LA BÚSQUEDA
Las palmeras se movían levemente con el soplar del viento. Arriba, el Astro Rey atestiguaba el movimiento incansable de las olas cristalinas que llegaban al encuentro de la arena blanca. Un adolescente, descalzo y vestido con prendas de cuero, permanecía acostado. Tímidamente, abrió los ojos y con sus manos palpó la arena tibia a medida que se levantaba en medio del desconcierto.
—¿Dónde estoy? Recuerdo… recuerdo una pelea, pero no estoy seguro.
Dejó su chaqueta en el suelo. La brisa le pegaba en todo el cuerpo. El aroma del mar lo envolvía, supo entonces donde estaba: Playa Tun-Tun. Miraba para todas partes en busca de una explicación y dio con un hombre que parecía tener problemas con su automóvil. Caminó hasta él y el hombre revisaba el motor. Con respeto y temor, Lázaro lo saludó.
—Hola, papá.
—Hola, hijo —le regresó el saludo—. Te veo algo nervioso, ¿qué te ocurre?
—Ah, no pasa nada, en serio. —Ambos se miraron fijamente por unos segundos, el único sonido el de las olas y el viento.
—¿Deseas algo? —preguntó el hombre.
—Bueno… sí, papá. ¿Sabes? No creo que entiendas lo que esto significa para mí… es decir, venero el piso que pisas y el hombre que eres. A decir verdad, parte de lo que soy te lo debo a ti.
—Por Dios, no comencemos otra vez. —Su padre se volteó a para seguir con la revisión del motor, pero Lázaro lo detuvo.
—¡Una vez, papá! ¡Una vez quiero escucharte decir que valoras mis esfuerzos! Tanto tiempo esperando una palabra de apoyo, pero no, estabas muy ocupado con tu periódico y tus empleados estrellas, dándoles palmaditas.
—Mis empleados estrellas como tú los llamas, eestudiaron para forjarse un futuro, algo con más posibilidades que competir en carreras con los demás vagos por un puñado de créditos y mujeres.
—¿Eso es lo que opinas de mí?, ¿qué soy un vago que no piensa en el mañana? Es siempre la misma discusión, no sabes lo que sufrí de niño, con todos los cursos que me obligabas a hacer. Más que educar a un hijo parecía como si estuvieras capacitando a un socio.
—¡Te estaba dando todo lo que yo no tuve! ¿Es que acaso no lo ves? —Los dos se miraron fijamente de nuevo, sin decir palabra.
—Tengo que irme —dijo finalmente Juan—. Continuaremos esto después. —Bajó el capó y se montó en el auto. Lázaro presentía que algo no estaba bien, que si su padre se iba, nunca más lo volvería a ver.
—Papá… ¡papá! —gritó para llamar su atención, pero fue inútil. El vehículo se perdió en el horizonte.
Desesperado, regresó a la playa a buscar a cualquier persona que lo ayudara. Entonces notó una carpa que no estaba antes. «Esa tienda, la he visto antes, no importa, eso quiere decir que hay gente que me puede ayudar a alcanzar a papá».
Llamó al ocupante de la carpa, pero se encontraba vacía. Buscó alrededor por si alguna persona se asomaba. Saliendo de las aguas de la playa, un cuerpo exquisitamente bronceado se mostraba. Un provocativo bikini era la única prenda que evitaba que la chica llegara al estado de una alucinante y juvenil desnudez, por la que muchos hombres desearían tener el honor de saborear.
—¡Débora! —Como Eva recién llegada al Edén, se le acercó para darle un húmedo beso en la mejilla.
—¡Qué bueno que viniste, cielo! —se alegró la joven—. ¿Me pasas la toalla? La dejé en la carpa.
—Eh… sí, seguro. —La buscó y se la llevó.
—Gracias, mi vida. —Se secó, mientras Lázaro no dejaba de mirarla.
—Hay algo que no está bien —dijo él.
—¿Qué ocurre, corazón? —dijo acariciando el rostro del muchacho.
—Esa carpa, esta playa, algo pasó aquí, ¿por qué no me puedo enfocar?
—Trata de concentrarte.
—Pero yo…
—Inténtalo. Yo te ayudaré.
Con esfuerzo, Lázaro se concentró para recuperar sus memorias. Recordó una fiesta de 15 años a la que no deseaba ir, a una bella joven que invitó a una discoteca, un beso en la oscuridad de un cine y un día en la playa que debió haber durado eternamente.
—¡Oh, Dios! ¡Ya me acuerdo! —Exclamó feliz y sonriente. Débora deba pequeños brincos de alegría.
—¡Sí, ya te acuerdas! —dijo ella para luego besarlo desenfrenadamente—. Hay tanto qué hacer. El día está muy lindo, ¿no? Hay que aprovecharlo.
—Pues sí, lo es, y tú, como siempre, estás divina. ¿Sabes lo mucho que significas para mí?
—Me encanta que me digas esas cosas, y aquí está tu recompensa. —Lo beso nuevamente y Lázaro se sentía extasiado. Disfrutaba de los favores de una adolescente que no solo era atractiva a sus sentidos, sino que también alegraba su espíritu.
—Será mejor que continuemos esto en la carpa, ¿no? —preguntó Débora, insinuante. Lázaro asintió rápidamente, idiotizado por la seducción. Tomados de la mano, se dirigieron a la carpa, pero a mitad de camino Lázaro se detuvo. Su expresión había cambiado repentinamente. Débora preguntó qué le ocurría.