Lienzo Maldito

Capítulo 8. Peligro en el Bosque

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La soledad del templo se sentía opresiva. Una penumbra misteriosa envolvía el lugar, mientras un viento helado susurraba a través de los árboles como si estuvieran contando secretos prohibidos. Las ramas crujían a la distancia, haciendo eco en la quietud. Frente a los tres, el monje habló en tono grave y ceremonioso:

“Mi papel como protector de las reliquias del templo ha terminado. Las armas han encontrado a sus portadores. Ahora, solo me queda enseñarles cómo invocarlas”.

Noah intentó aliviar la tensión con una sonrisa ladeada: “Al menos ya no intentas matarnos. Eso es un avance”.

El monje lo miró con una mezcla de seriedad y cansancio.

“No esperaba que ninguno de ustedes sobreviviera. Pero ya que lo han hecho...”, El monje se giró lentamente. “Síganme”.

Con cada paso que daban, las sombras del bosque parecían cerrarse alrededor de ellos. El suelo crujía bajo sus pies, y el aire se volvía cada vez más denso, como si algo invisible los observara desde la oscuridad. Amelia se estremeció, abrazándose a sí misma, mientras seguían al monje más profundamente en el bosque. La inquietud crecía con cada paso.

“Este lugar concentra una energía yin muy poderosa”, continuó el monje con voz baja, casi como si hablara consigo mismo. “Aquí, en este templo, la línea entre los vivos y los muertos es... delgada, casi inexistente”.

Andrew, sintiendo cómo la atmósfera se volvía más inquietante, tragó saliva con fuerza.

“¿Quieres decir que... podríamos encontrarnos con fantasmas en este bosque?”, preguntó en voz baja, esperando que la respuesta fuera negativa.

El monje asintió lentamente, sus ojos brillando con una oscuridad contenida: “Así es. Las almas que merodean cerca del templo no han cruzado al otro lado... Todavía”.

Amelia, sintiendo que el miedo empezaba a invadirla, intentó no quedarse atrás. Su voz tembló cuando habló:

“¿Y por qué... exactamente, estamos yendo directo a la boca del lobo?”

“No se preocupen”, respondió el monje con calma, aunque su voz no ofrecía consuelo. “Los espíritus aquí son... inofensivos. No les harán daño... al menos, no mortalmente”.

El viento aulló de nuevo, y el crujido de ramas resonó, como si algo en la oscuridad se moviera. Una figura espectral pasó fugazmente entre los árboles, apenas perceptible, pero lo suficiente como para que Noah y Andrew se tensaran. Amelia casi gritó cuando una ráfaga de viento helado la rozó. El aire estaba cargado de energía, como si todo el bosque respirara en silencio, observándolos.

“¿Inofensivos?”, murmuró Noah, apretando los dientes. “Espero que no estés equivocado, monje”.

El monje no respondió, simplemente siguió avanzando, con los ojos fijos en un destino invisible entre las sombras del bosque. Mientras tanto, los tres caminaban con el corazón acelerado, cada sombra más amenazante que la anterior, cada sonido del viento más siniestro.

El monje se detuvo abruptamente y, con la misma solemnidad de siempre, se giró hacia ellos. Su mirada era distante, pero llena de propósito.

“Aquí está bien”, murmuró, mientras la oscuridad a su alrededor parecía palpitar. “Ahora probaremos que intenten invocar las armas esp...”

No alcanzó a terminar. Un sonido húmedo y grotesco resonó en el aire, cortando su frase. De repente, su cuerpo se estremeció violentamente hacia adelante, y sus ojos se abrieron de par en par. Desde su pecho emergió una mano con garras largas y afiladas, su piel blanca como la muerte contrastando aterradoramente con la sangre que empezaba a fluir en cascada. El brillo escarlata salpicó el suelo bajo sus pies, manchando el verde musgo con un rojo intenso.

Amelia soltó un grito desgarrador, un grito que reverberó por todo el bosque oscuro:

“¡Aaaaaaahhhhhhh!”

Noah y Andrew reaccionaron al instante, aunque el horror los paralizó por un segundo eterno. El mundo a su alrededor pareció ralentizarse mientras sus mentes procesaban lo impensable. Noah se colocó frente a Amelia, sus ojos llenos de confusión y terror.

“¿Qué... qué demonios es eso?”, balbuceó, su voz apenas un sonido ahogado.

Las sombras a su alrededor se retorcieron como si tuvieran vida propia. Y entonces, la figura detrás del monje, que hasta ahora había permanecido oculta en la penumbra, se deslizó hacia adelante, dejando caer el cuerpo inerte del hombre al suelo como si fuera una muñeca rota. El sonido sordo del cadáver al impactar contra la tierra resonó como un eco macabro en sus mentes.

Allí, en la oscuridad, con un aura espectral que parecía devorar la poca luz que quedaba, se reveló una mujer. Y era la mujer de la pintura de Noah. Vestida de rojo, con su vestido ondeando como si estuviera hecho de sangre líquida, su figura era al mismo tiempo fascinante y aterradora. La belleza de su rostro contrastaba de manera escalofriante con la monstruosidad que representaba. Su sonrisa, fría y cruel, era un abismo que invitaba a la locura.

Era la misma mujer que Filip había visto tantas veces antes en sus pesadillas, y la que lo había matado. Ella los observaba con ojos insondables, llenos de un odio antiguo y despiadado.

El corazón de Noah latía tan rápido que sentía que iba a estallar en su pecho. El terror invadió cada célula de su cuerpo, dejándolo sin aliento. Andrew, normalmente tan sereno, sintió cómo su piel se erizaba ante la presencia de la mujer. No era solo el miedo lo que sentían... era algo mucho más profundo, algo que raspaba en lo más hondo de sus almas.



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En el texto hay: fantasia, misterio, terror paranormal

Editado: 03.12.2024

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