La mañana avanza junto a un vaivén de lecciones y charlas insustanciales. Un ritmo escolar capaz de distraer a cualquiera, pero en mi caso el conocimiento de lo que aguarda en la última clase me tortura sin descanso. Al ingresar replanteo de inmediato cambiar de sitio, aunque termino ocupando mi lugar habitual a sabiendas de que huir solo retrasará lo inevitable. Rememoró las palabras de Mark, cuanto más rápido lo haga, antes podremos ambos continuar con nuestras vidas o al menos ese es el plan. Tal y como lo he calculado, al comenzar a sacar mis libros el timbre suena de inmediato, evitándome tener que quedarme a solas con él bajo un incómodo silencio.
Un instante después siento su mirada clavada en mí, hasta que ocupa el asiento colindante feliz de volvernos a encontrar. Desesperada optó por una cruel ignorancia y aunque a penas tolero esta actitud indiferente, junto con la expresión impertérrita que exhibo, sé que llegado el momento él me castigara con la misma moneda. No obstante ahora se halla esperando algún tipo de atención, la cual no se extiende más allá de una concentración feroz hacía las palabras del profesor y el libro de Literatura.
Las letras impresas en las páginas se tornan ilegibles, la voz del tutor chillona e insoportable y su mirada cada vez más escrutadora. Siento tal tensión, que por un instante temo que llegue a escuchar los latidos de mi desbocado corazón sobre el ruido de la clase. En especial cuando mediante suaves susurros trata de suscitar alguna reacción por mi parte:
«Espero que tu tío no se haya molestado demasiado contigo».
«Jessica lamento lo de anoche, de verdad, tuve que haber sido más responsable. Dejaste claro a la hora que tenías que regresar y sinceramente lo olvidé por completo».
«¿Estás enfadada por otra cosa?».
Continúa con la valentía que lo caracteriza, quizás al percatarse de que está clase será a partir de ahora el único momento de encuentro entre nosotros y no piensa desaprovecharlo. Con cada palabra mi corazón se ablanda un poco más, sobre todo al ver el drástico cambio en su expresión, pasando de una deslumbrante sonrisa a un ceño fruncido producto de la confusión. Sabía que esto sería duro, pero no hasta el punto de sentirme la peor persona del mundo. Escupiéndole en la cara todo su cariño y generosidad, aunque recibiendo como valioso incentivo la tranquilidad de estarlo alejando del radar de Dominik.
El irritante sonido del timbre da fin a mi suplicio, así que recojo todo rauda y antes de que pueda encararme llego a la salida avanzando por el pasillo mientras lo escucho clamar mi nombre. De hecho cuando alcanzo la taquilla su voz se desvanece, aunque habiendo conseguido mortificarme como pocas cosas pueden. Sin embargo horas después ingresando al coche de los Black, un nuevo reto me obliga a olvidar cualquier problema que no tenga relación con mi primer entrenamiento en la guarida, como novata.
Según lo que me han explicado, Carmen valorará mis progresos a largo plazo aumentando la intensidad cuando lo considere, a pesar de que me gustaría decirles desde un inicio que no deben esperar demasiado. No soy un ángel y basándome solo en ese punto, sus ilusiones de que llegue a convertirme en una guerrera avanzada o una profesional, resultan irrisorias. Lo único que fuerza mi disposición es saberme perseguida por seres tan horribles, los cuales nunca comprenderán que no soy la enemiga que creen. Si no una simple adolescente que ha acabado envuelta en el curso de una historia que aún no asimila del todo.
Pero la inseguridad no proviene solo del esfuerzo físico que he de desempeñar, también es la primera vez desde que llegué a Manhattan que me separaré de Erika, Ricky y Ethan. En cierto modo agradezco el distanciamiento con este último y sé que él comparte el mismo pensamiento. Pero el hecho de no querer estar a su lado, no implica que deje de añorar la seguridad que Ethan me transmite. Tras imponer la ley del silencio entre nosotros deseo provocarlo con tal de tener una oportunidad para arreglar las cosas, pero cuando el coche se detiene delante del cementerio mis planes vuelan lejos y tomo consciencia de que los chicos se dirigen al maletero del vehículo.
—¿Qué es? —preguntó fijando la mirada en las grandes bolsas negras de deporte que Ethan nos reparte, incapaz de imaginarlo negándome la palabra tan descaradamente.
—Es la ropa para entrenar —responde Ricky en su lugar con una expresión de disculpa ante la actitud de su hermano, pero desconoce como apaciguar su carácter.
Sin decir nada más, me cuelgo el bolso al hombro y camino acompañada de Erika, marcando en cada paso la ira que siento tras comprobar que soy una apestada a sus ojos. Pero harta de ser la única que intenta solucionar nuestros problemas y de que me trate como si hubiera cometido el mayor de los pecados por salir con Brian, escojo mantenerme al margen hasta que no vea algún cambio por su parte. Sumida en mis iracundos pensamientos apenas soy consciente de cómo nos adentramos en la guarida hasta llegar al epicentro del pabellón, aprovechando para contemplar el entorno con una renovada visión.
Alejada de ese nerviosismo inicial, admiro a los ángeles que se esfuerzan por convertirse en expertos en cada una de las disciplinas bajo un aura de absoluto respeto mutuo. Entonces de entre la maraña de combatientes emerge una elegante figura vestida de negro, que camina con autoridad mientras revisa cada movimiento de sus alumnos advirtiéndoles de los fallos con rectitud.
—Vamos a cambiarnos —dice Erika tras recibir el saludo de su madre y tomando mi brazo nos conduce hasta los vestuarios, al tiempo que los chicos caminan en dirección contraria.
Solas en la enorme habitación blanca desde el suelo al techo a excepción de la decoración que aporta cierto contraste, dejo la bolsa en uno de los bancos, sumergiéndome en su contenido para encontrarla surtida de varios cambios y estilos de ropa. Optando por un conjunto sencillo, me desnudo incapaz de imaginarme usando una vestimenta tan agresiva.
—Nadie va a presionarte —asegura Erika que al ver la manera en que los nervios me impiden atar las robustas botas de combate, se acerca para diestra mostrar cómo he de hacerlo.
—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme algo inquieta —admito sin perder de vista sus movimientos—. ¿Cuándo pasasteis a ser avanzados? —pregunto curiosa, buscando la manera de distraerme.
—Ricky y yo a los dieciséis y Ethan a los dieciocho —responde terminando con su demostración y dejando la otra bota a merced de mi inexperiencia.— Ser líder de un equipo a la edad de Ethan es algo muy poco común —añade queriendo hacerme comprender la relevancia de lo que cuenta.
—¿Cómo es enfrentarse a ellos? —pregunto casi en un susurro mientras acomoda su cabello perfectamente peinado, con tal de tener una excusa para disimular mi tardanza.
—Nuestra raza posee un líder, pero también lo que los humanos llamarían jueces. Los soberanos, quienes conforman el consejo y extienden las órdenes de extinción o captura sobre ciertos demonios —narra describiendo orgullosa el sistema, aunque me da la sensación de que escoge meticulosamente cada palabra. —Antes no podíamos actuar sin una orden que nos respaldara, pero las cosas están un poco complicadas, cada vez son más y más fuertes —continúa con preocupación, incapaz de no lamentarse al rememorar la forma en la que los demonios han atacado a su raza de maneras que ni alcanzó a imaginar.
—¿No les tienes miedo?
—Jamás, temerles sería darles la victoria sin siquiera atreverse a luchar. Últimamente ante la falta de profesionales se les están asignando misiones a algunos guerreros avanzados con la idea de ascenderles, y cualquiera de ellos estaría dispuesto a perder la vida si eso implica salvar a un inocente —confiesa mostrando que a pesar de la juventud de esos ángeles, el bienestar de los demás está por encima de todo.
—Tus padres y Mark parecen haber invertido su vida aquí —afirmó recordando la infinidad de horas que mi tío pasa en su despacho y el orgullo que muestran todos al mencionar este lugar.
—Fueron elegidos por nuestro líder y en los tiempos que corren no pueden bajar la guardia —confiesa con cierta lástima, imagino porque a pesar de todo el esfuerzo que hacen, la situación solo empeora—. Sabes, la luz nos creó antes que a los humanos o la Tierra y aun cuando la oscuridad los manchó con su maldad continuamos teniendo esperanza. La misma que nos anima a seguir luchando ahora, puede que sea difícil, pero confiamos en que esta será la última batalla que tengamos que enfrentar —dice como si las palabras proviniesen de su alma, dejando de lado por un momento la razón para mostrarme algo más poderoso, el amor y la fe. Tan grandes que tal y como las describe parecen capaces de convertir a cualquiera en un dios, pero que en mí solo avivan un profundo anhelo.
Cuando finalmente logró estar presentable volvemos al pabellón, donde Carmen espera. Y como una madre que empuja a su hijo al primer día de clases, Erika me abandona para reunirse con sus hermanos, no sin antes desearme buena suerte.
—Hola, Jessica ¿Cómo te encuentras hoy? —saluda Carmen, permitiéndome admirar la poderosa mujer que se esconde tras su delicada apariencia.
—Bien, preparada —respondo consciente de que es una sucia mentira, mientras suplicó mentalmente no hacer el ridículo delante de tanta gente.
—Perfecto, aun así el día de hoy será un reconocimiento. No hay forma de equivocarse, solo sé tú misma —informa sabedora de los miedos que me atenazan y sin querer exponerme, es partidaria de que adquiera confianza poco a poco—. Acompáñame —pide dirigiéndose a una inmensa pared repleta de cualquier tipo de armamento imaginable, tantos que incluso desconozco el nombre de muchos.
—El primer paso es escoger un arma —asegura haciéndome querer responder al instante con una negativa, hasta que comprendo que la opción que plantea no es tan descabellada teniendo en cuenta quienes son mis enemigos. Mi única certeza es que no deseo matar a nadie, ni siquiera a uno de esos seres, pero está es una idea proveniente de mi actual seguridad. Pues ellos no se detendrán hasta acabar conmigo y de verme de nuevo bajo su yugo he de saber defenderme sin importar el coste.
—De acuerdo —accedo insegura.
—Las armas de los ángeles son fabricadas por Trolls en Elis, a partir de un mineral casi indestructible recogido de las profundidades de las minas por los Rominidos —explica generando inconscientemente miles de interrogantes, sobre los que no me atrevo a intervenir perdida en su entregada narración—. Cada una es bendecida especialmente por la luz haciéndolas únicas entre ellas y es por eso que son las armas quienes escogen a su portador —continúa revelando que mis dudas están focalizadas en el lugar erróneo, pues debí haber comenzado por el hecho de que no soy un ángel. Por ende tratar de encontrar cuál de estos objetos místicos me pertenece, es una pérdida de tiempo.
—¿Y como se supone que voy a saber cuál es la indicada? —cuestiono creyendo que lo mejor para demostrar mi verdadero origen, es dejar que ellos sean testigos de cómo sus intentos por involucrarme más en este mundo resultan infructuosos.
—Lo sabrás —determina con confianza ciega.
Durante horas hacemos una batida a través del inagotable abanico de cuchillos, espadas, shurikens y muchos otros. En cada uno Carmen se detiene a explicar de manera simple cómo he de manejarlo, a la espera de las supuestas emociones que alguna de ellas ha de despertar en mi interior. Con una esperanza que termina por resultarme conmovedora, pide que sienta su peso, su fuerza e incluso que trate de encontrar su equilibrio, pero tal y como supuse todo resulta inútil. Hasta el punto en que ninguna nos atrevemos a confesar lo evidente, yo que esto es una prueba más de que soy una simple humana y ella, que ha fracasado.
—No debes rendirte —menciona recogiendo algunos de nuestros más recientes intentos, entretanto me pierdo en la agilidad que posee y la soltura que demuestra manejando el peligroso arte de la guerra—. Todos tenemos un arma y no importa si debemos emplear tres clases para encontrar la tuya —asegura queriendo acallar el nerviosismo que cree ver en mí, pero que es en realidad el deseo de abrirle los ojos y el cual contengo incapaz de frustrar su pasional empeño.
Entonces el pensamiento de estarme convirtiendo en un fraude se abre camino, incluso a pesar de que el papel de ángel o el descubrir este mundo no es algo que haya elegido. Pero el conformarme solo para no defraudarles o con el objetivo de encajar, los motivará a continuar con esta falsa creencia.
—Como no he podido pensar en ello antes —masculla Carmen, despertándome de mis cavilaciones para verla acudir con premura al despacho privado de los elegidos, abandonándome presa de la confusión. Tan solo un instante después aparece con un enorme y pesado estuche de caoba entre sus manos, el cual abraza con sumo cuidado hasta depositarlo a mis pies dispuesta a desvelar su contenido.
—Creo que está puede ser nuestra solución —comparte con una sonrisa ilusionada, haciendo saltar los cierres de la caja. Levantando la tapa lentamente aparece un impresionante arco de plata, acompañado de su carcaj y flechas que reposan sobre una tela de terciopelo rojo—. Perteneció a tu madre y lo dejo a mi cargo cuando tuvo que marchar para huir de Dominik. Tenía la esperanza de que volviera en un futuro a empuñarlo, pero creo que lo más correcto es que lo conserves —dice despertando aún más mi fascinación por el objeto, que me produce un extraño hormigueo en las palmas de las manos ante el ansia de poder tocarlo.
Calibrando mi reacción, Carmen se levanta y ansiosa se hace con un arco para mostrar cómo he de cargar una flecha, tomar la posición correcta y apuntar… Hasta que la lección finaliza con una diana perfecta.
—Es tu turno —ofrece señalando el arma que aún reposa calladamente en la caja y deja en claro con su tono, que no está dispuesta a tolerar un amago de cobardía ahora que parecemos estar tan cerca.
Con los nervios a flor de piel recorro con la punta de los dedos las inscripciones en su lomo, trayendo así una explosión de sensaciones que me incitan a tomarlo definitivamente. Oprimida por dicho impulso de pertenencia, que aumenta aún más cuando abandona su prisión, necesito ponerlo a prueba. Por lo que tras coger una flecha y colocarme según las instrucciones de Carmen, apuntó temeraria al objetivo.
—Recuerda que debes inhalar… —aconseja y aunque tomó nota de sus palabras, estoy sumergida en un estado tan poderoso que por primera vez no necesito mirarla en busca de aliento—. Y exhalar —finaliza justo cuando suelto la flecha y toda la tensión acumulada desaparece con el sonido de esta impactando brutalmente.
De hecho es tan embriagador que al principio no soy consciente de las reacciones que he despertado o incluso si el tiro ha sido certero. Hasta que levanto la mirada para descubrir estupefacta que la flecha no solo se ha clavado justo en el centro de la diana, sino que además ha partido por la mitad la que Carmen lanzo a modo de muestra hace tan solo un momento.
Sin saber bien cómo manejarlo, busco respuestas en el entorno, pero todos contemplan fascinados el objeto entre mis manos. El cual por alguna razón que desconozco destella con un fulgor azulado, que termina por apagarse cuando el miedo se instala en mi corazón. Con toda la guarida pendiente, como si acabara de acometer algo único, murmurando entre ellos, busco rostros conocidos aunque me observan con la misma fascinación e incluso con un tinte de orgullo.
—Es mío —sentenció sorprendida con el crudo reclamo, pero incapaz de contener esa voz que me conduce a remarcar mi pertenencia sobre el mágico objeto.
—Estoy de acuerdo.
Por suerte con el paso de las horas la gente se pierde en sus propios ejercicios, aunque cada vez que intento acercarme a alguien estos tienden a examinarme cuidadosamente, como tratando de descubrir mis más profundos secretos. Incómoda me autoconvenzo de que es simple curiosidad, pero aun así continuo con la tarea que me ha sido asignada sin volver a socializar. Después del espectáculo, Carmen estableció una rutina de ejercicios básicos, que comienza por correr o al menos dar todo lo que mi cuerpo adolescente desacostumbrado al deporte puede ofrecer.
Trotando por el perímetro de la zona de entrenamiento me concentro en mantener el ritmo, hasta que inevitablemente comienzo a buscarle entre el gentío. Entregado a un feroz combate contra un guerrero mayor que él, pero al que a pesar de su experiencia le lleva bastante ventaja, ignora por completo mi escrutinio. Con su espada y destreza, al enemigo no le queda más que defenderse, cuando Ricky aparece por detrás con una enorme hacha esperando pillar a Ethan desprevenido.
Al comienzo temo lo que pueda pasar hasta que ante la proximidad del pelirrojo, su hermano lo intercepta reduciéndolo en el suelo con el objetivo de desarmarlo. La risa de ambos es lo que confirma que la escena no es más que una riña, de hecho Ethan le ofrece la mano para que se levante del suelo mientras comparten amistosas palabras. Estoy a punto de apartar la vista, cuando el joven ojiverde se hace a un lado, desprendiéndose de la camisa y dejándome embobada no solo por su físico, si no por el par de alas blancas que luce con orgullo.
Incapaz de mantener la discreción ante semejante belleza me detengo. Ya he visto antes las alas de un ángel la primera vez que entre a la guarida, de hecho ahora mismo muchos pululan a mi alrededor erigiéndolas con normalidad, pero las suyas me resultan especialmente fascinantes. Por desgracia el joven me descubre antes de que aparte la vista, avergonzada de lucir como una atolondrada muchacha.
Más tarde realizando algunos ejercicios de fuerza, pensando solo en las agujetas que sufriré mañana, observo curiosa como un hombre alto y larguirucho se acerca a Carmen con expresión fúnebre. Fingiendo normalidad me aproximo sigilosa, hasta discernir que reclama tener una misión urgente para la cual necesita un equipo sólido, debido a la peligrosidad de la situación. Carmen se plantea como proceder, hasta que Ethan se acerca, habiendo prestado también atención al extraño hombre y comienzan un debate que me resulta incomprensible. Pero al que ella termina por claudicar, motivando al guerrero a reunir a sus hermanos para marchar armados hasta los dientes, mientras el ángel les sigue explicando los detalles del encargo.
Poco después Carmen avisa de que es hora de marcharnos, por lo que una vez cambiada, abandonamos la guarida en su precioso Land Rover. Una vez más demuestra la fuerza de su espíritu, pues no parece alterada por lo sucedido, sino que al contrario exhibe una confianza absoluta en sus hijos. Lo cual debería tranquilizarme, pero creo que es imposible hasta que nos volvamos a encontrar mañana de camino al instituto, y compruebe que están sanos y salvos.
—¿Cómo os conocisteis todos vosotros? —pregunto meditando sobre lo poco que sé en realidad de ellos.
—Nos encontramos cuando acudimos a la Torre en Anfor, donde antiguamente se entrenaba para convertirse en un guerrero y a partir de ahí, escogías el mundo en el que deseabas combatir contra la oscuridad —responde con un tono cargado de nostalgia. Así que me acomodo en el asiento dispuesta a disfrutar de su relato —. Después de finalizar la instrucción, nuestro líder nos escogió como los elegidos para construir las guaridas y gracias a ellas, la raza ha logrado mantenerse unida.
—¿Cuánto tardasteis en convertiros en profesionales?
—Mark y Alex en la veintena, yo a los dieciocho y Jules a los dieciséis. Destacable como siempre —contesta mencionando está última parte sin un ápice de celos, más bien con una absoluta admiración.
—¿Cómo fueron esos años? —cuestionó imaginándolos de jóvenes, fuertes, inteligentes, capaces de grandes hazañas.
—Dentro de lo difícil que resultó a veces, creo que todos te diremos que fueron los mejores de nuestra vida —comparte con sinceridad—. Éramos un equipo imparable, aunque tu tío y Alex no comenzarán con «buen pie»—añade con picardía ante mi incredulidad porque su hermandad hubiera sido inexistente en algún momento.
—¿De verdad?
—Tu abuelo era un gran sanador como Mark y tu abuela una de las mayores soberanas que jamás ha existido. Por eso cuando Alex que proviene de una familia humilde lo conoció, sintió cierto recelo hacía él. Por suerte después de que Mark le salvara la vida por primera vez, se dio cuenta de que no era como los demás, que es una gran persona —narra trayendo consigo los resquicios de un tenso cuestionamiento —. Y así llevan desde entonces, protegiendo siempre sus espaldas.
—¿Mis abuelos aún viven? —pregunto sin poder ocultar mi nerviosismo.
—Leopold falleció hace mucho. Fue algo difícil para Isidora y cuando supo que Julianne también se había ido, no pudo soportarlo más —confiesa con la pena y el dolor reflejado en su mirada, mientras se crea una atmósfera que nos invita a mantener un breve silencio como muestra de respeto. Al mismo tiempo que asimilo el fallecimiento de unos familiares que no conozco, pero que no por ello su pérdida duele menos, en especial ahora que habríamos podido relacionarnos.
—Vosotros ¿Tenéis más familia? —digo necesitando diluir la añoranza que crece en mi pecho.
—Aún conservo a mi madre, ella reside en Anfor y siempre está deseando ver a los chicos —responde con tacto —. Tampoco tuvo una vida fácil, fue profesional en las guaridas de Elis junto a mi padre, hasta que lo asesinaron. Entonces presentó una excedencia para renunciar a sus responsabilidades como guerrera y así poder ocuparse de mí.
—¿Cómo son? —pregunto incapaz de seguir conteniéndome—. Anfor y Elis —añado al ver su confusión.
—Anfor es maravilloso, con los siglos las cosas han mejorado mucho y hoy en día es como volver a casa. Lo cual resulta un descanso para los ángeles que escogimos ser guerreros en las guaridas. Respetamos nuestra labor, pero no por ello es menos dura —confiesa con un deje de cansancio en su tono. Permitiéndome atisbar los golpes de los años dedicados a proteger a otros y en el caso de los humanos, sin que ellos siquiera sean conscientes—. Elis es todo lo que se puede soñar, era tan hermoso cuando era niña. Ya nada es igual por allí, pero al visitarlo comprendes que esto no es solo la guerra entre dos razas, es mucho más — relata con una intensidad que me obliga a apartar la vista para descubrir que perdida en nuestra amena charla, hemos llegado finalmente a casa.
—Gracias por traerme.
—A partir de ahora tendremos tres entrenamientos semanales. Lunes, miércoles y viernes —advierte—. Pero como hemos comenzado hoy te daré un día de descanso, así que nos vemos el jueves.
—De acuerdo —acepto despidiéndome de ella antes de entrar, donde escucho que pone en marcha el motor solo cuando cierro la puerta tras de mí. Percatándome de la ausencia de Mark acudo a la habitación y ya en la cama comienzo a hacer la tarea, hasta que el agotamiento puede conmigo y caigo profundamente dormida.
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Editado: 19.02.2021