Capitulo XII
Hector
Los chicos se acercaron a las cascadas. Geraldine y Audrey estaban en el agua tratando de descubrir que podían hacer. Ellia le preguntó a Hector si sabía algo más sobre esta cascada, la historia de ella podría servir, y es cuando se dio cuenta.
-Chicas – le gritó Hector.
Audrey y Geraldine voltearon.
-Tienen que poner su palma en cada palma de la estatua de Amor. Audrey tú coloca tu palma en la del candado roto, Geraldine, coloca la tuya en las cadenas. La chicas se dirigieron a las palmas que les había indicado Hector y las colocaron Sus marcas brillaron, la de Geraldine era roja, ardía como un fuego hecho de sangre, mientras, la de Audrey brillaba de dorado.
-Está funcionando – dijo Audrey -. Pero no tardó hasta que su brillo se fue, se apagó.
-Mierda, ¿qué pasa?
-Hector, vas bien, necesitan controlar más su poder – dijo su otra alma.
-Chicas, intenten de nuevo, traten de conectarse con la estatua, Audrey, conecta con tu patrona.
Las chicas volvieron a intentarlo, sus marcas se iluminaron.
-Cielos – dijo Ewan.
-¿Qué pasa? – preguntó Ellia.
-Hay alguien más aquí, está espiándonos.
El suelo tembló y las cascadas empezaron a cerrarse, de los ojos de la estatua dejo de caer agua. Las cascadas se terminaron de cerrar y su misión había acabado. Audrey y Geraldine salieron del agua y se acercaron a los guerreros. Geraldine se prendió fuego y se secó, luego secó a Ellia y a Audrey.
-Cielos, lo hicimos… realmente lo hicimos – dijo Audrey.
-Bien, creo que ya acabamos… - dijo Ewan.
-Sí, al parecer…
Los guerreros se quedaron callados y empezaron a voltear a su alrededor, había algo muy pesado cerca de ellos. Hector sabía que no era un pecado, era muy débil comparado con uno de ellos, no sabía si era hombre o mujer.
De unos árboles salió una chica de estatura media, blanca como la porcelana, delgada, con cabello algo largo y con una mirada triste. Vestía como una niña pequeña con su enorme vestido.
-¿Quién es?, ¿se habrá perdido? – preguntó Audrey.
-¡¿Quién eres?! – le preguntó Neo.
La chica le contestó muy bajo, nadie la escuchó.
-¿Quieres matarnos? – preguntó Geraldine.
La chica se acercó a ellos, pero muy lentamente, luego se cayó. Luego se levantó. Siguió avanzando. Por fin llegó, de cerca daba un escalofrío, pero para Hector era interesante, ¿qué le habrá pasado para estar así?
-Mi nombre es el de Niara, yo quisiera hacer una advertencia a ustedes, si me lo permiten – dijo sin parpadear ni mover su rostro, pareciera que sus labios era lo único que tuviera vida en aquél cuerpo.
-Habla –dijo Neo.
-Ustedes son los guerreros, los hemos estado espiando, y bueno, ríndanse o van a morir – dijo Niara y luego bostezó.
-¿Nos estás tomando el pelo? – le dijo Neo.
Hector decidió retroceder y preparase mejor, ésta chica dijo que los había estado espiando, debe de tener malas intenciones.
-Lárgate o tendrás problemas – dijo Geraldine mientras tocaba a la chica-.
Geraldine apartó su mano, se había quemado. La piel de Niara empezó a quebrarse, ahora era cenizas de hojas quemadas. La chica aguantó la respiración y luego explotó en miles de cenizas hasta que el viento se las llevó.
Nadie dijo nada al respecto.
-Creo que debemos de irnos – dijo Ewan.
-¿Eso era lo que sentías? – preguntó Audrey.
-Sí, eso parece.
Un fuerte temblor se hizo presente, los guerreros se agacharon, el temblor no paraba, el océano se escuchaba cobrando vida, cada vez más cerca, entonces voltearon a ver a la estatua de Amor, parecía quebrarse, sus manos se desprendieron, sus ojos empezaron a llorar, las cascadas se abrieron de nuevo. El cielo se tiñó de rojo, las nubes eran grises, los relámpagos sonaban, pero no llovía. El viento azotaba con fuerza los árboles, sus raíces empezaron a sobresalir.
Ewan encerró a todos en una esfera protectora.
-¿Qué diablos pasa? – preguntó Ellia.
-Esa maldita perra – dijo Neo.
-Niara, ¿Quién diablos eres?
El viento empezó a disminuir, el temblor cesó, la marea bajó. El escudo de Ewan desapareció.
Siete personas sobrevolaban el cielo encima de los guerreros. Luego varios soldados llegaron.
-¿Qué está pasando? – preguntó Hector.
-Esos chicos acaban de derramar más de treinta mil litros de sangre en el lago de Guerra – dijo uno de ellos -. Ustedes tendrán que detenerlos, vayan a la isla de la guerra, detengan a esos bastardos, nosotros os encargaremos de lo demás.
De la cascada salió un gigante hombre con brazos de serpientes, atrás de él, más gigantes salían.
-Nosotros nos encargamos, ustedes vayan por ellos.
Los guerreros asintieron y fueron tras los chicos. Neo, Ewan y Geraldine sobrevolaban el cielo. Ellia, Audrey se subieron a una roca deslizadora de Hector.
-Ellia, ¿sabes quiénes son esos chicos? – preguntó Hector.
-Ni idea, ¿qué sabes?
-Son los siete hijos de los pecados – respondió.
-¿Qué? – dijo Ellia -. Pero, ¿cómo sabes eso? ¿Quién más lo sabe?
-Está claro que el rey, los militares y todos lo de un rango alto sí, no nos mencionaron nada sobre ellos, siempre hacen lo que quieren.
-Hector, recuerda controlar tus impulsos – le dijo su otra alma -. Puedo llegar a matarte, no hagas ninguna estupidez.
-Lo sé.
-¿Por qué no nos dirían? ¿No somos del mismo equipo? – dijo Ellia.
-Se supone, mi otra alma me dijo todo eso, me ha contado muchas cosas, sé por qué la quieren. Es algo que no debe de ocurrir, sería un gran error. Cuando estaba en el cementerio con Ira, pasaron unas horas, más tiempo de lo que ustedes percibieron. El tempo parece cambiar de dueño ahí.
Editado: 30.01.2021