RECUERDOS DIFÍCILES
La chica de pecas comenzó a escupir agua. De inmediato la enderezó para que quedara sentada en el suelo. Con algo de dificultad y a medida que tosía, abrió sus ojos, por lo que pudo observar el rostro de su salvador.
—Eh, Christian —dijo Romina—. Ya ella está bien, así que puedes dejar de presionar su teta.
En efecto, Christian todavía tenía su mano presionada en el pecho de Nayive. Fue allí cuando se dio cuenta de la gravedad del asunto, pues era la primera vez que sus labios tocaban la boca de una chica y también era la primera vez que tocaba un seno.
Al percatarse ambos de lo sucedido, Nayive gritó y se movió hacia atrás mientras Christian se levantaba de golpe colocando sus manos en su pecho. La sensación era de pena y de vergüenza. Jamás había tocado la piel de una mujer y tuvo un dilema interno: por un lado: se repudiaba a sí mismo por pensar en esas cosas luego de un salvamento de emergencia; por el otro, sintió un extraño placer a pesar de no saber ni siquiera el nombre de la pecosa que, con ayuda de Débora y sus amigas, se ponía de pie. «Soy un desgraciado», pensó Christian.
Se abrió paso entre la gente, tomó su bolso y fue para el baño. Rato después, estaba vestido para irse.
—¿¡Qué dices!? ¿¡Ya te vas!? —preguntó Anthony, asombrado.
—No tengo nada que hacer aquí —dijo Christian, como si nada hubiera pasado. Se dirigía hacia la salida cuando Circe le tocó el hombro.
—Por favor, quédate —le dijo la violinista.
Pero Christian ya no podía más. Al voltearse, era obvio que un gran dolor lo angustiaba.
—Lo siento, Circe —dijo el adolescente de ojos almendrados, con un tono de voz que denotaba desconsuelo. Luego se retiró.
—¡Oye, Christian! —gritó Anthony para llamar su atención. Cuando Christian se volteó, le tomó una fotografía—. ¡Para tus admiradoras! —dijo intentando lograr que se sintiera mejor y que se quedara. El joven Siller hizo un acto admirable y sus compañeros no entendían por qué no se daba cuenta. Desafortunadamente, nada detuvo a Christian de partir.
El clima estaba un poco tenso, el carisma de Débora logró regresar la alegría a una fiesta que se estaba convirtiendo en un entierro, rápidamente todo volvió a la normalidad.
—Tirar a Christian a la piscina no fue algo muy lindo que digamos —le dijo Circe a Romina—. Y el comentario de la teta estuvo de más.
—¿Pero por qué te preocupas tanto por él? —preguntó—. A ese mentecato no le afecta nada, es completamente indiferente. Si no lo empujo, se hubiera quedado ahí como un idiota mientras la pobre chica se ahogaba.
—Ese no es el punto. Parece que no aprendiste, ¿verdad? Las cosas que digas pueden herir a los demás, no importa si lo demuestran o no.
—Él nunca demuestra molestia por nada, y las pocas veces que se molesta son apenas por unos segundos.
—No vale la pena discutir por eso —dijo Débora aproximándose a ellas— Yo sé porque se fue, tiene vergüenza.
—¿Vergüenza de qué? —preguntó Circe, extrañada—.Salvó la vida de una chica, es algo para sentir orgullo.
—Tienes razón, pero, ¿te diste cuenta de cómo se puso luego? —Y con una voz pícara concluyó su argumento—. ¡Era la primera vez que ponía los labios en la boca de una chica!
—¿Ah, sí? ¿Cómo estás tan segura? —preguntó Anthony, en forma burlona. La chica de ojos verdes, en respuesta, sólo le sonrió de forma provocativa. Otra persona había llegado.
—¡Lázaro! — Dijo Débora para recibirlo con un abrazo — ¡Te estaba esperando!
—¿Y quién te dijo que me esperaras? — Pregunta el chico con los anteojos de piloto colgando de su cuello.
—Qué palabras más crueles —dijo la adolescente, con el ceño fruncido—. Como las reuniones en el restaurante y en tu casa no fueron tan buenas como yo quería pensé que nos podríamos divertir aquí. Oye, ¿por qué no te quitas esa chaqueta?, ¿no te parece que estás un poco fuera de lugar?
—No tengo tiempo para eso Débora —acto seguido se dirigió hacia donde estaban sus compañeros, los saludó a todos, pero sus ojos se posaron en Circe.
—Oye Circe, ese traje de baño te queda muy bien.
—Gra… gracias —respondió Circe a las palabras de Lázaro, un poco sonrojada y contenta.
—¿¡Y a mí por qué no me dices nada!? —preguntó Débora, mitad en broma mitad en serio.
—Porque todos los libidinosos de la cuadra lo hacen, ¡por eso! Pero no importa eso ahora.
¿Dónde está Christian?, vine aquí para decirle algo de extrema importancia.
Todos guardaban silencio por un instante, trataron de ponerse de acuerdo con las miradas de quien hablaría primero y no vieron que Nayive se aproximaba para conversar con ellos, pero cuando Anthony se decidió a relatar los eventos que hicieron que Christian partiera se decidió a escuchar con discreción.
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Editado: 12.06.2020