Capitulo III
Hector
Todos estaban sentados juntos, a excepción de Juliana y César. Dijeron que tenían que hacer algo. Mientras llegaban todos pidieron su postre y su café. Mientras esperaban a que esos dos llegaran, sacaron pláticas fuera del tema de Keyla. Hector no podía evitar sentirse algo incómodo. Ellia perecía estarlo igual. Él no sabía exactamente que podría estar pensando, pero era normal que se sintiera fuera de lugar, se habían conocido ésta mañana, sólo había sido invitada por respeto. Al cabo de unos minutos llegaron. Se acomodaron (o trataron) con los demás y pidieron su comida.
El lugar era muy vivo en colore, muy pintoresca. Desde las tazas, hasta el techo y las paredes. Muchas veces venía Hector y sus amigos, y más por estos meses de agosto y septiembre ya que había un frío más habitual. Siempre que solían venir se la pasaban bien, aunque esta ocasión era diferente.
Nadie sabía cómo iniciar la conversación del tema. Pero Juliana comenzó. Le preguntó a Hector que había pasado exactamente. El chico empezó a sudar un poco, a pesar del frío, era la acumulación de preocupaciones que tenía encima. Desobedeció sus sentimientos y trató de mantenerse firme. Empezó a explicar lo que ocurrió, de vez en cuando se le secaba la garganta, tartamudeaba y sentía ganas de llorar.
Todos habían acabado su café. Nadie le reclamo nada a Hector. El chico se sentía algo incómodo, aunque no haya sido su culpa, él había provocado esto. Se sentía mal.
-Hmm. Les voy a contar algo… - dijo Hector entrecortado –. Sé que a veces no soy… -Rayos, sólo dilo -. Suelo ser un poco reservado con lo que me pasa.
Desvió la mirada mientras movía sus huesudos dedos en la mesa.
Todos fijaron su mirada en Hector, como si fuese a poner un huevo. Estaban sorprendidos, nunca había hablado de esa manera, que aunque no fuera muy abierta, era algo, algo estaba cambiando. El peso de todo lo que llevaba cargando y lo que pasó hoy, era suficiente.
Hector empezó a explicarles todo, era lo mejor que había hecho, pero lo que más le había costado. Con forme contaba, se sentía menos presionado, pero ahora había algo que lo incomodaba, ¿y si los pecados vienen por él y sus amigos? (¿cómo no lo había pensado?). Se arrepintió un poco.
-¿Sabes qué?, que se joda todo.
Omitió contar lo de Ellia. Cuando terminó, era difícil sacarlos de todo esto. Los pecados posiblemente irían por ellos, todos ellos. Nunca había escuchado de un guerrero que su familia acabara feliz y completa.
Completa – repitió en su cabeza -.
-Vaya Hector… la verdad no sé qué decir – dijo Juliana -.
-Si me hubieras contado unos años atrás si te hubiera dejado de hablar – dijo Cesar -. (Un poco innecesario su comentario).
-Vaya hermano, debe ser un gran fastidio tu vida – dijo Felacio –. Pero nosotros estamos para ti, para lo que quieras, ¿verdad chicos?
-Si – contestaron todos, algo forzados -.
Ellia clavó su mirada hacia un lado de Hector, como si mirara algo. Hector miro atrás y le pregunto qué pasaba.
-Hmm, tal vez me estoy sugestionando, pero ¿no sienten algo allá? – preguntó apuntando al pequeño bosque que se expandía a las espaldas de Hector -.
-¿Sentir algo? – dijo Felacio -.
Todos empezaron a ver algo al fondo del bosque, era una persona. Era Keyla.
La chica los miraba. Estaba triste, pero emocionada a la vez. Su sonrisa era siniestra en vez de amigable o melancólica. Se levantaron y Keyla empezó a adentrarse al bosque.
-¿Puede ser ella? - preguntó Felacio -.
Todos se pararon y Johana fue a perseguirla.
-Hey – dijo Hector -. Es una trampa, es falsa.
Pero la chica ya se había alejado.
Felacio corrió también tras ella.
-¡Esperen! – gritó Cesar -.
El chico pagó y se fue con Juliana.
-Maldición. Vamos, Ellia -.
Ellia asintió.
Johana era algo gordita, pero corrió como el mismísimo.
Después de unos dos minutos, Hector y Ellia los encontraron. Todos estaban detenidos, observando un gigantesco árbol. En verdad era enorme, un color más brillante que los demás, lo desconcertante era que no parecía llegar ninguna fuente de luz del sol. Brillaba, y brillaba como si fuera de la angustia. Hector miró a todos lados, pero no vio nada, ni a Keyla ni a nadie.
-¿Qué paso? – preguntó -.
-No lo sé. Ella nos trajo hasta aquí – dijo Juliana algo perdida -.
-Keyla… - apuntó Johana al gigantesco árbol -.
Todos lo vieron. Cuanto más tiempo lo observaban, más se oscurecía a su alrededor, como si se nublara la vista, pero no era alguna falla de sus ojos, era algo más. Pasó a ser algo aterrador, algo siniestro que se ocultaba a la vista simple de cualquiera humano; era como abrir ese tercer ojo, ese que puede ver lo que hay después de la muerte, cosas increíbles.
- ¿Qué nos pasa? – Preguntó Felacio en un tono suave y fluyente, pero asustado a la vez -.
-Debe ser un pecado – propuso César -.
-Pero los pecados no están aquí, están peleando contra las deidades, ¿no?- dijo Felacio -.
-No importa eso, ellos siempre aparecen en donde abunda la desesperación – explicó Juliana -.
-No me sorprende que pase esto. Maldición. Siempre esos bastardos se aprovechan de las desgracias de las personas – dijo Hector con puños alistados-.
-Ahí está – titubeó Ellia -.
Un señor de unos tres metros estaba mirándolos. Supusieron que era señor por la figura más remarcada y por su sombrero. Era alto y muy flaco, casi llegando a ser un esqueleto viviente. Era completamente negro, tenía unos largos brazos y unas grandes manos. Sus ojos eran rojos, como si no hubiera parpadeado en años, o dormido. Él sólo los miraba detrás de ese árbol. Todo desapareció a su alrededor.
Todos los chicos estaban hipnotizados, no pensaban con claridad, estaban en un trance. Sus pupilas se hundieron en un espiral sin fin. Él aún se encontraba escondido detrás del árbol, sólo eran ellos y la criatura y su encantador árbol.
Editado: 30.01.2021