Ligera y agridulce

El día en que dejaste de fingir: Capítulo 2

Durante la noche apenas pudo pegar los ojos, eran demasiadas cosas en qué pensar. No recordaba que su madre antes hubiese salido con alguien, o al menos jamás se habría atrevido a presentárselo, no podía entender por qué ahora las cosas debían ser diferentes.

Al amanecer el despertador sonó como de costumbre, estuvo a punto de desistir a su llamado.

Durante la mañana lo único que hizo, en vez de poner atención en clases, fue mensajear a Umi.

-…¿En algún momento dejarás de lado ese celular?- la sorprendió el profesor, por suerte el resto de sus compañeros se mantenía concentrado en terminar las actividades asignadas.

Avergonzada lo dejó de lado. Aún así lo único que necesitaba era hablar con alguien, mientras más tiempo permanecía en silencio la sensación de ahogo incrementaba. Por suerte el descanso llegó pronto.

Iba en dirección al jardín, más absorta que de costumbre, cuando al fin tuvo frente a sus ojos a la persona correcta.

-¿Querías verme?- sonrió Umi sosteniendo una pequeña caja de comida.

-…Umi- se alegró, pero no tenía el ánimo suficiente como para expresarlo.

-cielos...te ves...derrotada- pareció incrédula.

-sí- suspiró, luego obligándose a sonreír- que bueno que estás aquí.

En el jardín secreto intentaron aprovechar el sol otoñal, que aunque no calentaba, estar bajo sus rayos daba una falsa sensación de energía.

-Creí que estabas cuidando este lugar- mencionó apenas entrar, hojas secas se esparcían por todas partes.

-no he tenido mucho tiempo- se lamentó, al ver su expresión Umi se rectificó.

Sentándose en la banca abrió su obento.

- ¿no vas a comer?

-…no tengo ganas- murmuró está vez sin estar mintiendo.

-y resulta que ahora nunca tienes apetito -reclamó, pero su tono de voz siguió siendo amable- además estás delgada.

-bien, bien- bufó tomando uno sus sándwiches, y le dio un mordisco. Su amiga rio de vuelta.

- Supongo que hay una razón para esa expresión tan sombría.

Hubiese deseado hablar sobre su madre, ya que después de eso Keiji casi había pasado a segundo plano, pero qué pensaría Umi, cómo podía una mujer de su edad comportarse de manera tan imprudente...

-…¿Pero no es tu madre una mujer joven?- la sorprendió tras segundos de reflexión.

-...sí, pero...

-además dijiste una vez que era bastante atractiva.

-...si...aunque el punto...

-Hotaru-la interrumpió-ponte un minuto en su lugar. Apuesto que tú tampoco querrías estar sola toda la vida.

-¡pero no estamos solas!- reclamó.

-…creo que sólo estás pensando en ti misma.

Se sintió confundida, no podía estar de acuerdo.

-además puedo apostar a que es algo pasajero.

-...eso espero.

-aunque en el caso de no serlo deberías abrirte un poco más. Estás actuando de manera egoísta.

Bebió un sorbo de una lata de té que su amiga acababa de entregarle.

-…no quería decírtelo por temor a que pensaras mal de ella, pero supongo que debo intentar pensar de otra forma.

-claro- apoyó la mano sobre su hombro.

No pudo contener un suspiro.

- Creí que no podríamos hablar, siento haber mandado tantos mensajes, estaba siendo molesta.

Umi sonrió.

- …lo sé, lo siento, sólo pude responder cuando acabamos la clase de deportes- se encogió de hombros- supongo que no los viste.

- el profesor me regañó justó cuando tal vez lo hacías- negó alcanzando su celular.

Umi se quedó viéndolo el amuleto que ahora colgaba de él, y tras unos segundos sonrió con suspicacia.

- Supongo que Keiji también quiere que te sientas protegida- bromeó.

El calor intenso se hizo evidente en su rostro, su amiga siguió riendo, y antes que pudiese pedir una explicación se incorporó con rapidez, ignorándola.

- ¿Está bien si hablamos más tarde?- le guiñó un ojo, y sin darle el tiempo de asentir desapareció tras la puerta del jardín.

 

Por suerte, en clases de literatura la profesora indicó hacer una lectura silenciosa hasta acabar la hora, momento en que, como pocas veces, sin siquiera fijarse en Ryo, salió hacia al salón de música. Con tan solo uno o dos ensayos semanales, al fin, hace sólo un par de clases y después de muchas semanas de sólo hacer ejercicios, el profesor había cedido a entregarle un par de partituras, y esta vez, mucho más que en otras ocasiones lamentó que le fuese imposible seguir el ritmo de sus compañeros.  

El profesor, que normalmente no le ponía mucha atención, esa tarde la regañó tantas veces que creyó que en cualquier momento lloraría, de seguro, su estado de constante desconcentración ya lo había hecho perder la paciencia.

- ¿No puedes ver que es sólo un do, no un do sostenido?- la miró fijo, sus ojos severos y de un oscuro profundo de verdad intimidaban- es algo simple.

-…lo siento- era lo único que atinaba a decir.

-si realmente lo sintieras intentarías hacerlo mejor...

Suspiró cabizbaja.

-esa actitud tuya irrita a cualquiera-continuó, incluso llamando la atención de algunos de sus compañeros.

Ella se preguntó cómo alguien tan joven podía ser tan malhumorado, la mayoría del tiempo estaba corrigiendo con muy poca empatía a sus alumnos, aunque ciertamente ahora ella se lo había ganado.  

- Bien, bien, si no puedes hacer algo decente mejor no hagas nada…- murmuró con sarcasmo.

- lo intentaré una vez más...por favor- respondió con la única expresión que podía tener ese día.

El profesor pareció incrédulo.

- claro…si no te sientes bien hoy puedes irte- la sorprendió con un ligero toque de gentileza, al parecer incluso era evidente para él que ese día apenas podía con sus propios pensamientos.  

Rápidamente guardó sus cosas, y despidiéndose con una leve reverencia, salió del lugar.

Por suerte, afuera del salón ya la esperaba Umi, quien volvió a saludarla con una sonrisa.




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