cachorros nos enseñan a obedecer una figura, a depender de alguien más, toda la vida que conocemos se reduce al sistema que nos dice cómo reaccionar y como pensar... ¿Qué clase de vida es esa?
—Son familias...
—No, solo es un sistema de normas y leyes para mantenernos bajo control, ¿por qué crees que aquellos que nacen en clanes nunca lo abandonan? —Hubo un silencio tenso—. Nos enseñan a amar la dependencia hacia el clan, y a despreciar la vida de solitarios.
Jeanine sacudió la cabeza, y retrocedió, se resistía a la verdad. Era cruda y chocante, pero formaba parte de la realidad en la que vivían, todo este tiempo las respuestas que siempre se hizo de niño estaban ahí, y ahora las comprendía a la perfección.
—No, eso no es así, ¿de dónde sacaste todo eso?
Derek se acercó para tomar sus manos
—Nosotros hemos logrado salir de eso, ahora podemos ver que el sistema está mal. Mira lo que pasó allá, trescientas personas dependían de mí, y ahora que no estoy han entrado en crisis porque ya no tienen a quién obedecer.
Jeanine quiso intervenir, pero no se lo permitió.
—Se les acabaron las opciones, y en mi opinión creo que hacen lo correcto al abandonarlo.
Jeanine respiró fuerte.
—De trescientos ahora hay ciento ochenta —replicó—. Entre expulsiones y deserciones, el clan se está desintegrando.
—No vas a convencerme.
— ¡Derek!
—Es mi última palabra Jeanine.
Regresó a la sala, buscando alguna maldita cosa que hacer para librarse de ese desgraciado sentimiento que se le anudaba en el corazón. Culpa. Ya no quería sentirla, tampoco al lobo que gimoteaba como un cachorro angustiado y no podía controlarlo.
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Editado: 18.08.2019