AFLICCIÓN
La muerte de Juan Ximénez causó un impacto en todos aquellos que lo conocían. Nadie podía creer que el hombre fuerte de los medios hubiera fallecido, tan pronto como se encontró su cadáver, a la justicia se le exigió un culpable.
Laura Ximénez, desconsolada, respondía las preguntas de la policía en la estación junto con su hijo, que permanecía silencioso. Entre tanto, los medios de comunicación hacían un circo de tan nefasto hecho. Algunas personas incluso se sentían felices por su muerte ya que creían que su compañía y sobre todo su programa de televisión servían a un pequeño grupo de poderosos.
La autopsia fue rápida. El causa de muerte: dos impactos de bala a quemarropa en el pecho, la hipótesis final con la que trabajó la policía fue la del robo, cerca del cuerpo se encontraba el auto abierto de Ximénez sin el equipo reproductor de música. Todavía tenía su billetera, pero sin sus billetes. Todo parecía indicar un asalto.
Y durante días, cada medio de comunicación abordaba la noticia de una manera diferente.
—Ayudó a armar el gabinete de dos ex presidentes, construyó un emporio de noticias y comunicaciones de la nada, su programa “Paréntesis” tenía el más alto rating en los territorios federales, tuvo un inmenso poder en la opinión pública y no en la opinión publicada, siempre desconfió de los poderosos pero no de la gente de la cual siempre se rodeó, no como “otros” que salen corriendo de sus raíces huyendo del pueblo apenas saborean el poder. Era un grande, y hasta sus enemigos tienen que reconocerlo — Expresaba un periodista en la Interweb.
—A Juan Ximénez no le alcanzaron los medios, ni el dinero, ni el coeficiente intelectual ni los contratos, el poder siempre miró de costado a ese niño humilde que fue más inteligente de los que sus padres lograron entender. — Se expresaba otro comunicador por radio.
—Para sobrevivir entendió que tenía que aliarse permanentemente con el poder de turno sin importar las consecuencias, por eso llegó hasta donde llegó, tuvo su éxito a costa de muchas éticas, eso a más de uno no le gustó —Acusó un comunicador social más interesado en saber qué sabía Juan Ximénez y no quien fue su verdugo.
Luego de las preguntas, la autopsia y el shock inicial se realizó el funeral para despedir a Juan Ximénez, se realizó en la Catedral Metropolitana, una construcción que fue rescatada de los tumultuosos tiempos de Los Estados Beligerantes para luego ser ensamblada piedra por piedra, los actos fúnebres fueron auspiciados por el gobierno federal mostrando su apoyo a la familia de la víctima, los Ximénez no necesitaban caridad de nadie, pero la clase política dominante estaba haciendo un intento nada sutil para retardar las críticas en el área de seguridad ciudadana o aplacar cualquier sospecha que tendría que afrontar tras el asesinato de Juan.
Al acto mortuorio asistieron los más importantes personajes de la vida pública mientras eran registrados por los medios al momento de dar sus respetos a la viuda y a su hijo, eran los buenos, los malos, los oportunistas, los infelices, los cómplices, los hipócritas. Entre los saludos y palabras de solidaridad hicieron su aparición inevitable los religiosos, que trataron de dar sus condolencias, pero para la familia Ximénez y sobre todo para Lázaro no existía ninguna palabra que los lograran consolar aceptándolas con silenciosa diplomacia.
Terminando el acto en la Catedral, Lázaro y su madre salieron por la puerta principal custodiado por policías, eso no evitó que los reporteros comenzaran a taladrarle los tímpanos con todas clases de preguntas y especulaciones realizando su oficio de la formas más marginal posible.
La viuda tomó a su hijo tapándole el rostro y los oídos como podía mientras mantenía un rostro desesperado.
Esas imágenes, esas lágrimas, esas expresiones se transmitieron en las pantallas de la Unión Federal Latina, y uno de los muchos espectadores a la distancia eran los alumnos del Abraham Medina.
Días después de la tragedia, los compañeros de Lázaro habían tratado de darle apoyo, pero cada vez que tocaban a su puerta o llamaban a su teléfono, nadie contestaba. Suponían que su dolor era indescriptible.
—… Y a pesar de los mensajes, él no contesta —dijo Circe a Romina, camino al colegio—. Creo de deberíamos ir todos a su casa y hablar con él.
—¡No, querida! —Acotó Romina, con su habitual soltura—. Ya han pasado tres días. Si él no nos busca, es porque no nos necesita.
—Pero ¿estás segura de lo que dices?
—Yo conozco a Lázaro. Él prefiere solucionar sus asuntos solo, sin que nadie lo moleste, no sé si es muy valiente o muy tarado.
— Yo creo que es alguien muy valiente. Resulta que el otro día… —y con toda confianza, Circe le contó acerca del incidente en el tren con lujo de detalles. Romina escuchó muy atenta a la historia—. A pesar del ruido y el humo, no se sintió amenazado en ningún momento. Si eso no es tener valor, entonces no sé qué es.
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Editado: 12.06.2020