—Demostremos al mundo entero que podemos convivir sin resentimientos ni conflictos, ¡demostremos que somos seres civilizados y que la paz es posible!
John Alfred Wayne, 2° Congreso Mundial Cambiante, Septiembre 16, 2440.
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Jeanine observó la pantalla frente a ella, en ella una imagen arrojaba una figura maltrecha y encorvada en la sala de interrogatorio. Un sentimiento agridulce fue sofocado por el vínculo que ahora se anclaba a su corazón, y la paz retornó a su cuerpo.
Detrás, la puerta de abrió. No tenía que girar para saber quién había entrado, lo sentía aun sin verlo, ambos se reconocían sin necesidad del contacto físico, la unión emocional era firme como el acero.
— ¿Por qué te detuviste? —Le preguntó.
Derek se cruzó de brazos, su mirada ambarina se detuvo en el hombre en la pantalla, las emociones fluctuaban a través del lazo que los volvió uno, ella no las reprimió, quería sentirlo, siempre.
—No pude —murmuró—. Cada vez que intento verlo a la cara el lobo quiere saltarle encima, y eso..., no es correcto, ni siquiera tratándose de él.
De reojo vio la vena tensa en su cuello, juzgar no era tarea sencilla, y menos tratándose de alguien con una conducta intachable, el nerviosismo era una cosa común teniendo a todos los miembros del antiguo Consejo de Ancianos en las celdas de detención. Querían averiguar quién planeó todo, pero las opiniones estaban divididas y había gente que se negaba a creer que esos viejos lobos pudieran hacer algo así.
—Quiero que lo intentes, yo escucharé desde aquí.
Jeanine se mordió el labio.
—No soy la loba favorita de Elías.
Reclinando su cadera sobre el escritorio que anclaba los tableros, controles y teclados, Derek esbozó media sonrisa, cautivando su atención y recordándole que ambos se pertenecían, y ahora las barreras cayeron, no había límites entre ellos y su soltura a veces le desconcertaba.
—Tú eres mi loba favorita, Jeannie, ahora ve.
Humedeciéndose los labios, Jeanine se alejó dispuesta a cumplir la orden, pero un giro le arrancó una risa y de pronto ella estaba envuelta por los fuertes brazos de su lobo, su boca siendo asediada con dulzura y poder, el sabor era magnético, su esencia fundía las notas de madreselva con la aspereza del metal, signo de que estaban acoplados. Para cualquier cambiante que los encontrara, ese signo sensorial les diría todo..., ante el mundo ellos dos estaban unidos en corazón y alma.
—Es una pena dejarnos así —dijo al separarse.
Una mirada arrasadora, el color de la miel nunca le pareció tan hermoso y sexy.
—Déjame trabajar Derek.
Tras escaparse del abrazo del lobo, Jeanine rearmó su compostura y calmó a la loba eufórica, caminó hacia los pasillos en donde estaban las salas de interrogatorios, era el momento de actuar formal. Enderezando su postura, anduvo con paso firme, mirada al frente, orgulloso, hasta detenerse en la puerta cinco en donde toda esa fachada de poder y dominio temblaron al encontrarse con la dura mirada de Elías Fergusson. Jeanine tomo aire y cerró la puerta, la achatada nariz del anciano se movió un par de veces hasta que la comprensión le llegó al rostro, y estrechó la mirada sobre ella.
—Se ha acoplado con él —concluyó, su voz ronca.
—Sí, eso es correcto.
Jeanine tomó asiento en la silla de metal disponible.
—Felicidades.
Oír eso le resultó extraño viniendo de una persona que constantemente luchó para que Derek hiciera lo contrario, cumplir su condena. ¿Qué debía hacer? ¿Era una clase de burla o algo sincero?
—Sí..., eh..., gracias.
Elías ladeó la cabeza, el color de sus ojos estaba más oscurecido que de costumbre y su cabello se había aclarado considerablemente, asemejándose a un blanco desteñido.
—Creo que no es necesario decirle la razón por la que lo mantenemos encerrado.
Elías asintió.
—Buscan al culpable, lo sé.
—Los demás miembros del antiguo Consejo han dado su confesión.
—Supongo que todas las miradas apuntan hacia mi dirección.
—Así es.
Elías bajó la mirada, sobre la mesa de metal entrecruzó sus dedos.
—Sí, fui yo. —Admitió, su tono rotundo y firme, sin tapujos—. Pero lo hice para ayudar a mi hija.
Jeanine abrió los ojos, intrigada.
— ¿Qué tiene que ver Lyra en todo esto?
La oscura mirada del anciano se levantó, temblorosa y decepcionada.
—Necesitaba ayuda.
— ¿Para qué?
—Tenía un objetivo en mente.
La loba susurró algo, pero ella no estaba dispuesta a presionarlo, después de todo era un anciano. Sin embargo, recordó que Derek casi muere por su culpa, que Elliot fue asesinado y que su gente fue cazada y encerrada como si fueran animales sin consciencia, y todo rastro de caridad hacia el viejo se hundió debajo del resentimiento y el amargo sabor de la venganza se sintió con fuerza.
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Editado: 18.08.2019