MENTIRAS DESCUBIERTAS
Tanto dista el dicho del hecho, el pensamiento de la acción. Con su mirada templada, Christian le indicó con la mano a Circe su cuaderno, en un claro gesto para que ella se lo pasara. Extrañada, le hace el favor sin decir una palabra. Él recibió el cuaderno y, con su lápiz y borrador, corrigió sus errores para después devolvérselo.
—Ah… Gracias —dijo Circe.
—No hay problema —respondió Christian, con voz seca.
—Chris… Christian, ¿ya terminaste con tu parte del trabajo? «¡Mejor!, ella tomo la iniciativa —pensó Christian—. A ver si no la arruino otra vez».
Aun así, la historia se repitió: de sus labios salieron palabras antipáticas.
—Yo no, ¿y tú? —y su tono dejó apenada a Circe, pues la pregunta pareció haberlo ofendido, o quizás simplemente no le caía bien.
—Yo… perdón, todavía no, aún estoy con lo mío —contestó la chica de ojos azules.
En ese momento regresaba Romina con el libro y, poco después, arribaba Lázaro con más periódicos. «¡Arg!, no puede ser, ¡lo arruiné, lo arruiné! —pensó Christian desesperado, aunque sosegado en su exterior— ¡Es mi culpa por actuar así!».
Pasaron algunas horas y habían terminado de investigar. Lázaro se mostraba harto.
—¡Bueno, basta! Ya terminamos esto. Ahora vayamos a comer, conozco un buen lugar donde sirven carnes.
—¿Y quién va a pagar? ¿Tú? —preguntó Romina bromeando.
—Claro, ya que estamos juntos en este calvario será mejor que nos relajemos un poco, ¿no?, Además, aprovechen mi generosidad ahora, que después nunca se sabe.
«A pesar de que no le gustan los estudios, no es mezquino —reflexionó Circe—. Parece ser un buen chico». «Todavía tengo una chance —pensó Christian, ilusionado—. ¡Puedo estar otro rato más con ella!»
Lázaro los llevó a Terra Nova , el centro comercial más importante de Ciudad Victoria, entre las tiendas, las luces y los hologramas publicitarios llegaron a un local de dos pisos de comida, decorado a la antigua, dedicado a lo mejor del rock de los tiempos previos a La Gran Unificación, el local, “Donde Miguel”, era atendido por el señor Miguel, caballero de más de cincuenta años al que le gustaba contar historias un tanto fantásticas sobre bandas de rock, toques en los viejos tiempos y artistas desaparecidos, muchas de estas historias eran inconsistentes ya que tendría que tener más de cien años para haber sido partícipe de las mismas, pero a los jóvenes que iban allá a escapar de la realidad tecnológica que los rodeaba no les importaba.
Mientras comían, Circe notaba que Lázaro se concentraba más hablando con Christian, quedando ella relegada a un evidente segundo plano y al concluir la comida, Circe, Christian y Romina decidieron volver a casa, aunque Lázaro se manifestó indiferente.
—Me voy a quedar a jugar la sala de juegos. Hay unos muy buenos por aquí —dijo a sus amigos.
Finalmente, se despidieron y, una vez que se separaron, Christian no dejó de sentirse frustrado. «Comimos juntos, ¡pero no le dije nada! Soy un idiota».
Mientras tanto, Lázaro preparaba los Créditos para jugar, pero se sorprendió al encontrar un letrero que advertía acerca de la remodelación del local. «¡Maldita sea! Yo quería jugar, bueno, tendré que aburrirme en casa».
Lázaro tomó la dirección a la estación más cercana del subterráneo. Al llegar al andén, repasó mentalmente los aspectos técnicos de su moto. «No sé si comprarle un expansor de volante. Puede ser que el modelo A2600 no soporte el rigor de las carreras».
—¡Eh! ¿No se suponía que ibas a la sala de juegos? —le preguntó sorpresivamente una voz femenina en tono de burla, desde detrás.
Lázaro se volteó y contempló la figura de Circe.
—Sí, pero estaba cerrado, así que me voy a casa —respondió el chico.
Llegó el tren empujando el aire, como siempre. Los vagones lucían limpios, a pesar de los intentos de las pandillas por ensuciarlos con sus graffitis. Los frenos de la máquina sonaban fuertemente mientras se detenía. Las puertas automáticas se abrieron de par en par y los jóvenes abordaron. Buscaron asientos libres, pero al no encontrar ninguno disponible, se quedaron de pie.
—¿Qué harás en tu casa? —preguntó Circe.
—Nada, al menos por hoy —contestó Lázaro.
—Ah, quiero agradecerte por la comida —dijo Circe con algo de pena—. Estuvo todo muy rico. ¿Cómo conocías ese lugar?
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Editado: 12.06.2020